El miedo al crimen cincuenta años después. Vigencia y alcance de uno de los constructos criminológicos más analizados
Autor | Francisco Javier Castro Toledo y Fernando Miró Llinares |
Páginas | 265-284 |
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Desde los años sesenta del pasado siglo, en ciencias del crimen en general, y en criminología en particular, el estudio del miedo al crimen
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ha redefinido la aproximación científica a la realidad delictiva. Como ha sucedido en otras ocasiones, el contexto de descubrimiento de fenómenos relacionados con la delincuencia, utilizando una terminología popperiana, se ha localizado originariamente en la arena política. Existe un acuerdo casi generalizado entre los investigadores acerca de que fue el trigésimo sexto presidente de los EEUU, Lyndon B. Johnson, quien situó como una prioridad social y política la gestión y control del miedo al crimen como parte de lo que se denominó “la guerra contra el delito”, que cristalizaría con las grandes reformas del new deal americano y muy especialmente con el diseño e implementación de la omnibus Crime Control and Safe Street Act. Johnson arguyó que el miedo a la victimización nos vuelve inseguros a caminar de noche por las calles de la ciudad o por los parques públicos de día, y que estos son costes que las personas verdaderamente libres no pueden tolerar y que sus gobernantes, por tanto, tienen el deber de evitar. Curiosamente, no sólo le debemos a la arena política norteamericana de mediados de los 60 el contexto de descubrimiento, sino también, y continuando con el binomio popperiano, los inicios del contexto de investigación. La famosa comisión Katzenbach, también constituida por el mismo Johnson en el año 65, subrayó la importancia de poner en marcha iniciativas que mejorasen el sistema penal norteamericano desde la elaboración de estudios sociales que tomasen en consideración al miedo al crimen como una dimensión de la máxima relevancia para su análisis científico1. Como resultado, frente a la analítica tradicional de una delincuencia ciertamente objetivable destinada a la evaluación de las tasas oficiales de criminalidad, los estudios de victimización sobre cifra negra y un largo etcétera, el interés por el miedo al crimen inició un irreversible giro perceptivo que puso especial énfasis en el estudio empírico de la respuesta emocional, el miedo más específicamente, ante la posibilidad de convertirse en víctima de delitos de diferente naturaleza. Cincuenta años después, la relevancia y vigencia científica de este constructo es innegociable. Ello ha hecho de este fenómeno uno de los tópicos criminológicos que goza de mejor salud y popularidad entre los investigadores, y lo más importante, sin vistas a que su éxito e interés merme en un futuro próximo.
No obstante, y a pesar de lo intuitivo que pudiera parecerle al lector la denominación desde una perspectiva semántica, el miedo al crimen es un constructo preñado de una enorme complejidad y que podemos resumir en una triple caracterización: su actual indefinición, la enorme dificultad
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para su medición científica y su naturaleza poliédrica. Debido a la imposibilidad de hacer frente a estas tres características so pena de caricaturizar y minimizar el alcance y relevancia del mismo, nos centraremos de mane-ra más exhaustiva en la tercera de ellas, su naturaleza poliédrica, pero no sin antes poner de relieve algunas breves notas sobre las otras dos.
Respecto a la primera característica, se trata de una indefinición no sólo por la complejidad fenoménica que subyace per se al miedo al crimen, sino por la introducción de otros conceptos que, aunque estructuralmente diferentes, han sido tratados como sinónimos2. Más específicamente nos referimos a conceptos como “miedo al delito”, “percepción de seguridad”, “seguridad subjetiva”, “pánico moral” o, más recientemente, “preocupación por el crimen”, entre otros que se han mostrado como buenos indicadores del miedo al crimen cuando se han analizado por separado3. Planteado en estos términos, nos encontramos ante una doble concepción del fenómeno. Por un lado, una concepción nuclear o rígida que nos permite entenderlo como la emoción de miedo que se elicita ante la posibilidad de autopercibirse como víctima de un crimen (o un símbolo asociado) con el que se confluye en un determinado momento y lugar4. y en contraste, una concepción flexible que incluiría el catálogo de conceptos que hemos mencionado antes y que podrían ser agrupados bajo el argumento de la equivalencia proposicional, esto es, que sean fenómenos que apuntan a los mismos hechos del mundo. Será esta segunda concepción la que ha aglutinado un mayor número de investigadores y de esfuerzos a lo largo de su historia.
