El malestar en la globalización
Autor | Joseph E. Stiglitz |
EL MALESTAR EN LA
GLOBALIZACIÓN
JOSEPH E. STIGLITZ1
Premio Nobel de Economía 2001
Taurus
Madrid, 2002 (314 páginas)
El profesor Stiglitz escribe el presente
libro porque, como economista jefe y vicepresidente
senior del Banco Mundial, comprueba,
de primera mano, «el efecto devastador
que la globalización puede tener sobre los
países en desarrollo, y especialmente sobre
los pobres en esos países». Define la globalización
como «la supresión de las barreras al
libre comercio y la mayor integración de las
economías nacionales». Desde las primeras
páginas reflexiona sobre: ¿Por qué la globalización
ha llegado a ser tan controvertida?
Aunque la globalización presente facetas
negativas, a menudo ofrece beneficios. La
apertura al comercio internacional ayudó a
numerosos países a crecer mucho más rápidamente.
La ayuda exterior ha beneficiado a
millones de personas gracias a proyectos
financiados por el Banco Mundial. Quienes
vilipendian la globalización olvidan a menudo
alguna de sus ventajas. Manifiestan que
la globalización no ha conseguido reducir la
pobreza ni garantizar la estabilidad; y que la
globalización ha tenido efectos negativos en
la liberalización comercial. Es cierto que los
beneficios de la globalización han resultado
en demasiadas ocasiones inferiores a lo que
sus defensores reivindican. El profesor Stiglitz
pregunta: ¿Qué es este fenómeno de la
globalización, objeto simultáneo de tanto
vilipendio y tanta alabanza? Concluye que,
fundamentalmente, «es la integración más
estrecha de los países y los pueblos del mundo
».
Las tres instituciones principales que
gobiernan la globalización son el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el Banco
Mundial (BM) y la Organización Mundial del
Comercio (OMC). El profesor Stiglitz se ocupa
especialmente del FMI y del BM, que son
instituciones protagonistas dominantes de la
economía mundial y los países que buscan su
ayuda aspiran a obtener su «sello de aprobación
» para lograr un mejor acceso a los mercados
internacionales de capitales. Los
miembros de estas instituciones financieras,
suelen estar muy vinculados con la comunidad
financiera. Estas personas ven el mundo
a través de los ojos de la comunidad financiera.
No sorprende, como explica el autor, que
las políticas de las instituciones internacionales
demasiado a menudo se ajusten en función
de intereses comerciales y financieros de
los países industrializados avanzados
La globalización en sí misma no es buena
ni mala. Tiene el poder de hacer un bien enorme
pero a muchos les parece cercana a un
desastre sin paliativos. Tenemos un proceso
de «globalización» análogo a los procesos
anteriores en los que se formaron las economías
nacionales. Tres instituciones -el Banco
Mundial, el FMI y la OMC- y unos pocos participantes
?los ministros de Finanzas, Economía
y Comercio, estrechamente vinculados a
intereses financieros y comerciales? controlan
el escenario, pero muchos de los afectados
no tienen casi voz. Ha llegado el momento de
cambiar algunas de las reglas del orden económico
internacional. El coste de seguir con
la inestabilidad global es muy grande. La globalización
puede ser rediseñada y manejada
equitativamente, a fin de que el crecimiento
resulte más sostenible y que sus frutos se
compartan de manera más justa.
Una de las «promesas rotas» es la de «un
mundo sin pobreza». El FMI tiene un papel
definido en la asistencia internacional. Analiza
la situación macroeconómica de cada país
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Profesor en la Universidad de Columbia, Estados
Unidos. Fue asesor económico del gobierno de Bill
Clinton y también ha sido economista jefe y vicepresidente
senior del Banco Mundial.
receptor y le preocupa particularmente la
inflación. Si un país no cumple con unos
requisitos mínimos, el FMI suspende su ayuda.
Es razonable que el BM y el FMI no presten
a países sin un buen esquema macroeconómico.
Sin embargo, una entidad de cierto
tamaño como el FMI le resulta arduo conocer
con detalle todas las economías del mundo.
Los temas del desarrollo son complicados, y
en muchas facetas los países subdesarrollados
presentan dificultades muy superiores a
las de los países más desarrollados.
La desproporción del poder entre el FMI y
los países «clientes» inevitablemente genera
tensiones entre ambos, y la conducta del FMI
en las negociaciones exacerba una ya difícil
situación. Al dictar los términos de los acuerdos,
el FMI de hecho ahoga cualquier discusión
con el Gobierno cliente sobre políticas
económicas alternativas. A los países se les
marcan objetivos estrictos. Los acuerdos
establecen qué leyes deben aprobar los parlamentos
y en qué plazos. Estos objetivos reciben
el nombre de «condiciones». Las condiciones
trascienden la economía e invaden áreas
que corresponden realmente a la política.
