La magna carta: realidad y mito del constitucionalismo pactista medieval

AutorMiguel Satrústegui Gil-Delgado
Páginas244-262

Page 244

I Los orígenes de la Magna Carta

La Magna Carta es aprobada a finales del reinado de Juan I, más conocido como "Juan Sin Tierra", por el apodo que le había dado su padre, el Rey Enrique II de Inglaterra, en reconocimiento de que había perjudicado a Juan en el reparto de sus dominios, porque los había distribuido previamente entre sus tres hijos mayores.1

A pesar de su apodo, Juan llegó a reinar en 1199, por el fallecimiento prematuro de sus hermanos Enrique y Godofredo y como sucesor de su otro hermano, el Rey Ricardo (el famoso "Corazón de león"). Se trataba de una sucesión discutible, porque su derecho a la corona no era claramente mejor que el de su sobrino Arturo, hijo de Godofredo. En realidad, parece que la candidatura de Juan prevaleció sobre la de Arturo porque este último, como Conde de Bretaña, se hallaba bajo la influencia del Rey de Francia, Felipe II (conocido como Felipe Augusto), y era percibido como un peligro para la independencia de Inglaterra (como se confirmaría en la posterior guerra entre Juan y Felipe Augusto, en la que éste contó con la ayuda del joven Arturo).

En ese contexto se sitúa un acontecimiento -cierto o legendario- que marcó la imagen pública de Juan como una persona cruel y traicionera. Se trata de la muerte de su sobrino Arturo, a quien Juan hizo preso durante el asedio del castillo de Mirabeau y después mandó encerrar en un calabozo en Rouen, donde supuestamente el propio Rey le asesinó (despejando de ese modo el potencial pleito sucesorio).

Parece ser que Juan tuvo un carácter sin escrúpulos y que fue un ejemplo extremo de maquiavelismo "avant la lêttre", dispuesto a todo por obtener y conservar el poder. Intentó deponer del trono a su hermano Ricardo, mientras estaba ausente en la tercera cruzada y durante su posterior cautiverio en Alemania. En ese período, también rindió vasallaje al Rey de Francia y después le cedió parte de sus posesiones en Normandía, con la esperanza de su ayuda para lograr la corona inglesa. Más tarde, ya en el trono, se reconoció vasallo del Papa, haciéndole donación del Reino de Inglaterra y de Irlanda.

En perspectiva, parece que el poder de Juan estuvo constantemente desafiado por tres poderes rivales: el del Rey de Francia, el de la Iglesia Católica y el de los barones ingleses. Y, en situaciones de debilidad, Juan no dudó en hacer a cada uno de ellos importantes concesiones, que luego no respetó. De hecho, en el origen de la Magna Carta está su lucha contra esos tres poderes.

El conflicto con Francia, porque el antecedente próximo de la Magna Carta es la nueva guerra de Juan contra Felipe Augusto. Con ella, el Rey inglés (que contaba con la ayuda de sus aliados, el Conde de Flandes y el Emperador Otto de Alemania), pretendía recuperar Normandía. Pero la victoria francesa sobre las fuerzas aliadas en Bouvines, en 1214, no sólo terminó con las perspectivas de un imperio continental de los Reyes ingleses de la Casa de Anjou, sino que -de paso- al debilitar a Juan, posibilitó una limitación de su poder. Un año después de Bouvines, Juan tuvo que aceptar la Magna Carta, de Page 245 modo que no exagera el historiador liberal George Macaulay Trevelyan al concluir que "Bouvines ayudó a Inglaterra a llegar a ser un país constitucional".2

El conflicto de Juan con la Iglesia también fue muy relevante para la Magna Carta. Surgió como un pleito por la designación del sucesor de Hubert Walter en el Arzobispado de Canterbury, sede primada de Inglaterra. Los monjes eligieron dos candidatos, uno de ellos patrocinado por el Rey Juan, y el pleito sucesorio quedó sometido al Papa Inocencio III, que rechazó a los dos candidatos electos y nombró Arzobispo a Stephen Langton, inglés, formado en la Universidad de Paris y de gran reputación intelectual, pero al que Juan se negó terminantemente a reconocer, porque no quería renunciar a la que consideraba como una de sus principales prerrogativas. Inocencio III respondió decretando el interdicto de Inglaterra, que suponía la prohibición de administrar los sacramentos en todo el Reino (salvo el bautismo). Y la presión papal aumentó hasta el punto de decretar la excomunión del Rey Juan y una cruzada contra el mismo, encomendando a Felipe Augusto la tarea de destituirle por la fuerza. En 1213, en vísperas de la temida invasión francesa, Juan aceptó los términos de la reconciliación con la Iglesia, sugeridos por el legado papal Pandulpho de Milán y se proclamó vasallo feudal del Papa, aceptando además a Stephen Langton como Arzobispo de Canterbury en una solemne ceremonia de arrepentimiento.

