El momento lombrosiano: ¿conectando lo visible con lo invisible, o restringiendo la mirada en nombre del progreso?

AutorWayne Morrison
Páginas98-135

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Parte I Visualizando la criminalidad

Los visitantes del Palacio de Bellas Artes de Roma, en el otoño de 1885, fueron testigos de un espectáculo por demás inusual. En una de las salas se exhibía un inmenso conjunto de objetos, incluyendo bastante más de trescientos cráneos y mascarillas anatómicas, probablemente varios miles de retratos fotográficos y dibujos de epilépticos, delincuentes, enfermos mentales y criminales natos, además de mapas, gráficas y publicaciones que resumían los resultados de la nueva disciplina de la antropología criminal. La exhibición sólo duró una semana, junto al salón donde se habían reunido más de 130 criminólogos, antropólogos, médicos, psiquiatras y juristas para el primer Congreso Internacional de Antropología Criminal, entre el 15 y el 20 de noviembre. La visión del lugar debe haber sido conmovedora. Cuarenta y tres exhibidores, muchos de ellos italianos, algunos franceses, alemanes, húngaros y rusos, mostraban sus colecciones privadas que caracterizaban sus hallazgos individuales en la materia. Extendidos sobre mesas y estantes, se encontraban series de cráneos, demostrando los rasgos típicos de los epilépticos, los asaltantes callejeros o los suicidas, y especímenes individuales de casos específicos: megalocéfalos, prostitutas, asesinos; cerebros conservados en alcohol, o mediante un método especial inventado por Giacomini, con gelatina, que permitía un fino rebanado del cerebro para su posterior observación microscópica; moldes de yeso de cabezas, cráneos, rostros, orejas y no menos de cinco cabezas completamente conservadas, dos de nihilistas, dos de delincuentes, y la del infame bandido Giona La Gala, que pertenecía a la exhibición de la penitenciaría de Génova, junto con su cerebro, sus tatuajes y sus cálculos vesiculares encontrados durante la autopsia.

Los mapas, los diagramas y otras gráficas, se desplegaban en las paredes, ilustrando la distribución geográfica de varios tipos de delitos, el informe del crecimiento de las tasas de suicidios y demencia acompañado por el aumento del delito, o la influencia de las variaciones de temperatura y el precio de los granos en la delincuencia en Italia. Figuras en barro y en cera hechas por prisioneros y pacientes mentales, ejemplos de sus escrituras y dibujos, un álbum con copias de dos mil tatuajes, todo ilustrando aspectos de la creatividad criminal o demente. Y en muchas de las colecciones, sólo después de los cráneos, había retratos de delincuentes y criminales, tanto dibujos como fotografías [Broeckmann 1995: 3].

La criminología positivista se esfuerza por darle a la disciplina una presencia visible. No debería sorprendernos que el primer Congreso de Antropología Criminal de 1885 presentara semejante y diversa exhibición de cultura material.1Al caminar a tra-

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vés de los salones, los delegados vivieron, experimentaron físicamente por medio de los sentidos de la vista y el tacto, la interacción entre el deseo personal, el sistema de clasificación y la colección material.2Aunque organizado y cobijado por Roma, y reflejando muchas de las preocupaciones de un grupo de individuos vagamente mencionados como la Escuela Italiana, el Congreso de 1885 ofreció un campo interdisciplinario poblado por diletantes con diversa capacitación personal e institucional. La reunión les proporcionó condición de expertos para establecer un nuevo terreno: el que iba a ser etiquetado como la ciencia de la criminología.3El campo fue cuestionado, y gene-ralmente se ha considerado que la división más clara se daba entre el enfoque de las estadísticas sociales francesas lideradas por Lacassagne —las cuales enfatizaban que el proceso de leer las regularidades estadísticas y el mapeo del delito mostraba la influencia del entorno social— y lo antropológico, personificado por Lombroso. Generalmente se entiende que la influencia de Quételet favoreció a Lacassagne —inclusive permitiendo sutiles diferencias entre los simpatizantes de cada campo—, y el grupo de Lombroso fue relegado ahora a la condición de cuasi-ciencia (por ejemplo, Gould 1981; contrástese con Taylor 1981, sobre la adopción de las bases biológicas del delito). Esta desestimación pasa por alto un elemento clave para la ciencia de Lombroso, esto es, el deseo de encontrar una forma estable de reconocer las tendencias que se revelaron en los conjuntos estadísticos. El desplazamiento de Lombroso hacia un análisis multi-factorial es un camino complicado a partir de su supuesto original de que Quételet había revelado que el hombre medio y los hombres que marcan el contraste en los extremos de la curva de la campana tenían una constitución diferente, lo que reflejaba diferencias en la realidad subyacente.