Varias razones explican el fracaso de las condiciones.
La más básica: la fungibilidad del
dinero. Otras, simplemente, que las condiciones
son erróneas o que las «políticas» recomendadas
no sirven ni para el desarrollo ni
para la estabilidad económica.
En cuanto a «libertad de elegir», la austeridad
fiscal, la privatización y la liberalización
de los mercados fueron los tres pilares aconsejados
por el Consenso de Washington
durante los años ochenta y noventa. Sus políticas
fueron diseñadas para responder a problemas
muy reales de América Latina, y tenían
mucho sentido. El FMI propició enérgicamente
la privatización y la liberalización a
ritmo muy rápido.
El modo en que se privatiza cuenta mucho.
Por desgracia el FMI y el Banco Mundial han
abordado los problemas con una perspectiva
estrechamente ideológica. La privatización
muchas veces no logró los beneficios augurados.
Las dificultades derivadas de esos fracasos
han suscitado antipatía hacia la idea misma
de la privatización. El FMI arguye que es
muy importante privatizar a marchas forzadas;
más tarde será el momento de ocuparse
de la competencia y la regulación. Así, la privatización
se implanta a expensas de los consumidores
y de los trabajadores. Hay costes
sociales relacionados con el paro que las
empresas privadas no toman en cuenta. La
privatización ha sido objeto de abundantes
críticas porque destruye puestos de trabajo.
Es importante reestructurar las empresas
públicas, y con frecuencia la privatización es
un modo eficaz de lograrlo. Pero la privatización
debe ser parte de un programa más
amplio, que implique la creación de empleo
para amortiguar el desempleo creado por las
privatizaciones.
Por su parte, la liberalización como supresión
de interferencias públicas en los mercados
financieros y de capitales, y de barreras
al comercio, tiene muchas dimensiones. El
único aspecto de la liberalización que goza de
amplio respaldo es la liberalización comercial,
ya que se supone que expande la renta de
un país porque desplaza los recursos de
empleos menos productivos a más productivos.
La liberalización del mercado de capitales
no tiene tan amplio consenso. El FMI
defiende la liberalización del mercado de
capitales con el razonamiento «los mercados
libres son más eficientes; la mayor eficiencia
se traduce en mayor crecimiento». Los partidarios
de la liberalización también esgrimen
que la liberalización fomenta la estabilidad al
diversificar las fuentes de financiación.
El autor hace una crítica fundamental al
enfoque del consenso entre el FMI y Washington:
no reconocer que el desarrollo
requiere una transformación de la sociedad.
Algunas estrategias del FMI han fracasado y
retrasaron la agenda del desarrollo al corroer
innecesariamente el tejido social. El éxito del
desarrollo necesita la estabilidad social. Los
disturbios dañan el tejido social del país, agu-
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dizando la depresión. La mala política social
deriva de una mala política económica.
Muchas veces la estrecha visión económica
del FMI imposibilita situar el problema en un
contexto más amplio. En los celosos cálculos
de la macroeconomía del FMI casi no hay
sitio para temas sociales.
Es importante prestar atención no sólo a lo
que el FMI incluye en su agenda sino también
a lo que excluye. El FMI incluye la fiscalidad
pero no la reforma agraria ni la regulación
del sector financiero. Por fortuna, la reducción
de la pobreza se ha transformado en una
prioridad creciente del desarrollo. La erradicación
de la pobreza exige recursos, y sólo
cabe obtener recursos mediante el crecimiento.
Las políticas concretas que producen el
crecimiento y reducen la pobreza (políticas de
ganancias para todos) son la reforma agraria
y el mejor acceso a la educación de los pobres.
Estas políticas proponen más crecimiento y
más igualdad.
El profesor Stiglitz presenta algunas facetas
dañinas para los pobres de las políticas
del Consenso de Washington (también denominadas
políticas correctas
) que no eran
previsibles. La liberación comercial acompañada
de altos tipos de interés, la liberación del
mercado financiero no acompañada de un
marco regulador adecuado, la privatización
sin políticas de competencia y vigilancia que
impidan los abusos de los poderes monopolísticos
destruyen empleo, crean paro, producen
inestabilidad económica y elevan los precios
al consumo. Los resultados de las políticas
promulgadas por el Consenso de Washington
no han sido satisfactorios. La tarea de las instituciones
económicas internacionales debería
haber sido aportar a los países los recursos
para adoptar, por sí mismos, decisiones
informadas, comprendiendo las consecuencias
y riesgos de cada opción. La esencia de la
libertad es el derecho a elegir, y a aceptar la
responsabilidad correspondiente.