En segundo lugar, los intensos debates también se han extendido hasta el terreno de la discusión sobre la metodología de aproximación al fenómeno más adecuada. A pesar de que las más predominantes han sido los cuestionarios, los autoinformes y, en menor medida, las entrevistas5, son numerosas las evidencias sobre las limitaciones que tienen estas metodologías para aproximarse a los fenómenos emocionales de un modo
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válido y preciso6. Desde la perspectiva actual de crisis conceptual, cree-mos que sólo desde el desarrollo de nuevas metodologías de aproximación, se nos revelaran nuevas pistas sobre la naturaleza del fenómeno. Esta idea está empezando a inspirar a las nuevas investigaciones centradas en mejorar los enfoques clásicos, de naturaleza diacrónica, por medio de la inclusión de otros indicadores sincrónicos que no dependan únicamente de la evaluación del sujeto7.
De regreso al punto que nos interesa poner de relieve aquí, tras más de cincuenta años de investigación empírica, el miedo al crimen dispone de una constelación de fenómenos explicativos de él y explicados por él sujeta únicamente a la imaginación de los investigadores. Desde variables ambientales hasta procesos de victimización directa o indirecta, pasando por las variables de vulnerabilidad física o social, etcétera, ya no nos cabe ninguna duda de que la elicitación del miedo ante la posibilidad de convertirse en víctima de un delito tiene un origen plural y, podemos añadir, enormemente complejo de desentrañar, lo que bien explicaría los limitados esfuerzos por sistematizarlo. Este artículo, por tanto, nace con la finalidad de hacer una breve reconstrucción de la literatura más relevante de los últimos cincuenta años, y, con ello, proponer una vía de aproximación al fenómeno del miedo al crimen ordenada y accesible.
Vamos a empezar nuestro análisis de la literatura científica en mate-ria de miedo al crimen partiendo de una primera división entre fenómenos I) individuales y II) no individuales. En el caso de los individuales (I) hablamos de fenómenos cuya sede de evaluación reside en algún aspecto que se predica del sujeto particular. Podemos afirmar que este tipo de factores han dominado, al menos desde una perspectiva de la historia de la
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ciencia criminológica, la investigación y la aproximación metodológica al miedo al crimen. Nos referimos, en primer lugar, a aquella literatura centrada en la victimización (Ia), en la que se ha mostrado relaciones positivas entre la experiencia directa de victimización y el miedo al crimen (Ia1), o de aquellos otros estudios sobre la preocupación o idealización de las personas en convertirse en víctimas de un delito y el miedo que reportan (victimización indirecta, Ia2).
Respecto al primer grupo (Ia1), la percepción de realidad delincuencial ha encontrado en las tasas objetivas de criminalidad y en las experiencias directas de victimización dos de las primeras hipótesis más versátiles para explicar los diferentes niveles de miedo al crimen entre las personas o grupos de personas y su impacto en su calidad de la vida8. Este modelo en la explicación del miedo al crimen es uno de los más parsimoniosos entre los cientos propuestos al reducir su dimensionalización a una simple correlación en un sentido positivo con los niveles de la criminalidad objetiva del entorno del sujeto evaluado. No obstante, y a pesar de la aparente asociación entre fenómenos, la literatura científica sobre la conexión entre la victimización directa y el miedo al crimen ha recogido resultados que oscilan desde relaciones positivas muy fuertes9, débiles pero existentes10, hasta asociaciones incluso negativas11. Para los más críticos, este escenario
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de resultados plurales permite apuntar a la poca consistencia que las evidencias empíricas ofrecen sobre la hipótesis de que la criminalidad objetiva es el único generador de miedo al crimen o que la victimización directa tenga capacidad de explicar el miedo al crimen de un modo aislado12. Esta disparidad fue el motor en los años setenta las siguientes décadas para ind-agar en lo que se denominó y popularizó como la “paradoja riesgo-miedo”. Algunas de estas investigaciones ofrecieron evidencias para explicar que los grupos sociales más expuestos y habituados a la comisión de conductas de riesgo, más concretamente hombres jóvenes, reportaron menores niveles de miedo al crimen que aquellos grupos menos expuestos a este tipo de conducta, como en el caso de mujeres y personas de edad avanzada13.
En paralelo, los estudios en materia de victimización indirecta (Ia2) se han estructurado sobre la idea de que estas experiencias aparecen, en cierto sentido, vinculadas con una experiencia directa de victimización14.
Sobre esto, Skogan hizo una distinción entre victimización directa e indi-recta en términos de acceso primario o secundario a las tasas delictivas del vecindario, afirmando que muchos de los residentes de...
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