La lógica de las competencias para la escuela de la postmodernidad

AutorJuán Carlos Pardo Pérez
Páginas25-42

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1. Introducción

La lectura de ciertos trabajos de Foucault llevaron a interesarme por los procesos y por los dispositivos que las sociedades utilizan para dar forma la subjetividad de las personas. Foucault habla de gubernamentalidad para referirse al modo en que los sistemas políticos disciplinan y gobiernan los cuerpos y las mentes con el propósito de producir y fabricar personas funcionales para la sociedad moderna.

La naturaleza de las reflexiones que vengo a hacer aquí tienen relación con esta formulación genérica que acabo de exponer. Quiero examinar, en primer lugar, alguno de los dispositivos que se utilizan hoy para gobernar a los sujetos, y, en segundo lugar, estoy interesado en analizar también el papel que se pretende que la escuela desempeñe en el gobierno de los educandos, así como de las tecnologías que se utilizan para este fin. En este sentido, en la parte final de esta exposición mantendré que la «lógica de las competencias» es un dispositivo de disciplina y de gobierno de las personas, tanto en la empresa como en la escuela.

Obviamente, no podemos hablar de los dispositivos y de los procesos de gobierno sin referirnos al contexto sociohistórico. Cada tiempo histórico fabrica el sujeto que necesita, y utiliza para tal fin dispositivos diferentes. A través de las instituciones jurídicas, políticas, económicas, escolares, culturales…, los sistemas sociales producen ciudadanos, generan y reproducen una subjetividad que norma-liza el conjunto de la población.

Vivimos en los rescoldos de la Modernidad, una etapa histórica que nace con el Renacimiento y cristaliza con las dos grandes revoluciones del siglo XVIII: la

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Revolución Francesa y la Revolución Industrial. En el intervalo de estos siglos, pasamos de un sujeto cerrado, clausurado, en los límites de su propia comunidad, atado a la tierra y a un conjunto de tradiciones, enclavado en un espacio estático, inmóvil, y en un tiempo circular gobernado por los ciclos de la propia naturaleza, a un sujeto que se libera de tales ataduras, que cobra conciencia de sí como individuo distinto del colectivo, substraído del entorno social, que se somete únicamente a la autoridad de la razón, y que asume que el conocimiento, la ciencia y la tecnología son vías auténticas de progreso y de perfeccionamiento social y moral del ser humano.

Estas categorías a las que me acabo de referir como definidoras de la Modernidad —individuo, libertad, razón, progreso— cobran sentido si comprendemos que el capitalismo se constituye como núcleo o motor de la Modernidad. Solo así podemos entender que estas categorías resultaron ser funcionales para el desarrollo del capitalismo, pero también una cruz amarga para la clase trabajadora. Para que se entienda lo que quiero decir, voy a centrar mi atención, como caso paradigmático, en la noción de «libertad». Se trata de una facultad y derecho por la que muchas personas lucharon y perdieron su vida a lo largo de la historia. Para los defensores del capitalismo, la «libertad» es una condición necesaria para que pueda organizarse una sociedad de mercado: la libertad se define slo como «libertad económica». Cuando se dice que las personas también quedaron libres, lo que en realidad sucedió es que fueron arrancadas de los modos de vida tradicionales y conducidas a las fábricas para trabajar en condiciones inhumanas por salarios de miseria. La gente se resistió en contra de este éxodo forzoso, por lo que fue preciso obligar por la fuerza a miles y miles de personas a abandonar las tierras del común y sus trabajos tradicionales (Enguita, 1990).

En Inglaterra, cuna de este capitalismo, multitud de personas quedaron desocupadas como resultado de la expropiación de las tierras comunales (Castel, 1995). Con el apoyo del poder político y de pensadores como Bacon, la Virginia Company —de la que, por cierto, el propio Bacon y Hobbes eran accionistas— adquirió el «derecho» de apresar a hombres, mujeres y niños, que deambulaban ociosos, sin ocupación, por las ciudades inglesas y de enviarlos a América para trabajar en condiciones de esclavitud. Tras la brutal conquista de Irlanda por Cromwell y la confiscación de las tierras, cientos de miles de irlandeses fueron apresados y enviados como esclavos a América, y cientos de miles de niños fueron arrebatados a sus padres para destinarlos a este mismo fin. En su libro «La hidra de la revolución», los historiadores norteamericanos Linebaugh y Rediker (2000) ven en el impulso de conquista, de incautación, de explotación y esclavitud, de la imposición ideológica del proyecto capitalista con el que arranca la modernidad, la raíz de las dos guerras mundiales.

