Liderazgo, regeneración democrática y transparencia ante el viejo patrón organizativo denominado clientelismo

AutorJesús Esteban Cárcar Benito
Páginas339-359

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I El familismo mediterráneo

En el mes de febrero de 2016, la preocupación ciudadana por la corrupción escalaba. Es decir, según el Barómetro del CIS, para un 47,5% de los encuestados era uno de los problemas más graves que aquejaban a nuestro país, como, por cierto, a tantos regímenes políticos en todo el planeta. Durante mucho tiempo, los análisis del clientelismo suponían la corrupción como un elemento más del intercambio clientelar, resaltando la prolongación esencial entre uno y otro fenómeno. Incluso no era raro que se emplearan indistintamente los términos clientelismo y corrupción. Sin embargo, más recientemente los investigadores en este terreno suelen desviar conceptualmente ambos fenómenos. Así, por ejemplo Della Porta insiste en las diferentes modalidades de intercambio —votos por favores en el clientelismo, dinero por favores en la corrupción—, así como entorno a la ausencia de subordinación política en la segunda (Della Porta 1992, 1994). Ahora bien, si por una parte la diferencia sustantiva entre ambos fenómenos y la autónoma elaboración de los conceptos respecti-

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vos debe constituir obligado punto de partida en cualquier investigación en la materia (Christopoulos, 1998), se infiere una cuestión de notoriedad por abordar. En efecto, es necesario dar cuenta de las razones que revelan la frecuente trasposición de ambos fenómenos, clientelismo y corrupción, en la vida real.

En el actual momento político, si pasamos a enfocar la sociedad española desde la Europa del norte, la corrupción incide como el carácter dominante; un parecer que puede señalarse como desafortunado, porque mucho de los rasgos que se le dibujan son más bien de la «cultura mediterránea». En ella importa recalcar dos altamente llamativos. El primero, un distanciamiento de lo colectivo, que puede llegar incluso a una animadversión del Estado. El segundo, en la Europa del Sur ha predominado un modelo de solidaridad familiar y de parentela (family/kinship solidarity model) con sólidos lazos familiares y de parentesco. La protección social, por ejemplo, en el régimen mediterráneo sigue apoyándose sobre todo en la familia como productora y distribuidora de bienestar. El concurso de las mujeres en la provisión de cuidados no remunerados, principalmente para mayores y niños, fue decisivo en el mantenimiento de una sólida cohesión social en los países de la Unión Europea meridional.

Los poderes públicos han dado tradicionalmente, por acreditado, la presencia de una fuerte obligación moral entre los miembros familiares, lo cual se ve reflejado en como los países latinos familistas han hecho un esfuerzo de gasto público mucho menor respecto a la familia que en los países más desfamilizados de la Europa del Norte. Así, la familia ha sido el principal canalizador y resorte de las carencias estatales en las políticas económicas y sociales en el régimen mediterráneo del bienestar, al haberse asumido que una parte importante de las actividades de bienestar y satisfacción vital de los ciudadanos serían cubiertos por la familia, con o sin ayudas públicas.

Es verdad que el sistema jurídico que regula las relaciones familiares ha sufrido en España desde la transición política a la actualidad una alteración inusitada que le ha dado un nuevo marco legal en los derechos que la regulan (Sánchez Vera, 1994), siendo la Constitución de 1978 el punto de partida de toda una cadena de cambios legislativos. En cambio, en algunas sociedades, principalmente las anglosajonas, la familia nuclear empieza a ser una rareza, tal como han puesto de relieve. En las sociedades mediterráneas, los cambios en las nuevas formas familiares han sido también notables, pero en modo alguno son comparables a las de otros países (Echevarría, 2008).

Las implicaciones teóricas del modelo mediterráneo del régimen de bienestar, debería considerar no sólo las relaciones entre familia, mercado laboral y Estado, sino que también debe considerar los modos de funcionamiento, dentro de la cultura cívica y política, sobre la homogeneidad de normas y valores. En un contexto de cultura patriarcal, muy influido por la tradición católica, el problema es que no hay una alterna-

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tiva a la familia clara ante la disolución de las estructuras patriarcales. Es, por tanto, dable decir que existe una arquitectura institucional integradora y un sistema incompleto, que nos lleva a unos posibles pactos sociales sobre el clientelismo, que luego desarrollaré.

