Michel Foucault y la modernidad

AutorMarcela Suárez Escobar
Páginas313-326

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Foucault y las relaciones de poder

El capitalismo surgido en el espacio de la «modernidad» exigió para su desarrollo la concentración del poder en los Estados, pero además el concurso de múltiples poderes que se ejercen en los cuerpos sociales, que junto con los saberes culturales se encuentran inmersos en la existencia cotidiana de hombres y mujeres. En la segunda mitad del siglo XX, Michel Foucault (1926-1984) fue uno de los pensadores críticos que, desde el campo de los excluidos por la cultura dominante, se adentró en la esfera de saberes y poderes, en un intento por ejercer nuevos procesos de reflexión y objetivación para la producción de cambios en las sociedades (Foucault, 1999: 15).

Foucault centró los puntos básicos de su obra en el estudio de las relaciones de poder, los ámbitos del saber, la ética de la existencia y las políticas de verdad en Occidente, planteando tres líneas de análisis relacionadas entre sí: el poder, el saber y la subjetividad. Alrededor de la primera línea, podemos encontrar sus trabajos Vigilar y castigar (1975) y la Microfísica del Poder (1977); en torno a la segunda, La historia de la locura (1961), El nacimiento de la clínica (1963) Las palabras y las cosas (1966), La arqueología del saber (1969), El orden del discurso (1971); y en torno al poder y la ética, los tres volúmenes de Historia de la sexualidad. Según Deleuze, Foucault fue el pionero en el análisis de la subjetivación y sus consecuencias, como en el estudio de la historia de los delitos y las penas, pronosticando una nueva era de controles no conocidos con la preocu-

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pación del diagnóstico y solución de los problemas presentes (Deleuze, 1990: 155).

Foucault abordó la noción del poder en torno a dos conceptos, el conocimiento y el cuerpo, el conocimiento que se ejerce sobre el cuerpo para el mejor ejercicio del poder sobre él. Estudió la organización de las relaciones de poder y sus técnicas, lo analizó como aquello omnipresente que produce acciones en los individuos y canaliza sus facultades, y a éstos, como instrumentos mismos de ese poder. Buscó la respuesta a dos grandes preguntas, la del saber y la del poder, y su búsqueda dio por resultado la construcción de dos propuestas metodológicas, el método arqueológico y el genealógico (Foucault, 1997: 5). Un primer fruto de esto fue su obra La arqueología del saber.

Este pensador, que en varias ocasiones se declaró deudor de Cavaillés, Bloch, Febvre, Marx y Weber, dedicó en gran medida su pensamiento al estudio de las instituciones, sus disciplinas y técnicas, bajo la sombra de la escuela epistemológica francesa de Gastón Bachelard y de Georges Canguilhem, abriendo camino en el derecho político con la vía de su método en su objeto de estudio, el Estado de Policía, y con el análisis de la relación que existe entre este último y los individuos (Barret-Kriegel, 1990: 186). Centró su investigación en la manera en que la acción de las normas sobre las personas determina el tipo de sociedad a la que éstas pertenecen; se preocupó también por el tránsito de la concepción negativa de la norma —con el modelo de exclusión basado en lo prohibido y permitido— a la concepción positiva de la regulación, basada en la distinción de «lo normal y lo patológico», y cuidó del estudio de las relaciones sociales y el modo de inserción que en ellas realizan los individuos, según la calidad de normas que los rigen.

Foucault hizo gran énfasis en la productividad de la norma y en la producción de sujetos «normalizados», aquellos por los que la norma no significa preocupación ni obstáculo, porque es desde el fondo de los sujetos en donde la ley se expresa (Macherey, 1990: 174). Se adentró en la sociedad normalizada que no necesita doblegar a los sujetos, porque éstos ya han sufrido un cambio en la subjetividad.

En su trabajo sobre los poderes que ejercen control sobre la vida y en la voluntad del saber, distinguió dos enfoques de análisis. Uno en donde la atención se centra en los cuerpos como

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máquinas y con ellos dirige su atención a las disciplinas y al crecimiento de la docilidad, y otro en donde los cuerpos como especie sirven de soporte a los procesos biológicos (Donnelly, 1990: 193).

Foucault afirmó que las disciplinas actúan por intensificación más que por segregación (Ewald, 1990: 168) y que su poder se ejerce sobre todos, concluyendo con la idea de que la caracterización de la modernidad fue la normalización de las disciplinas; apuntó que cada individuo se convirtió en un caso y las normas individualizaron sin cesar. Estaba convencido de que el poder no sólo se expresa por la coacción, sino que también hace y produce al individuo, así afirmaba en Poder y saber:

El individuo no debe concebirse como una especie de núcleo elemental, una especie de átomo primitivo, un material inerte y múltiple sobre el que se fija el poder o sobre el que éste golpea de mane-ra fortuita; en realidad, uno de los primeros efectos del poder el que ciertos cuerpos, ciertos gestos, ciertos deseos, se identifican y se construyen como individuos. El individuo no algo que esté frente al poder, es, según creo, uno de sus primeros efectos [...].

Sostenía la idea de la existencia de micropoderes que ejercen su acción a través del control social y de los cuerpos, ideas que plasmó en Historia de la sexualidad. La voluntad del saber. En esta obra, Foucault se referirá a un poder surgido de las profundidades del cuerpo social, un poder proveniente de multitud de fuerzas. Aludió a las leyes que prohíben determinados ejercicios de la sexualidad y se convierten así en constitutivas del deseo (Foucault, 1986: passim). Cuando habló del poder ejercido sobre la vida se refirió al biopoder, espacio donde ubicó a los mecanismos y tácticas específicas tanto en sus objetos como en sus consecuencias (Donnelly, 1990: 193).

Defendió las «verdades históricas», sin aspiraciones de universalidad, la existencia sólo de verdades que responden a dispositivos culturales. Señaló que las relaciones de poder activan las reglas del derecho mediante la producción de discursos de verdad. Escribió sobre memoria histórica que —según él— tiene como función la de sostener el esplendor del poder con rituales y crónicas, y vinculó estrechamente los conceptos derecho, poder y verdad.

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En el espacio del derecho y de la pena, consideró la penalidad como una función social compleja buscando en los mecanismos punitivos no sólo sus efectos represivos, sino también los positivos; la inscribió en la táctica política, vinculó el derecho penal a las ciencias humanas y ligó los cambios en la penalidad con las transformaciones de las relaciones de poder expresadas en el cuerpo (Marí, 1983: passim).

Cuando se refirió al racismo, tituló un curso que impartió sobre el tema como «Defender la sociedad» y explicó en él los procedimientos disciplinarios y las estrategias biopolíticas de la guerra de las razas y del racismo de Estado. Habló sobre la muerte y los mecanismos del biopoder y del racismo, condición...

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