A partir de aquí voy a establecer la tesis que defenderé en la primera parte de esta exposición. Creo que la postmodernidad se está desarrollando como un estallido, un paroxismo de las dimensiones más negativas de la Modernidad. Hasta el punto de que incluso los valores más defendibles del postmodernismo, —como la pérdida de sensación de certezas, la aceptación de la relatividad del conocimiento y de la ciencia humana, la impugnación de toda autoridad burocrática, la toleran-

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cia e incluso la defensa de la diversidad, la busca de la hibridación social y cultural etc.—, están siendo metabolizadas, asumidas, por el capitalismo postindustrial para legitimar la demolición del Estado del bienestar, retornar a un estado de absoluta des-regulación de la economía, conquistar el máximo de espacios para el capital y conseguir el máximo de beneficios sin ningún tipo de limitación. Las dos guerras mundiales constituyen un ejemplo de adonde nos conduce esa cruz amarga de la modernidad. Y nos permite presentir hacia donde nos está conduciendo el estallido del postmodernismo. Lo expresó con lúcida claridad Benjamin, el gran filósofo alemán, cuando afirmó que lo moderno está bajo el signo del suicidio (Benjamin, 1972)

En la siguiente parte de mi exposición voy a trazar un recorrido desde el capitalismo originario, que defino como «Capitalismo sin alma» a un «Capitalismo social» que explica la aparición y desarrollo del Estado del bienestar.

2. De la modernidad del capitalismo sin alma la la modernidad del capitalismo con rostro humano o del estado del bienestar
2.1. El capitalismo sin alma

Como dije, no podemos entender la Modernidad sin situar en su núcleo el Capitalismo, un modo de producción predominante a partir del siglo XVII, que impone paulatinamente un modo de relación social de dominación. Aunque la historia es conocida, con el fin de dar coherencia argumental a mi discurso, necesito hacer algunas consideraciones, en primer lugar, sobre las profundas perturbaciones que el capitalismo originario y el capitalismo industrial trajeron consigo; en segundo lugar, sobre el modo en que, en el breve paréntesis del Estado del bienestar, se quisieron contrarrestar y compensar las consecuencias más perniciosas del capitalismo.

El capitalismo originario consiste, sobre todo, en la acumulación de capital basado en el pillaje, en el saqueo, por parte de los conquistadores europeos, principalmente en América y África. Como se sabe, el robo fue acompañado de genocidio y de esclavitud de las poblaciones indígenas. Como sistema de producción, el capitalismo necesitó de una estructura jurídica que privatizase la tierra y que liberara al campesinado, pero en el sentido de desatarlo de su vínculo con la tierra y de su vínculo con la comunidad con la única intención de que, como individuo atomizado, se viese obligado a vender su trabajo y se convirtiese en asalariado.

Obviamente, la «libertad» proclamada por los filósofos del liberalismo clásico no tenía vocación universal. Conviene recordar que Locke no reconocía a las clases trabajadoras la capacidad para gobernar. Frente a los pobres propugnaba el uso de la fuerza. Para Locke, solo son hombres libres los miembros de la nobleza y del clero, los terratenientes, los miembros de la burguesía comerciante y financiera. A ellos, y a nadie más que a ellos les corresponde la responsabilidad de gobernar (Macpherson, 1962). En su «Historia del capitalismo. De 1500 a nuestros días», Michel Beaud (2010), cita el informe que, en 1699, Locke remite a la Comi-

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sión de Comercio, en el que decía: «Los vagabundos válidos de catorce a cincuenta años, cogidos mendigando, deben ser condenados a servir durante tres años en la flota, en los condados marítimos, o a trabajar tres años en las workhouses de los otros condados. Los jóvenes mendigos de menos de catorce años, deberán ser azotados y llevados a una escuela de trabajo» (p. 50).

Por lo tanto, como modelo de producción y de relación social, el capitalismo necesitaba conformar un nuevo tipo de sujeto, una nueva mentalidad. Primero en los países que inician la industrialización, como Inglaterra y Francia, después en el resto de países europeos, se implanta una tecnología de disciplinamiento que fabricará la mentalidad asalariada: el sujeto sumiso, dócil, obediente, disciplinado, maleable. Del mismo Michel Beaud, recojo la siguiente referencia sobre Fran-cia, en torno a finales del siglo XVII:

Los mendigos encerrados en los hospitales, deben aprender un oficio; los ociosos, las muchachas solteras, el personal de los conventos, pueden ser obligados a trabajar en las manufacturas; los niños deben ir al aprendizaje. Para los obreros, la misa a comienzo de la jornada, el silencio...

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