Las matrices culturales del constitucionalismo europeo

AutorFrancesco di Donato
Páginas297-304

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Al agradecer al ilustre Maestro, Profesor José María García Marín, por haberme invitado a esta sede universitaria tan prestigiosa y distinguida, permítanme, estimados estudiantes, que comience mi lección con un auspicio que es, al mismo tiempo, un apasionado consejo para la vida. Sepan ustedes que los resultados importantes, grandes o pequeños que sean, se obtienen con un espíritu de observación critico y abierto, capaz de inmunizar nuestra mente del veneno del sectarismo y el dogmatismo. Desde los años juveniles y sobre todo durante los mismos, la mente humana tiene que entrenarse para distinguir los sueños de la realidad, aspiraciones programáticas de constataciones empíricas. Esto no significa de ninguna manera que se debe renunciar a los sueños y a las utopías: es justo que cada uno cultive las suyas, dado que como afirma Max Weber: «no se consigue lo posible si no se intenta una y otra vez lo imposible». Pero esto significa privilegiar en el análisis de los fenómenos políticos, jurídicos y, más lato sensu, sociales, la «verdad concreta de aquella “cosa” de la que habla Niccolò Maquiavelli, el padre de aquel realismo moderno que atraviesa todo el pensamiento occidental y obtiene durante el siglo XX sus frutos más maduros en el mismo Weber y en John Dewey.

El amor por lo ‘relativo’ es el fundamento de la investigación. Y la investigación es el fundamento de la sociedad moderna. Esta sociedad es, en todo caso y con todos sus defectos –como bien sabe quien practica las disciplinas históricas– aquella en la que la vida es menos peligrosa y más agradable, más larga y más pacífica; aquella en la que los seres humanos pueden realizar con menor dificultad sus propios sueños y sus propias aspiraciones incluso las que parecían más inalcanzables e imposibles; aquella en la que las condiciones higiénicas alcanzaron estándares elevados; aquella en las que la atención médica (sanitaria) es más eficaz; aquella en la que los cambios políticos no son fruto de violencia física y derramamiento de sangre. En síntesis, aquella en la que el proceso de

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civilización (para usar la célebre expresión de Norbert Elías), determinado sobre todo por el desarrollo prodigioso de la estatualidad, se afirma con mayor arraigamiento produciendo aquellos efectos benéficos que muchos estudiosos, desde Talcott Parsons hasta Niklas Luhmann, han descrito con gran eficacia sintetizándolos en el concepto de «sistema social». Estatualidad no significa estatismo, formalismo jurídico y exceso de burocracia que desborda fácilmente del mundo de los papeles al mundo de las acciones virtuosas y acaba por contaminar hasta los sentimientos más profundos convirtiéndose en una verdadera visión del mundo, como nos demuestra en la pièce “La carta recomendada” de un gran comediógrafo francés de principios de siglo XX, Courteline. Estatualidad significa, en cambio, el espíritu de las instituciones (para usar la expresión de Denis Richet, uno de los maestros de la historiografía francesa), tendencia a la cooperación social y a la solidaridad para con los semejantes y para con todas las formas de vida que coexisten con nosotros.

Es evidente que esta descripción no puede referirse a todo el planeta, sino sólo a las sociedades más desarrolladas, de las cuales en particular las occiden-tales y europeas constituyen su mayor expresión. Nuestra vieja Europa, que hoy parece vivir en profunda crisis y en un consiguiente momento de preocupación, aun así sigue siendo un dépôt (empleo con entusiasmo el término que Montesquieu utilizó para el saber jurídico) de saberes, de sentimientos políticos, de gustos estéticos, de estructuras racionales, que sólo un ataque de absoluta locura podría desconocer y destruir. Nadie puede negar que atravesamos un momento de profunda crisis, que no es sólo económica, sino que encierra en sí las presiones y las aspiraciones a un orden social más correcto y abierto y amplio, dónde la riqueza se distribuya mejor y las desigualdades disminuyan en vez de aumentar. Sin embargo nadie podría cambiar este cono de sombra con la oscuridad total y sin esperanza. Como ha escrito Luc Ferry en un excelente panfleto1, tenemos que estudiar cuidadosamente las razones profundas de este momento difícil para poder «enfrentar la crisis» sin histerias y paroxismos intelectualísticos, con aquel sentido de realismo que caracteriza el esprit scientifique eficazmente descrito por Gaston Bachelard2.

Si observamos con espíritu receptivo y crítico todo lo que las mejores mentes del espíritu europeo han sabido darnos no podemos sino detenernos a reflexionar sobre las grandes virtudes que dicho espíritu ha sabido producir. Y eso no por autocomplacencia o por glorificación de sí mismos, sino al contrario porque es sólo a través de la meditación de la obra de nuestros ‘clásicos’ que podemos hallar (con palabras de Dante Alighieri) la ruta, saliendo de la selva oscura, en la que nos hemos extraviado.

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Entre los muchos ejemplos que podemos encontrar al respeto, existe un opúsculo, recientemente publicado que reproduce una espléndida conferencia que Albert Camus pronunció en Atenas en 1955 sobre El futuro de la civilización...

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