Manuel Ballbé Prunés: semblanza de su vida y de su obra

AutorJesús González Pérez
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Administrativo
Páginas35-49

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Los que integráramos el grupo que, con el nacimiento de la Revista de Administración Pública, acometió la tarea de poner al día científicamente nuestro Derecho Administrativo, conocimos a Manuel Ballbé Prunés el curso 19431944.

Había llegado a Madrid, después de doctorarse el curso anterior, a hacer oposiciones a cátedra de Derecho Administrativo. También había venido otro catalán, con la misma finalidad, Laureano López Rodó. Los dos muy jóvenes, conscientes de que en aquellas primeras oposiciones no iban a obtener ninguna de las cátedras que se trataba de proveer. Porque una era la de Salamanca, que entonces todavía los tribunales reservaban a don José M.a Gil Robles, último titular de ella. Y la otra se sabía estaba destinada a un viejo ayudante de la cátedra de don José Gascón y Marín, al que correspondía por escalafón.

Al acabar aquellas oposiciones, Manuel Ballbé volvió a Barcelona. Laureano López Rodó, con el sentido práctico que siempre tuvo, se quedó aquí, donde estaba una buena parte de los catedráticos de Derecho Administrativo, y, por tanto, de los que habría de salir más de uno de los miembros del tribunal que juzgaría las siguientes oposiciones.

El curso siguiente tuvieron lugar las oposiciones para cubrir las cátedras de Santiago de Compostela y de Murcia. Esta vez, solo opositaron López Rodó y Ballbé. Y los dos aprobaron, por este orden.

Asistimos a aquellas oposiciones todos los que aquí nos movíamos en el ámbito del Derecho Administrativo. Y en ese partido que siempre se toma a favor de uno de los opositores, los que estábamos en Madrid y habíamos convivido con él, optamos por el de Laureano.

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Aunque siempre queda rastro de la rivalidad una vez terminadas las oposiciones entre los que han combatido y sus seguidores, en aquella ocasión las heridas -si es que existieron- cicatrizaron pronto. Los que habíamos estado al lado de Laureano acabamos siendo grandes amigos de Ballbé y entre ellos y nosotros existió a lo largo de los años una estrecha colaboración, concretada en importantes tareas legislativas.

Manuel fue uno de los destacados colaboradores de la RAP. Ya en el número 4 publicó un trabajo sobre uno de los temas que entonces mostraba especial interés ("Las reservas dominiales. Principios", págs. 75 a 91) y pronto fue uno de los miembros del Consejo de Redacción, hasta su muerte. Fue el primero de nuestros caídos. Como decía Eduardo García de Enterría en el "In memoriam" que encabezó el número 8 de la revista, "el día 25 de julio de 1961 falleció en plena juventud, víctima de accidente, el profesor Manuel Ballbé Prunés, miembro de nuestro Consejo de Redacción. Esta trágica muerte marca de luto por vez primera las filas de los administrativistas reunidos alrededor de esta revista y significa también una pérdida ingente para la ciencia jurídica y la universidad españolas".

Yo recibí la noticia a última hora de la mañana de aquel día, en El Escorial. Fue Margarita, la secretaria de Laureano López Rodó, la que llamó desde la Presidencia del Gobierno. No me lo podía creer. Era imposible que "Manolín", como le llamaban los magistrados de la sala 3" del Tribunal Supremo1 hubiera muerto, cuando le había visto pleno de salud y buen humor, hablando con mi hija en el hospital (se había roto una pierna) la conversación con una grabadora que entonces llevaba consigo casi siempre. Cuando aquella misma mañana logré reaccionar, pregunté a Margarita si Laureano pensaba ir al entierro y, al decirme que sí, le pedí por favor que me reservara plaza para acompañarle en el mismo vuelo que él eligiera.

Vale la pena que recuerde aquel vuelo, porque pone de manifiesto la personalidad y autoridad de López Rodó, como recordé en mi intervención en la sesión necrológica que tuvo lugar en la Academia de Ciencias Morales y Políti- cas2.

La Ley de Régimen Jurídico de la Administración del Estado aprobada por Decreto de 25 de julio de 1957 creaba la figura del secretario general técnico. Y Laureano lo fue de la Presidencia del Gobierno. Y lo fue efectivamente,

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ejerciendo con la confianza de Carrero Blanco, todas las funciones que le asignaba el artículo 19 de aquella Ley y bastantes más. No le ocurrió como a algún otro, que al ser nombrado secretario general técnico, se lo creyó, intentando ejercer aquellas funciones que la Ley le atribuía y, naturalmente, fue cesado. Esto le ocurrió a César Albiñana en el Ministerio de Hacienda.

