Crítica metafísica constitutiva de la noción de bien. Discusión del bien como fin de lo justo

AutorJosé Carlos Muinelo Cobo
Páginas89-112

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Se ha dicho que lo justo es un modo de bien en general: es bien según la razón de proporción. Pero, entonces, ¿qué es el bien en general? ¿Es una idea, un universal, se puede identificar con un bien particular determinado? Para responder a estas preguntas, Aristóteles elaborará especialmente en Ética a Nicómaco I, 4137una crítica metafísica que funde la noción de bien según una unidad objetiva mínima, análoga a la fundación crítico-metafísica de la noción de ser desarrollada en el libro Gamma de la Metafísica. La razón de ello es que la noción de bien, como la de ser, es universalmente predicable de todos los bienes, y si no cupiese dotarla de una unidad objetiva, aunque fuera mínima, sería una mera palabra equívoca sin más unidad que el nombre. La necesidad de esta fundación crítica de la noción de bien se justifica por la convertibilidad lógica con la noción de ser, lo que permite analizarla de la misma forma que aquélla, esto es, de un modo no unívoco -de hecho, es la crítica a la forma esencialista del bien platónico y a la lógica unívoca que lo articula la causa de esta fundación-, sino análogo, confiriendo, como veremos, a la noción de bien una unidad una, de alguna manera, a medio camino entre la unidad absoluta de las nociones unívocas y la mera unidad de nombre, no de significación, de los términos equívocos.

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Esta es, al menos, la tesis que aquí se defiende; pues, el mismo Aristóteles, una vez resuelta la imposibilidad de considerar la noción de bien tanto según una unidad absolutamente una o unívoca como equívoca, zanja bruscamente la cuestión remitiéndola a esa otra filosofía -la filosofía primera, llamada "metafísica"-, que dé razón definitiva de la misma. Los argumentos en contra de la tesis platónica son claros y casan perfectamente con lo dicho hasta ahora138; nos detendremos, pues, únicamente en la cuestión irresuelta por Aristóteles, a saber: una vez descartado que la noción de bien sea unívoca o equívoca, ¿se tratará de una noción homónima según un principio o un fin, o simplemente de una noción analógica sin más?

Las nociones de ser y bien son lógicamente convertibles

Como se acaba de decir, es preciso acudir a esa otra filosofía y recordar ahora lo dicho en la Introducción acerca de la fundación crítico-metafísica de la noción de ser, en la medida en que la noción de bien, según Aristóteles, se dice de tantas maneras como aquélla, luego son nociones lógicamente convertibles, aplicándose analógicamente al bien lo dicho respecto del ser. Es preciso acudir también a lo dicho acerca de la doctrina de la relación trascendental, pues si el bien, a semejanza del ser, tiene una unidad no meramente nominal, sino de significación, es porque ambos expresan una naturaleza común que embebe o relaciona trascendentalmente a los diversos bienes y seres. Este análisis de la convertibilidad lógica de las nociones de ser y bien, y de la doctrina de la relación trascendental, le hace concluir que tanto el bien como el ser son nociones homónimas -lo que permite rechazar definitivamente la univocidad platónica-, sin por ello ser homónimas por azar o equívocas, en la medida en que ambas poseen una naturaleza común articulada

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lógicamente conforme a una unidad no de nombre, aunque tampoco absolutamente una, al admitir de entrada diversos significados, sino una de alguna manera. Ahora bien, una vez aclarado lo que no es lógicamente el bien surgen las dificultades, pues al tratar de determinar positivamente su unidad lógica aparecen diversas posibilidades que la mayor parte de los comentaristas, al prescindir de la unidad estructural que rige la filosofía aristotélica, no han discernido en su justa medida139.

En efecto, una vez descartada la posibilidad de que se trate de una noción unívoca o equívoca -esto es, homónima por azar-, persiste la duda de si entender la noción de bien como una noción ciertamente homónima pero por relación a un principio o a un fin que dé unidad objetiva a dicha homonimia -la famosa unidad pros hen-, o como una noción simplemente analógica, en el sentido en que lo emplea Aristóteles, esto es, como una unidad de relación o proporción140-unidad que la escolástica aristotélica llamará de proporcionalidad propia.

