Maltrato y sociedad, adecuación a una nueva realidad Social

AutorGabriela Boldó Prats
Páginas14-26

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La violencia de género no es un fenómeno aislado de hombre a mujer, en él indicen mucho más factores, la ONU destaca, entre otras, la crisis económica actual, que ha comportado un aumento del desempleo y de la pobreza, que se ha traducido en recortes en el gasto social, en la salud y en la educación, lo que hace a las mujeres más vulnerables a la explotación o a la violencia y tiene un efecto negativo en la igualdad general entre los géneros.

Es preciso un enfoque sistemático y holístico, entendiendo holístico como el análisis de cada realidad como un todo distinto de la suma de las partes que lo componen. De modo que debe analizarse la realidad de la sociedad que hemos creado y de las diferentes realidades de que parte cada pareja, para determinar si hay maltrato en ese ámbito doméstico que legitime el ius puniendi del Estado o si, por el contrario, la realidad que envuelve a esa familia aconseja la no intervención. No se puede afirmar de manera genérica que todos los hombres son maltratadores por el hecho de ser hombres o que todas las mujeres son víctimas de violencia de género por el hecho de ser mujer, puesto que una afirmación de este tipo no es justa y no se ajusta a la realidad social.

Las causas de dicha violencia han sido examinadas desde diversas perspectivas teóricas y en diversos contextos, llegándose a la conclusión de que no hay una causa única que explique adecuadamente la violencia contra la mujer. Esta violencia no puede ser atribuida únicamente a factores individuales, condiciones socioeconómicas o factores de relación. Se trata de una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre hombres y mujeres y de la discriminación sistémica basada en el género. De ahí que deba acudirse a la sociedad actual para ver si realmente existen todavía estas relaciones de poder, y, si efectivamente la relación heterosexual que se plantea cuando hay un supuesto de violencia sobre la mujer atiende o no a esta situación ancestral, a esta situación de discriminación o de poder, de machismo, patriarcal, y, si es así, en qué nivel se halla y si es constitutiva de maltrato.

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Para ello siguiendo las explicaciones de la Dra. Barea, en su libro: el maltratador, como ex marido y como padre, considero necesario distinguir, en los términos realizados por ella, como especialista de la materia, cuales son las fases de la agresión psicológica, distinguiéndolas en base a si hay intención de maltratar o no, y, como se produce la evolución de una fase a otra.

Fases de la agresión psicológica
1 Desigualdad sin ánimo de dañar

En esta primera fase lo que se da es una desigualdad en la pareja, en la que se refleja el patrón patriarcal del que se ha nutrido nuestra sociedad durante muchos siglos, y, desafortunadamente sigue arraigado en nuestra sociedad en varios hogares familiares.

Es el patrón que todavía se transmite, se justifica y se fomenta desde algunos sectores sociales mayoritarios, siendo muestra de ellos ciertos programas y series de televisión, así como también algunos mensajes emitidos desde los medios de comunicación. Este patrón se transmite también a partir de algunas canciones de moda entre jóvenes y se observa en las conversaciones a pie de calle.

Este patrón parte de la idea o del criterio de masculinidad en la que se ejerce una discriminación selectiva sobre la mujer, sin ánimo de dañar, por modelo social impuesto. Estas conductas parten de una mentalidad patriarcal en la que el hombre, en el hogar, puede hacer y deshacer según le convenga, en la que él ejerce el dominio y la posesión sobre las cosas que hay en ese domicilio.

El patriarcado "en su sentido literal significa gobierno de los padres. Históricamente ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejercía el varón jefe de la familia, dueño del patrimonio del que formaban parte los hijos, las esposas, los esclavos y los bienes".

Esta primera fase responde a un aprendizaje cultural que normaliza la discriminación sexista y la permisividad frente al maltrato, prueba de ello son comportamientos cotidianos tales como que el hombre no asume como suyo el trabajo del hogar y lo deriva a la mujer a quien también le atribuye las labores de crianza, de cuidado de las personas y de vínculos emocionales. No es nada infrecuente ver programas de televisión, en principio de humor, en los que el gag clásico parte de la imagen en la que el hombre está sentado en el sofá, con las zapatillas puestas y con una cerveza en la mano, y, la mujer está

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preparando la cena, agobiada, cansada, de un lado para otro. Ante esa situación el gag parte de la burla hacia la mujer que se siente superada por la pasividad del marido y se la ridiculiza tratándola de histérica, ante la absoluta pasividad de la pareja que sigue a su aire, sin mover un dedo hasta que opta por ir a tomar una cerveza al abr con los amigos porqué allí se está más tranquilo; otro ejemplo cotidiano puede ser la del hombre que colabora en las labores domésticas, por ejemplo haciendo las camas, y cuando lo comenta a su entorno de amigos, chicos, éstos se ríen de él considerando que su masculinidad ha quedado en entredicho; otro ejemplo podría ser el del marido que llega al domicilio después de una jornada de trabajo como la mujer, puesto que, en la mayoría de hogares la mujer también trabaja, y, por una actitud aprendida él le exige la cena, o, si no hay exigencia, el opta por sentarse y esperar a que la cena esté hecha y servida, mientras mira la tele o se encierra en la habitación o habla por el móvil.

En ninguna de estas situaciones la sociedad reprende al hombre por su falta de empatía con la mujer, por su falta de corresponsabilidad en las tareas del hogar, sino que muchos se posicionan en el lugar del hombre en lugar del de la mujer, ya que aplaudir al hombre es una actitud aprendida por la sociedad fruto de la tradición histórico cultura, que precisa de un cambio social para actuar como prevención de la violencia de género.

Asimismo se abusa de la capacidad femenina de cuidado y se le traspasa las responsabilidades en cuidar de la pareja, de los hijos, de los vínculos sociales y familiares, del cuidado de los enfermos como puedan ser los padres de él y los hijos de él de anteriores relaciones, es decir la mujer normalmente se acuerda o debe acordarse de los cumpleaños, de comprar los regalos en nombre de la familia, de hacer quedar bien al marido, de llevar a los hijos al médico en sus horas de trabajo, y, por lo tanto pedir ausentarse del trabajo por asuntos propios, y, estar pendiente, en su caso, de la medicación en caso de enfermedad, pensando que al hombre no se le puede preocupar con dichas cosas, por la concepción arraigada en de que son cosas de mujeres, y que si la mujer no se encarga de dichas tareas es una mala esposa o pareja, asumiendo dicha actitud como la que corresponde a la mujer en el ámbito de la pareja.

De modo que estos ejemplos permiten darnos cuenta de que pese a que partimos de un deber de corresponsabilidad en el cuidado de lo íntimo, del hogar y de sus habitantes, en el ámbito íntimo familiar dicho deseo es sólo un deseo y no una realidad Él actúa como ayudante sin una involucración plena, sin una igualdad en deberes, derechos y obligaciones.

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Ante esta sobrecarga que padece la mujer, el hombre asume funciones menos engorrosos y ante las reclamaciones de ella él sabotea la comunicación, por qué no quiere darle poder, no quiere pactar con ella porque existe la idea arraigada de que él no puede dejarse mangonear por una mujer, actitud que conlleva la creencia de que el hombre es quien...

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