Memoria histórica, desmemoria y amnesia

AutorExcmo. Sr. D. Rafael de Mendizábal Allende
Páginas347-454

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I Las leyes de la memoria histórica
1. Una nueva estrategia electoral

Felipe González Márquez, que había comenzado su brillante carrera política el año 1974 como "Isidoro"(de Sevilla) en Suresnes, no lejos de París, recordándole a Rodolfo Llopis para defenestrarle que "la guerra civil había terminado", olvidó tan sabia advertencia al final de sus tres lustros de gobierno, conseguidos en cuatro elecciones generales. De nada le sirvieron sus aciertos, muchos, en la gobernación del reino: la incorporación definitiva a la Organización del Atlántico Norte, tras un referéndum innecesario y perturbador, que descolocó a todos, propios y extraños; la entrada en la Comunidad Económica Europea, la valiente reconversión industrial, la bonanza económica en el último tramo de esa década, la estabilización institucional y la modernización del país con una prudente actitud socialdemócrata. Sin embargo, el oficio de la política es duro y en su

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ejercicio pesa más un error que noventa y nueve aciertos. Lo dijo ya Shakespeare en palabras lapidarias y lo comprobó Churchill en 1945 cuando el pueblo inglés le agradeció la victoria desmontándole del poder en el mismo instante de alcanzarla. Sin embargo, el balance de su gestión al comenzar la década siguiente, última del siglo XX, hasta entonces muy positivo, lo desequilibró el acoso por las acusaciones de "guerra sucia" contra el terrorismo, echando mano incluso del "crimen de Estado" y por la corrupción generalizada en el manejo de los "fondos reservados", con el Director de la Guardia Civil y la cúpula del Ministerio del Interior en la cárcel, donde también se encontraban alojados el Gobernador del Banco de España y la directora del Boletín Oficial del Estado, sin olvidar el aumento del desempleo hasta niveles muy altos y el creciente déficit presupuestario que ponía en peligro la incorporación de España a la "zona del euro".

En ese momento de crisis profunda, alguien en la madrileña calle de Ferraz, donde se asienta el Partido Socialista Obrero Español, tuvo una brillante idea, más que eso, genial, y no utilizo sarcásticamente el calificativo. Para contrarrestar el "tsunami" judicial, parlamentario y mediático y sus previsibles repercusiones electorales que acabarían con el "felipato" de catorce años, casi un "régimen" que sin la mugre podría haberse prolongado aún más, ese lúcido estratega cuyo nombre desconozco pero sospecho, sugirió que se invocara a Francisco Franco1en su ayuda como en la Reconquista los cristianos gritaban ¡Santiago y cierra España!. El anterior Jefe del Estado había muerto según parece el 20 de noviembre de 1975 y la mayoría de sus partidarios en vida habían desaparecido o estaban en sus casas pacíficamente disfrutando de la jubilación. Los ciudadanos españoles con veinte años de edad a la sazón habían nacido después de su reposo en el Valle de los Caídos y los que contaban treinta no habían llegado a enterarse de lo que fuera su Régimen, desarticulado en los tres años siguientes y sustituído por un sistema democrático auténtico y pleno, la monarquía parlamentaria dentro de un Estado social de Derecho según la Constitución de 1978. Así pues, resultó que sus enemigos en la guerra y en la paz le necesitaban con apremio. Bien es verdad que, según advirtió don Álvaro de Figueroa y Torres, Conde de Romanones, "los amigos suelen abandonarnos a la hora de la desgracia; los enemigos nos siguen hasta la muerte". Se le pedía o más bien se le obligó a que prestara velis nolis un último servicio, last but not least, último pero no menos importante, dicho sea en los dos idiomas imperiales: hacer de adarga del partido socialista

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primero y ser luego su ariete contra el Partido Popular. El truco funcionó y salvó a Felipe González en las elecciones de 1993 aunque no pudo impedir la derrota en las de 1996, pero frenó el desplome del partido.

