La doctrina liberal de la libertad de expresión y sus límites: el papel actual de los medios de comunicación

AutorHugo Aznar Gómez
CargoUniversidad C. Herrera CEU, Valencia
Páginas219-235

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El reconocimiento y la garantía de la libertad de expresión constituyen elementos imprescindibles de toda democracia que aspire a ser justa1. Este vínculo fundamental entre democracia y libertad de expresión no es algo reciente, sino que más bien constituye uno de los tempranos frutos del triunfo liberal sobre la sociedad tradicional. Frente al control de la información y la censura propios del orden tradicional, una de las primeras consecuencias de la instauración de un régimen liberal allí donde se produjo fue el reconocimiento de la libertad de expresión como una de las libertades fundamentales de los individuos y la sociedad en general. Así ocurrió tras las revoluciones liberales de Inglaterra o Francia, o en EE.UU. Esta vinculación histórica ha marcado profundamente una de las concepciones de la libertad de expresión: la que suele conocerse precisamente como doctrina liberal.Page 220

Sin embargo, con ser fundamental en el más pleno sentido de la palabra, lo cierto es que la doctrina liberal tiene cada día más dificultades para integrar y dar normativamente cuenta de las complejidades de la sociedad de la información y, especialmente, del protagonismo que en ella adquieren los medios de comunicación . A nuestro juicio, esta insuficiencia no vendría dada por algún error o inconsistencia internos, sino más bien por un cambio en las circunstancias del entorno. Cambio que tendría que ver, por un lado, con las limitaciones del modelo de democracia institucionalizado hoy, tema que no nos ocupará aquí. Y, por otro, con las transformaciones producidas en el propio ámbito de la comunicación social.

Al hilo de estos cambios la doctrina liberal se habría quedado, por decirlo así, «pequeña». Aunque llamar la atención sobre esta insuficiencia tampoco es algo en absoluto reciente o novedoso, el comienzo del nuevo siglo -el de la anunciada sociedad de la información- lleva aparejado la necesidad -quizá también la urgencia de revisar una vez más los supuestos de la doctrina liberal, de constatar nuevamente sus limitaciones y plantear su necesaria complementación 2. Lo que sigue son sólo unos apuntes de esta vasta y exigente tarea.

I Rasgos fundamentales de la doctrina liberal

Conviene comenzar repasando brevemente los supuestos más relevantes de la doctrina liberal de la libertad de expresión y de la función atribuida por ella a los medios de comunicación. Aunque la validez de estos supuestos sea sistémica, no hay duda de que su formulación estuvo en gran medida marcada por el contexto histórico en el que se formó y al que a su vez contribuyó a dar forma.

La doctrina liberal nació en un contexto histórico preciso: el del enfrentamiento con la sociedad tradicional. Estaba en juego el paso de una sociedad cerrada a una abierta, caracterizada por su esencial movilidad a todos los niveles, y muy especialmente de las informaciones, ideas, creencias y opiniones de sus miembros, tal y como podía hacerlo posible el invento reciente de la imprenta.

La práctica de una sociedad cerrada o de un régimen absolutista (sea por razones religiosas, de clase, ideológicas, etc.) requería tanto la restricción de los flujos comunicativos de los individuos como el control de su contenido. Frente al carácter inmovilista de este modelo de sociedad, la libertad de acceso a la información (a los materialesPage 221 impresos, a los libros, a los periódicos, etc.) y de pensamiento y opinión no fue sino un aspecto más -aunque probablemente el más relevante de todos ellos- de una conquista progresiva de las libertades individuales y colectivas modernas (la libertad religiosa, de conciencia, de movimiento, etc.).

Sin embargo, aunque este enfrentamiento tuvo varios frentes, fue en el marco de su institucionalización política donde estas libertades adquirieron un perfil más claro y perdurable. Así, la conquista de la libertad de expresión -o de imprenta, como se la conoció al principio- debe encuadrarse originalmente en el contexto de la lucha por la libertad de conciencia y religiosa individual -tal y como se siguió de la Reforma y del conflicto religioso que planteó-; pero pronto su papel quedó asociado al triunfo y al funcionamiento normalizado de un régimen político opuesto al poder absoluto del antiguo orden. Este tránsito hacia una relectura política del sentido de la libertad de imprenta y, consiguientemente, del papel de los medios de difusión marcó el perfil fundamental de la doctrina liberal.