Aunque en realidad tenemos ya elementos suficientes para resolver esta aparente aporía, con todo, quizá sea oportuno detenerse en explicar algo más lo dicho acerca del ser, aplicándolo ahora al bien, en la medida en que lo justo es un modo de bien. El análisis, en todo caso, debe comenzar por el párrafo que admite expresamente no sólo la convertibilidad lógica de las nociones de ser y bien, sino también el rechazo, en ambos casos, de la univocidad como forma lógica de articular dicha polisemia, pues tanto el ser como el bien no se dicen según una noción común universal y una, en el sentido de absolutamente una. Dice así: "como el bien es dicho según la misma pluralidad (isachôs) que el ser; en efecto, es dicho en la [categoría de la] quididad como dios o el intelecto, y en la [categoría de la] cualidad [como] las virtudes, y en la [categoría de la] cantidad [como] la justa medida, y en la [categoría de la] relación [como]

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lo útil, y en la [categoría del] tiempo [como] la ocasión, y en la [categoría del] lugar [como] la residencia, etc., es claro que no habrá ninguna noción común universal y una; porque no se predicaría en todas las categorías, sino en una sola"141.

En efecto, al ser el bien una noción común no puede ser identificada absolutamente con ninguna de sus significaciones, pues no cabe identificar simplemente el bien con dios, con la virtud, con la justa medida...; dicha identidad, de haberla, no es simple, sino proporcional: así, dios es bien según la quididad, la virtud es bien según la cualidad, la justa medida es bien según la cantidad. Por tanto, esa noción una no tiene un sentido absoluto, sino relativo: tanto el ser como el bien son, como vemos, nociones unas de alguna manera o relativamente, lo que es propio, como sabemos, de las nociones cuya unidad lógica es la analogía. Ahora bien, si son nociones unas no absolutamente, sino de alguna manera, lo son en tanto que universales. En efecto, al igual que el ser es dicho en la sustancia -por ejemplo, como hombre-, en la cualidad -como blanco-, o en la cantidad -como igual-, siendo la sustancia, la cualidad y la cantidad modos propios de decirse el ser -la sustancia es a su ser propio, como la cualidad y la cantidad-, lo mismo ocurre con el bien: éste no es sólo dicho por relación a las categorías del ser -es decir, no es sólo que Dios sea a la quididad, como la virtud a la cualidad y la justa medida a la cantidad-, sino que, como la quididad es la bondad propia de dios, la cualidad es la bondad propia de la virtud, la cantidad es la bondad propia de la justa medida, se puede añadir: dios es a su bondad propia, como la virtud es a su bondad propia, como la justa medida es a su bondad propia, lo que hace que las diversas relaciones de los sujetos a la bondad propia sea no idéntica sin más, sino de algún modo determinado, recogida igualmente en la expresión "como", en la medida en que todas ellas ejercen el bien según su modo propio y, en consecuencia, la relación subyacente entre las diversas relaciones de los sujetos es ella misma una

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proporción. Como atinadamente señala Muralt: "la unidad de la noción trascendental de bien dicha según la proporción expresa así universalmente la presencia formal, intrínseca y de alguna manera absoluta del bien en todas las cosas buenas, correspondientes a las categorías del ser", lo que no puede dejar de implicar "un orden de lo posterior a lo anterior, puesto que "hay, más allá de estos bienes múltiples, algún otro [bien] por sí que es causa para todos estos [bienes] de su ser-bueno"142y

por relación al cual todo bien es dicho"143. Por tanto, al igual que la sustancia, siendo por sí, es causa formal y material del resto de los seres, el bien por sí es causa eficiente y, sobre todo, final de la pluralidad de bienes.

La analogía del bien

En efecto, una vez vista la pluralidad de categorías -que sería preferible llamar modos- en que son dichos tanto el ser como el bien, explicitados lógicamente a través de la analogía de proporcionalidad propia, es preciso ordenar dicha pluralidad conforme a una criterio de anterioridad y posterioridad, dando entrada al segundo modo de la analogía, la analogía de atribución, contenida virtualmente en la polisemia expresada por la analogía de proporcionalidad propia. Este entrecruzamiento ineluctable de ambos modos de analogía -proporcional y atribución- hace estéril el debate planteado entre los comentaristas acerca de si la unidad de la noción de bien es simplemente análoga, como una proporción de cuatro términos144, o bien

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es una por relación a un primero eficiente o final -unidad pros hen-; pues, aunque Aristóteles denomine expresamente como analogía lo que ciertos escolásticos definieron como analogía de proporcionalidad propia, llamando no analogía, sino unidad pros hen, a lo que algunos de estos dieron en llamar analogía de atribución, lo cierto es que la analogía de proporcionalidad propia o simplemente analogía contiene -como no puede ser de otra manera- virtualmente a la analogía de atribución -la cual, a su vez, la expresa actualmente-, y, por tanto, en la medida en que ambas no pueden darse sino de forma mutua y recíproca en Aristóteles, la analogía comprende propiamente estos dos modos: unidad de proporción y de atribución.

Pues bien, a la vista de lo dicho recordemos el párrafo que ha sido objeto de tan diversas interpretaciones entre los comentaristas,145sin ver la razón común donde se asienta esa pluralidad...

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