El profesor Stiglitz analiza cómo las políticas
del FMI llevaron al mundo al borde de un
colapso global en 1997. La crisis económica
más grave desde la Gran Depresión. En su
opinión fueron las políticas del FMI y el Tesoro
de EEUU los que condujeron a la crisis del
este asiático. Incluso, en su opinión, las políticas
del FMI no sólo exacerbaron la recesión
sino que en parte fueron responsables de que
comenzara. La liberalización financiera y de
los mercados de capitales excesivamente
rápida fue probablemente la causa más
importante de la crisis, junto con políticas
erradas de los propios países. Concretamente,
la liberalización de la cuenta de capital
fue el factor más importante que condujo a la
crisis
. En este caso las rondas de errores del
FMI fueron largas. El FMI diagnosticó mal el
problema, la política fiscal que aconsejó fue
excesivamente austera, y las interacciones de
las políticas de «empobrecerse a uno mismo»,
por efecto contagio, «empobreció al vecino» y
la crisis se expandió. Los errores de política
monetaria continuaron al estrangular la economía
con altos tipos de interés. El FMI argumentaba
que estas políticas contribuían a
restaurar la confianza de los mercados en
esos países. La realidad fue que los errores
del FMI fueron costosos y difíciles de revertir.
La crisis del Este asiático fue una crisis del
sistema financiero que colapsó a las empresas
y provocó una carrera bancaria y una
reestructuración empresarial con fuertes costes
sociales y políticos. Con todo, los errores
más penosos fueron el riesgo de la agitación
social y política.
El fracaso del FMI durante los años ochenta
y noventa del siglo pasado, plantea interrogantes
sobre la manera en la que el FMI
enfoca el proceso de globalización. El profesor
Stiglitz cree que ha fracasado en su misión de
promover la estabilidad global y ayudar a los
países subdesarrollados. Hoy, los fundamentalistas
del mercado dominan el FMI; creen
que en general el mercado funciona bien y
que el Estado funciona mal. La consecuencia
es que el FMI suele fraguar políticas que
agravan las dificultades que pretenden arreglar
y permiten que estas se repitan una y
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otra vez. Para el autor, el FMI «ha perdido la
coherencia intelectual», tanto en los diagnósticos
como en los remedios. El FMI tiene objetivos
que suelen estar en conflicto. Actualmente
tiende a servir los intereses de las
finanzas globales en vez de servir intereses
económicos globales.
Para Stiglitz la globalización actual no
funciona. Se justifica al no funcionar para los
pobres ni para la estabilidad de la economía
global. No obstante, la globalización también
ha producido grandes beneficios. El problema
no es la globalización sino el modo en que ha
sido gestionada. Parte del problema radica en
las instituciones económicas internacionales,
como el FMI, el Banco Mundial y la OMC, que
ayudan a fijar reglas del juego. La demanda
de reforma es palpable. La globalización puede
ser rediseñada para que haga realidad su
buen potencial, y cree que las instituciones
económicas internacionales pueden ser rediseñadas
para garantizar que esto se logre.
No podemos anular la globalización. Está
aquí para quedarse. La cuestión es hacerla
funcionar y contar con instituciones públicas
globales que ayuden a establecer las reglas.
El cambio más fundamental requerido para
que la globalización funcione como debiera es
un cambio en la gobernanza. A falta de este
cambio fundamental, para garantizar que las
instituciones económicas internacionales respondan
mejor ante los pobres, el medio
ambiente y las amplias inquietudes sociales
subrayadas, hay que aumentar la apertura y
la transparencia de las mismas.
Con las reformas que presenta el profesor
Stiglitz y con una ayuda menos condicionada
y una deuda externa aliviada se lograría una
globalización más justa y más eficaz ?una
globalización con un rostro más humano?,
para elevar los niveles de vida, especialmente
de los pobres. Al contrario, si la globalización
sigue siendo dirigida como hasta ahora, la
globalización no sólo fracasará en la promoción
del desarrollo sino que seguirá generando
pobreza e inestabilidad. Si no hay reformas,
la reacción que ya ha comenzado se
extenderá y el malestar ante la globalización
aumentará. Esto sería una tragedia para
todos.
LUISFERNÁNDEZBRICEÑO
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