Putnam (1993) afirma que la posibilidad de que se dé un desarrollo de repetición de «gestos de reciprocidad y de actividades cívicas que conllevan al surgimiento de una sociedad civil fuerte, depende en gran medida de la trayectoria histórica que se haya seguido en cada caso (path dependence), en el sentido de que la existencia o ausencia de una tradición de capital social fija de manera importante si una comunidad o sociedad aprovechará o no las oportunidades de desarrollo que se le abren». De esta forma, el citado acervo cultural puede trasladarse entre asociaciones y organizaciones de los más variados tipos y entre el ámbito económico, el político y el sociocultural, con lo cual, si no existe una comprobación histórica de prácticas de capital social (confianza, cooperación, intercambio, etcétera), habrá un «déficit de capital social». En fin, como rasgo complementario al distanciamiento del Estado habrá que colocar las relaciones familiares y amistosas. El Estado se vive como una abstracción a la que no se está moralmente obligado, si se le puede «mentir», se hace sin el menor pudor. En cambio, no se entiende ni se perdona no favorecer a deudos ni amigos (Sotelo, 2016).

II La movilidad social y su ética

Una de las posible consecuencias del clientelismo sería si la política con una elección de alternativas para el individuo está condicionada por la posible afectación de sus medios de promoción y, por tanto, de movilidad social. Lo cual iría en contra de una ética del esfuerzo, que es uno de los campos más estimables en el desarrollo económico. La ética del trabajo se vincula con el estado psicológico del cometido. Si no hay incentivos para el trabajo y surge un proceso de acomodación de la pobreza. Sin embargo, la movilidad social implica un movimiento significativo en la posición económica, social y política de un individuo o de un estrato (Casares, 2011).

Pero generalmente, lo que se estudia es la movilidad individual, pues el cambio en la posición de los estratos tiene que ver más con la evolución o el desarrollo social, que no debe confundirse con la movilidad social. Los estudios sobre la movilidad se fundan en el hecho de que los sistemas de estratificación del mundo moderno no son rígidos y permiten el paso de un individuo de un status o de una clase a otra (Echevarría, 2008).

La movilidad social es un dispositivo central de la organización de las sociedades capitalistas y sus elementos de análisis sobresalientes son la estructura y la acción. La crisis de los paradigmas industriales acopló las

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tendencias sociológicas weberianas y marxistas en análisis cruzados sobre movilidad social y estratificación. El clientelismo lleva al escenario de las estructuras sociales jerárquicas y una mayor desigualdad social, en una disfunción entre el discurso de posibilidades y su práctica realización.

Los análisis sociológicos empíricos sobre la materia indican además que hay un principio anti-capitalista en el cual las elites/clases altas se ajustan progresivamente creando un conflicto teórico en el cual, a nivel de estudio de estratificación, se vuelve a una condición social pre-moderna (castas de privilegio, redes de adquisición de status, etc) (Pla, 2013). En estos países, los dos puntos centrales de movilidad social (educación y trabajo) se ven afectados por un doble proceso de privatización de lo público y destrucción de la capacidad estructural de generación de empleos.

En la situación actual, hay una distinción. Una sociedad capitalista desarrollada, donde la eficacia es decisiva para sobrevivir, no puede permitirse el lujo de emplear a la persona inadecuada por ser pariente o amigo. La influencia, al menos, sirve para ser seleccionados, pero solo el que cumple se mantiene en el puesto, cuestión está a debatir. El desarme de nuestra cultura política y ciudadana, la huida extendida de toda ética de responsabilidad personal (piratería contra la propiedad intelectual, en fraude fiscal y en indulgencia hacia los defraudadores; somos uno de los países en los que hay menos personas enroladas en educación de adultos y en capacitación profesional) (Sebastián, 2016). Nos jactamos de la fuerza de nuestros lazos familiares, pero en casi ningún otro país hay tanta desconfianza hacia los otros, los no conocidos, los conciudadanos. La crisis de los últimos años, en vez de para alentar reformas necesarias de gran encaje, ha servido sobre todo para extender la injusticia y las diferencias sociales.

De ahí, que una Ética con mayúscula está siempre para discurrir sobre estas dimensiones sociales también vitales. Descansar en la sinceridad de la gente contribuye a propagar la honradez social y con ello a hacer un país mucho más eficaz. El principio de la susceptibilidad, interponiendo por doquier controles, desde el supuesto de que si se puede, se engaña, produce el efecto contrario, incrementa las conductas fraudulentas (Sotelo, 2016). El liderazgo ético se sostiene en la elección de una adecuada corriente de pensamiento, para no concluir en una imagen reductiva del hombre. Al contrario, la corrupción política, por tanto, además de ser un elemento de rechazo del orden simbólico de...

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