Esto tuvo claras implicaciones de política práctica. La escuela de pensamiento que hoy conocemos como criminología clásica utilizó el derecho penal como estrategia de control; la argumentación de Lombroso consistía en que el derecho penal descansaba en suposiciones —como la elección racional— que reflejaban nuestra propia comprensión, pero en tanto ellas podían funcionar para el hombre medio, o el hombre común, la sociedad no estaba compuesta por ellos solos. Una visualidad (visuality) que diferenciara tipos permitiría una respuesta científica a la medida de cada uno de ellos.

Extraer los fundamentos intelectuales de Lombroso parece difícil, en parte porque, como lo demostró este congreso, nos enfrentamos a la libertad de experimentación, a un espacio gobernado sólo vagamente por un conjunto relativamente inestable de normas disciplinarias, donde los individuos y los grupos buscaban conseguir un impacto, demostrar su ciencia a través de la invocación de su discurso científico, para permitir que los objetos se comuniquen, que den respuestas a las preguntas y que revelen identidades. Lombroso aportó la colección más grande, a primera vista ecléctica, en ser exhibida:

Había setenta cráneos de delincuentes italianos, otros treinta de epilépticos, y un único esqueleto completo en toda la exposición, el de un ladrón. Se ofrecía evidencia anatómica adicional de la delincuencia, por medio de moldes en yeso de cabezas de delincuentes, y un conjunto de muestras de piel que conservaban sus tatuajes. Había trescientas fotografías de epilépticos y, recopiladas en un álbum, otras trescientas fotografías de criminales alemanes. De veinticuatro delincuentes italianos y extranjeros, Lombroso mostraba dibujos de tamaño natural, complementados con biografías. Entre los resultados de la creatividad delictiva de la colección de Lombroso, se encontraba una jarra hecha por Cavagilia, un asesino suicida y ladrón. Además, había muestras grafológicas de los delincuentes, y doscientos manuscritos y gráficas realizados por pacientes mentales, y finalmente, algunas tablas gráficas y publicaciones como prueba de los propios esfuerzos científicos de Lombroso [Broeckmann 1995: 3].

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La colección no carecía de objetivo: se cohesionaba alrededor de prácticas de lectura del cuerpo y de las artesanías de los desviados en la búsqueda de la similitud subyacente a la apariencia de diversidad. La presentación de los cráneos junto con los productos de la mente de los enfermos mentales y los delincuentes exhibía confianza en el método particular de desplazarse de lo material y visible a conjeturas de estructuración invisible. El movimiento teórico consistió en un pasaje desde la apariencia que confunde, hasta una realidad más certera hecha posible por el experto. La antropología podía demostrar los contornos naturales de la delincuencia, en tanto que la sociología podía revelar las condiciones en que se expresa la propia delincuencia (como él lo iba a expresar en el Segundo Congreso de 1889: «no es la ocasión la que hace al ladrón, es la oportunidad lo que hace que el individuo predispuesto a robar cometa un hurto»; citado por Broeckmann 1995: 3).

Inclusive esta demarcación entre la antropología criminal y la sociología —con sus diferentes sistemas de clasificación y recolección— compartía la herencia común de las regularidades estadísticas. Ellas diferían en relacionar las representaciones estadísticas con las narrativas del proceso civilizador. Esta organización demasiado humana estaba oscurecida, y era simplemente asumida como problemática. En el congreso de 1885, muchos delegados parecieron creer que esas colecciones de objetos pudieran hablar por sí mismas (positivismo); sin embargo, no se puede escapar fácilmente a la pregunta de Jean Baudrillard (1994: 24): ¿pueden los objetos «instituirse alguna vez como un lenguaje viable? ¿Pueden ellos actualizarse dentro de un discurso orientado a otra cosa que no sea a sí mismo?». El proyecto de Lombroso consistía en un complejo de actividades que se basaban en la lectura de datos estadísticos, nuevas tecnologías y lugares de medición (por ejemplo, el guante volumétrico, el pelvímetro, el craniógrafo anfossi, ver Lombroso 1911: Parte II, capítulo 1; y la prisión, la clínica y el asilo), una selecta comprensión del emergente darwinismo y, por encima de todo, la confianza en la ubicación del observador (por ejemplo, Lombroso) en el proceso civilizador. Final-mente, el proyecto fracasa, no a causa de la falta de esfuerzo o aplicación de las normas aceptadas, sino porque sin una comprensión reflexiva acerca de la posición del observador en el «proceso civilizador», los materiales son combinados, por cierto, por los intereses y las tecnologías empleados por el observador.

Los sucesos se deben contextualizar, pues el simple abandono del proyecto como...

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