Libertad de empresa: la causa o la solución a la crisis? 5ª ponencia

AutorFernando Fernández Méndez de Andrés
Páginas85-104
9I. INTRODUCCIÓN
Comprenderán que tenga un cierto estupor cuando he visto el título de
la ponencia: «Libertad de empresa como causa posible de la crisis». Entiendo
que efectivamente era una provocación, una provocación que me recordaba
aquella otra provocación que duró más tiempo, casi un año, después de la
crisis, cuando hablábamos de aquello de refundar el capitalismo –que venía,
ni más ni menos, que de un presidente de Gobierno conservador, y no por
ningún creyente en la economía planificada, y que además era francés–, lo
cual tiene una connotación natural intervencionista, proteccionista en la eco-
nomía, que va más allá de la ideología.
Como ustedes recordarán, cuando nos referíamos a la crisis económica,
al principio se hablaba de refundar el capitalismo; es más, se llegó a decir que
había que salvar el capitalismo de los propios capitalistas, lo cual es ya, para mí,
la quintaesencia de la estupidez –me van a permitir la franqueza–, porque no
entiendo muy bien cuál es el sentido de salvar el capitalismo de los capitalistas:
es como decir que salvemos la propiedad privada de los propietarios; no tiene
mucho sentido.
Voy a hablar brevemente de algunos conceptos de esos que los clásicos de
la economía llamaban la «filosofía moral». La economía empezó en una cosa
que allí, por Suecia, le llamaban una escuela de filosofía moral e introducía
una serie de conceptos y se planteaba una manera de pensar sobre algunas
cosas que sí tienen que ver con los derechos humanos: por ejemplo, la libertad,
no sólo la de empresa. Y la libertad la entendimos o la entiendo de una manera
muy sencilla: como libertad de elegir y libertad para equivocarse.
Libertad de elegir significa que uno tiene la libertad y la facultad de elegir
su propio destino, entre el que está su propio trabajo –y comparto plenamente
9 Transcripción de la ponencia del profesor Fernández Méndez de Andrés
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FERNANDO FERNÁNDEZ MÉNDEZ DE ANDRÉS
lo que se ha dicho antes–, pero también la libertad para equivocarse y para
ser responsable de los actos a los que conduce su equivocación. Y el Estado
protector, esa manía últimamente necesaria de que el Estado nos protege de
nuestros propios errores, es, en mi opinión, el mayor enemigo posible de la
libertad, porque en la medida en la que los errores no afectan a los demás, no
entiendo muy bien por qué el Estado está llamado a evitar nuestros propios
errores.
Por tanto, la libertad es una libertad de elegir, es una libertad sin límite,
sin más límite que las consecuencias negativas que puede tener sobre los de-
más y que, en el caso de la libertad de empresa, sin embargo, se ve permanen-
temente condicionada, limitada por una serie de otros derechos, de valores
que últimamente aparecen y que dan lugar a un creciente proteccionismo
sobre la vida económica.
Y estoy pensando, obviamente, en todo lo que tiene que ver con el dere-
cho medioambiental –por citar cosas que nos han dicho ya– que incide de
manera clara sobre la libertad de empresa, que es un ejemplo típico de lo que
los economistas llamaríamos una mala regulación de un fallo de mercado, es
decir, hay maneras de regular un ambiente sano y ponerle un precio a eso que
llamaríamos una externalidad –no me voy a extender mucho, si ustedes luego
tienen interés podemos hablar de eso–. Pero creo, por tanto, que gran parte de
los límites de la libertad son un mal entendimiento de la capacidad que tiene
la economía para poner precio a las cosas cuando las cosas se valoran más allá
de lo que se dice que se valoran. Los economistas tenemos la nefasta manía de
mirar lo que la gente hace, no lo que dice y hace; lo que a la gente le gusta en la
medida en la que está dispuesta a pagar por ello, no lo que dice que le gustaría
hacer si pudiera, porque luego nunca se hace.
El segundo concepto: igualdad. Y aquí también voy a limitar lo que en-
tiendo por igualdad. Para los economistas, la igualdad que tiene sentido es la
igualdad de oportunidades, no la igualdad de resultados. Eso que dicho así,
queda muy bien. En la práctica, los gobiernos se limitan, perdón, se prodigan
en exceso, interfiriendo sobre la libertad de los resultados de la acción social.
Ejemplo evidente son todas las medidas de discriminación positiva que tene-
mos en estos momentos encima de la mesa –sobre las que podemos discutir
luego si ustedes quieren también–, que son un ejemplo claro de interferir, no
garantizando la libertad de oportunidades, no el acceso de una determinada
cohorte demográfica o de una determinada categoría social a un determinado
empleo, o a un determinado trabajo, sino el resultado de esa acción social.
Esto es típico de una sociedad que no cree en la libertad de empresa, pero

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