La tarde que fuimos juntos a Barcelona para asistir al entierro de Ballbé, al salir de la Presidencia del Gobierno surgió a última hora no sé qué asunto importante, por lo que llegamos a Barajas con el vuelo cerrado y empezadas las operaciones de despegue. Así nos fue dicho por el empleado de turno al presentarnos a retirar la tarjeta de embarque. Entonces, Laureano dijo: "soy el secretario general técnico de la Presidencia del Gobierno y me es imprescindible tomar ese avión".

Naturalmente, aquel empleado no tenía ni la más remota idea de qué era un secretario general técnico, pero ¡cómo diría aquello Laureano!... Porque el empleado se puso inmediatamente en contacto con la torre de control. No sé qué argumentos esgrimiría, pero lo cierto es que se paralizó la operación de despegue, hasta que nosotros llegamos al avión. Podéis imaginaros las caras con que fuimos recibidos por el pasaje.

Ya en el avión, como en Laureano era inconcebible la inactividad, decidió preparar un artículo con destino al número de La Vanguardia del día siguiente. Para lo que me pidió ideas. Una que le indiqué -y que recogió- fue destacar que si Ballbé no había dejado mucha obra escrita era porque -como él solía decir- escribía para el Boletín Oficial del Estado. Al llegar a Barcelona, el borrador del artículo estaba terminado. Cuando poco después entraba en casa de Ballbé, no pude reprimir la emoción, que recuerdo descargué en los brazos de Fabián Estapé.

Nuestro buen amigo Juan Ignacio Bermejo, entonces secretario del Ayuntamiento de Barcelona, me arrancó de la compañía de la familia y amigos y me llevó a cenar a su casa, donde dormí para volver pronto a la mañana siguiente hasta la hora del entierro, cuya presidencia oficial ostentó López Rodó, al que se refirió el maestro de ambos, don José María Pi Suñer, que se encontraba en Newmarket, en una sentida evocación que hizo en la revista Documentación Administrativa3.

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Ninguna de las numerosísimas necrológicas que aparecieron a raíz de su muerte en la generalidad de las revistas jurídicas de toda España y en los periódicos y revistas de Cataluña4, dejaron de destacar el excepcional jurista que fue Manuel. Y lo fue en todas las facetas en que se proyecta la realización del Derecho, que empezó en un despacho de abogados. Así lo describió con su precisión acostumbrada. Entraría en la necrológica que hizo nuestra RAP: "Fue justamente la autenticidad de su experiencia de jurista -dijo- la que le llevó a la necesidad de asegurar y desenvolver la teoría, y la que finalmente le hizo un campeón de la ciencia jurídica y profesor universitario. Ballbé no fue llevado al terreno científico por una simple y abstracta capacidad especulativa, aunque en él esta fuese en verdad excepcional, sino por una interna exigencia de su vivencia práctica del Derecho. Por eso no fue como teórico un hombre que hiciese de la ciencia jurídica un menester convencional o que se limitase a clasificar y sistematizar didácticamente una materia mostrenca, sino, por el contrario, y de nuevo, un constructor de soluciones, un explorador de rutas nuevas que permiten llegar más derechamente a respuestas justas respecto de problemas concretos. Esto no le impidió arriesgar sus conceptos hacia construcciones abstractas, capaces muchas de integrarse en una verdadera teoría general del Derecho".

Nos dejó pocas obras escritas. Y no precisamente por la brevedad de su vida, sino porque como él solía decir -y he recordado al describir el viaje a su entierro- escribió en el BOE. Por esta razón voy a referirme especialmente a su colaboración en las tareas legislativas. Que no estuvo limitada a ser un asesor de los departamentos ministeriales, cuyas competencias estaban reguladas por los anteproyectos que debían preparar, sino que llegaban a algo más: que al revisar las observaciones que a estos se hiciera les diera una redacción tan clara y precisa, que pasaban a ser proyectos sin apenas modificación y al no cesar su intervención en el proceso legislativo, que el texto llegara al final conservando las ideas básicas iniciales, sino con su texto original, sí con el estilo de su autor.

Los últimos años de la vida de Manuel coincidieron en buena parte con la que Javier Delgado Barrio llamó "década prodigiosa del Derecho Administra-

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tivo español", que inicia con la Ley de Expropiación Forzosa de 1954 y cierra con la Ley General Tributaria de 1964.

Ballbé tuvo una intervención muy destacada en la Ley del Suelo de 1956, la Ley de la Jurisdicción Contencioso-administrativa del mismo año, y la Ley de Procedimiento Administrativo de 1958, aparte de la Ley Especial del Municipio de Barcelona. Su muerte le impidió participar en la comisión encargada de elaborar el anteproyecto de la Ley General Tributaria, y yo ocupé la vacante que dejó.

Si corta fue la obra escrita que nos dejó, fue suficiente para mostrarnos las bases de un Sistema de...

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