Esto se percibe con claridad si comparamos dos textos del primer país que hizo de esta libertad un elemento central de su nuevo orden político, Gran Bretaña. Así, las razones que esgrime Milton en el primer gran manifiesto moderno en defensa de la libertad de pensamiento e imprenta -el Areopagítica, de 1644- traslucen, por mucho que se trate de un discurso dirigido al Parlamento de Inglaterra, el trasfondo de enfrentamiento religioso de la época. Milton considera esencial garantizar la libertad de imprenta al vincularla a la obligación personal de raíz religiosa de buscar la verdad: «Dadme la libertad de saber, de hablar y de argüir libremente según mi conciencia, por cima de todas las libertades» (Milton, 1976: 89). Y es este vínculo el que justifica precisamente que dicha búsqueda y los medios que la hacen posible no tengan nada que ver con el poder político: «Verdad y entendimiento no son mercancías monopolizables y que admitan tráfico por cédulas, estatutos y patrones oficiales» (Id., 65).

Un siglo después, en 1741, y gracias a los efectos históricos del nuevo orden liberal establecido tras la Revolución de 16883, cuando Hume aborda en uno de sus ensayos la libertad de prensa en Inglaterra, lo hace casi exclusivamente desde su dimensión y sentido políticos. La libertad de prensa sirve ante todo para criticar al poder político: «Nada puede sorprender tanto a un extranjero como la gran libertad que en este país disfrutamos para comunicar al público cuanto nos plazca y censurar abiertamente las medidas tomadas por el rey o sus ministros» (Hume, 1985: 17). También la razón de disfrutar de esta libertad es política: «La razón de que las leyes nos den tal liber-Page 222tad parece ser nuestra forma mixta de gobierno, no del todo monárquica ni enteramente republicana» (Id.). Vista así, la razón de ser de esta libertad adquiere su más pleno sentido bajo una perspectiva política, en particular, como una garantía más del nuevo orden frente a las posibles reminiscencias y tentaciones del antiguo:

Tememos ser víctimas del poder arbitrario si no tuviésemos buen cuidado de evitar sus progresos y no hubiese un sistema fácil para dar la alarma de un extremo a otro del reino (...). A este propósito, nada tan eficaz como la libertad de imprenta, que permite poner todo el saber, el ingenio y el talento de la nación al servicio de la libertad, y anima a todo el mundo a defenderlo.

(Id.: 19)

En el marco de la doctrina liberal, tal y como fue tomando forma a lo largo del siglo XVIII, la libertad de imprenta tendió a ser asociada más que nada a la existencia de un determinado régimen político opuesto al poder absolutista del orden tradicional. Consiguientemente, también el papel de los medios de comunicación fue interpretado desde la perspectiva de su contribución al sostenimiento de un régimen político liberal, que poco a poco se iba a convertir también en democrático.

Esta interpretación esencialmente política del papel de la libertad de expresión se percibe con claridad en un texto de James Mill escrito para la Enciclopedia Británica (lo que es un buen índice tanto de la «aceptabilidad» de su propuesta como de la difusión que pudo alcanzar) y aparecido originalmente en 1823. Ya no se trata de que la libertad de prensa sea una consecuencia sin más de un cierto modelo de gobierno -como parecía sugerir displicentemente- sino que ahora se perfila como un componente imprescindible para el funcionamiento correcto de un régimen democrático. La libertad de expresión se ha convertido en una parte, ¡y bien que esencial!, de un régimen representativo y cumple en él ciertas funciones políticas sin las cuales aquél difícilmente podría tener sentido: «es dudoso que exista beneficio alguno allí donde el pueblo puede elegir a sus gobernantes y no dispone de libertad de prensa» (Mill, 1997: 146). Según James Mill, las funciones que la libertad de expresión y de prensa cumple en beneficio del régimen representativo son básicamente tres.

En primer lugar, permite conocer a los candidatos y juzgarlos y elegirlos con propiedad, cosa que sería imposible sin la libertad de los ciudadanos para comunicarse:

Cuanto mayor y mejor sea el conocimiento, mayor es la probabilidad, en ausencia de todo interés siniestro, de hacer una buena elección. ¿Y cómo, si no es a través de la comunicación mutua, libre y sin reservas, van las personas a alcanzar el mejor conocimiento posible sobre el carácter de los que se presentan a la elección?

(Id.: 147)

Elegidos los representantes, la prensa adquiere otra función esencial: vigilar si el gobierno y, en general, los representantes y funcio-Page 223narios públicos son fieles a la tarea y la confianza depositada en ellos por el pueblo. Así, la libertad del voto debe complementarse con el principio de publicidad de las actividades públicas, que la prensa hace viable:

Sin el conocimiento de lo que hacen sus representantes en el uso de los poderes que les han sido confiados, el pueblo no puede beneficiarse de su poder de elegirlos, y las ventajas del buen gobierno resultan inalcanzables. No costará muchas palabras convencer a los lectores de todo tipo de que el requisito del conocimiento no puede cumplirse sin un uso libre y sin restricciones de la prensa.

(Id.: 148)

Pero, continúa James Mill, de poco valdría este conocimiento si los ciudadanos no pudieran juzgar, discutir y opinar sobre los asuntos públicos. La...

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