La operación no por simple era menos efectiva dentro de la psicología de masas. Consistía en sacar a relucir las atrocidades ciertas, que las hubo y muchas, otras exageradas y algunas inventadas, pero arropadas todas bajo el manto de la "represión", nunca practicada por los republicanos, claro, que se habían cometido a partir del 18 de julio de 1936 por su gente y descargarlas sobre los hombros del autócrata, demonizándole y convirtiéndole así en un monstruo a cuyo lado Frankestein resultaría ser el Doncel de Sigüenza. Para ello se utilizaron todos los ladrillos disponibles: tono y timbre de voz, estatura, complexión, número de los testículos, practicando a su espectro un psicoanálisis de vía estrecha. En suma, un cúmulo de mal sin mezcla de bien alguno. Los errores y las barbaridades de todos se polarizaron directamente en él y sus aciertos, si alguno se le reconoció, fueron achacados a sus colaboradores. Se prefirió la caricatura del personaje a su retrato, llegándose a veces al esperpento, y una vez identificado así como culpable de todo, incluso de lo que está sucediendo ahora, su herencia se transfirió íntegramente al Partido Popular, inexistente en la República y durante la dictadura. No importaba. Era la deshumanización del enemigo, la técnica estaliniana que precedía al asesinato, la infamia como presupuesto del tiro en la nuca que aquí no pudo ser. El guiso se completó con la amnesia de los errores y crímenes cometidos por los contrarios. Un montón de huesos con algún resto del uniforme de capitán general y unos botones metálicos dorados fueron recompuestos con presteza y subidos a Babieca para que librara una última batalla a favor de sus enemigos de antaño.

Ésta fue la causa de que en los últimos años del siglo XX reverdeciera la preocupación por revolver más que conocer el pasado y se avivara el recuerdo de una época ya lejana, la que comenzó el 14 de abril de 1931 y puede darse por terminada a estos efectos en 1955, entre la proclamación de la República y el levantamiento del ostracismo internacional con la admisión de España en la Organización de Naciones Unidas, porque en la segunda etapa 1955-1975 ya vivían y coleaban quienes ahora se mueven y más vale andarse con cuidado. Para tal fin se desató una ofensiva propagandística sobre la guerra de los mil días y la Segunda República que la había incubado. Desde entonces se han publicado miles de páginas en centenares de libros de variado pelaje y distinto peso específico, e innumerables artículos en diarios y revistas, abundando por otra parte los reportajes o documentales cinema-tográficos y las películas mercenarias, así como programas de televisión descaradamente sectarios en los dos canales de Televisión Española y en algún otro como el sedicente Canal de Historia, todo ello financiado con subvenciones salidas de los fondos públicos. En realidad, so capa de la "memoria histórica" se inyectaba así en

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vena a la sociedad actual la versión comunista de lo sucedido setenta años antes a través del celuloide, la cinta magnética y el papel.

En esta avalancha arrolladora donde hay de todo pero en mucha parte deleznable, la gran mayoría de lo que se ofrece al público tiene el sello inconfundible de la revancha, desquite verbal pero revancha al fin, con descalificaciones arbitrarias y un evidente tufo de propaganda bélica fuera de lugar, tiempo y ocasión. Se trata de darle la vuelta al resultado de la contienda y ganar sobre el papel una guerra en la que unos vencieron, otros fueron derrotados y todos perdimos hace 70 años por motivos que los propios vencidos explicaron en su día con mayor objetividad y honestidad intelectual que sus "nietos" ahora2. Así lo ha reconocido algún historiador de hoy que a la salida de un congreso recomendó a sus colegas "magnanimidad" en este nuevo e invertido 1º de abril electoral. Con que él y muchos de sus colegas, o más bien correligionarios, hicieran un esfuerzo por ser auténticos profesores y no agit-prop se conformarían los ciudadanos no asilvestrados. La historiografía actual, menos respetuosa de la verdad que los testimonios de los enemigos en el acaloramiento de la lucha, protagonistas y antagonistas de la Historia, niega lo evidente, silencia las voces discordantes, esconde o trocea datos, da por ciertas hipótesis o suposiciones y hace juegos malabares con juicios de intenciones, quita y pone a placer manipulando sin parar. Es el reflejo de la descomposición de la Historia que Stalin hizo suya sobre el pedestal de la mentira como regla, servida a su vez por el terror en la Unión Soviética que duró con sus "archipiélagos Gulag" hasta el derrumbamiento del "muro de la vergüenza" en Berlín el 9 de noviembre de 1989.

Esta avenida tumultuosa y desbordada, que se lleva la verdad por delante arrollándolo todo, se hizo más radical y agria a partir de 2004 por la necesidad acuciante de actualizar aquella trágica...

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