Poco tiempo después de su vuelta a Inglaterra, Langton consiguió agrupar a los barones en torno a un programa de reformas que quedaría plasmado en la Magna Carta. Gran parte de los barones compartía un espíritu de rebelión contra Juan (de hecho, tres años antes se había frustrado una conspiración con intento de regicidio). Y su descontento en buena medida venía provocado por el aumento y la arbitrariedad de las exacciones exigidas por Juan, en ejercicio de sus derechos feudales, para financiar sus campañas de Francia. Langton logró encauzar ese malestar, patente en la negativa de algunos barones a prestar homenaje al Rey el 5 de mayo de 1215, convirtiéndolo en apoyo a un documento, denominado como "los artículos de los Barones", que es básicamente la plantilla de la Magna Carta.

Pero Juan no se resignó a la humillación de la Magna Carta más que "in extremis", ante la presión de un potente ejército nobiliario, fortalecido además por el apoyo que la ciudad de Londres brindó a los barones, a quienes había abierto sus puertas. Sólo entonces se sometió el Rey. En una breve ceremonia en los prados de Runnymede, entre Windsor y Staines, junto al Támesis, en presencia del ejercito de los barones y acompañado por Langton, Juan estampó su sello real en el documento originario del constitucionalismo inglés, el 15 de junio de 1215. A continuación se retiró a Windsor, sin ninguna intención de cumplir ese acuerdo, que en realidad le había sido impuesto.

De hecho, para justificar su incumplimiento contó con la inestimable ayuda de Inocencio III que, como supremo señor feudal de Inglaterra, condenó Page 246 la Magna Carta como una usurpación del poder del Rey y la declaró para siempre nula e inaplicable, bajo amenaza de excomunión. Se reinició entonces la guerra civil y los barones se aliaron con Felipe Augusto de Francia, proclamando Rey a su hijo Luis, que invadió Inglaterra. Y en eso falleció Juan, el 18 de octubre de 1216, después de haber perdido el tesoro real que le acompañaba como equipaje en su campaña militar, al hundirse los pesados carros que lo transportaban en los pantanos orientales del Wash (y esta imagen penúltima de su vida, que destaca su ciega codicia, deteriora aun más la pésima consideración en que generalmente es tenido este Rey)3. Un mes después de su muerte, la Magna Carta fue de nuevo promulgada (aunque con algunas diferencias con el texto original) por Enrique III, su joven heredero de nueve años. Y con esta decisión, los consejeros reales cortaron la hierba bajo los pies a las pretensiones de Luís, que tuvo que desistir de su invasión y regresar a Francia.

II El texto de la Magna Carta

"Quienquiera que haya leído la Magna Carta, ya sea en latín o en su traducción inglesa se habrá quedado sorprendido de lo que encontró allí o de lo poco que encontró allí".4 Este juicio tan desmitificador de un decano de la Facultad de Derecho de Harvard está plenamente justificado, porque en la Magna Carta no hay el esquema de una Constitución o de un sistema de gobierno. En realidad se trata de un misceláneo de normas de la más diversa índole y significación (algunas por cierto absolutamente sorprendentes para un lector actual) y sólo unas pocas tratan de asuntos que hoy se consideran propios del Derecho Constitucional. Cabe destacar los siguientes capítulos de este documento.5

El Capítulo Primero proclama la libertad de la Iglesia de Inglaterra ("quod Anglicana Ecclesia libera sit"), garantiza sus derechos (incluyendo las exenciones y los amplios derechos patrimoniales que poseía) con particular referencia a la libertad de sus elecciones. Añade la "excusatio non petita" -que a nadie podía engañar, visto el pasado conflicto por la investidura del Arzobispado de Canterbury- de que esa garantía electoral respondía a la propia y libre voluntad del Rey. Sin embargo, la Carta no falta a la verdad cuando Page 247 afirma que la libertad electoral de la Iglesia había sido reconocida por Juan antes de su ruptura con los barones.

El Capítulo II es un enunciado general de las libertades que el Rey se compromete a asegurar, en nombre propio y en el de sus herederos; libertades que se enumeran y especifican en los Capítulos siguientes. No se trata de una relación de privilegios de los principales señores feudales, dependientes directamente del Rey. Aunque la Magna Carta tiene su origen en el pleito con los barones, no les beneficia ni está destinada sólo a ellos, sino también a todos los hombres libres ("Freemen"). Hay recordar, a este respecto, el papel decisivo de la ciudad de Londres en la génesis de este documento, al tomar partido por los barones en su conflicto contra el Rey. La amplitud de destinatarios de la Magna Carta explica también la influencia que ha llegado a tener en la historia del constitucionalismo.

Sin embargo, el contenido de la Magna Carta no se asemeja a la declaración de derechos de una Constitución. Los sujetos de los derechos no son los ciudadanos contemplados en abstracto, como titulares de una relación jurídica frente al Estado. Al contrario, en la Magna Carta, lo que hay es una enumeración, prolija y bastante desordenada, de los derechos de los participantes en las relaciones de autoridad y sometimiento, diversas y...

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