Benjamin y el lenguaje: reflexiones desde Charles S. Peirce

AutorDarin McNabb
Páginas136-146

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Por su historiografía fragmentaria Walter Benjamin es un pensador que encaja muy bien en las corrientes post-estructuralistas y anti-totalitarias del siglo XX. Rechaza la noción de grandes narrativos interesándose más bien en las rupturas de la historia, en sus intersticios. Pero al mismo tiempo, en lo referente al tema principal de la filosofía del siglo XX, el lenguaje, sostiene una posición que parece dirigirse precisamente en contra de esas corrientes. Influido por el misticismo judío, Benjamin habla de un lenguaje puro y adámico a diferencia de uno fragmentado y meramente simbólico. Las jerarquías que los post-estructuralistas se empeñan en disolver, Benjamin las erige y mantiene: mimético/simbólico, sagrado/profano, original/derivado, esencial/arbitrario, profundo/superficial. El lenguaje moderno es un lenguaje caído, un medio instrumental que simplemente trasmite información. Benjamin relaciona esta caracterización del lenguaje con las catástrofes que, como comenta en su interpretación del Angelus Novus, van amontonándose en la historia. Es por eso que la tarea del crítico, a su juicio, consiste en recuperar en el lenguaje la capacidad de parar el «progreso» de la historia y unir al hombre con Dios. Parecería que en sus escritos Benjamin mismo intentase fungir el papel del «ángel de la historia», rechazando el babel moderno de una semiosis multitudinaria e ilimitada a favor de detenerse y pulir los escombros en aras de hacer brillar de nuevo el aura del lenguaje.

Quizá por esta tensión entre diferentes aspectos de su pensamiento Benjamin no sea de fácil asimilación en una corriente u otra. Sería fácil hacer caso omiso a sus afirmaciones más místicas sobre el lenguaje y aceptar sólo lo que nos conviene, pero creo que sería un error tachar de erróneas o románticas ciertas ideas de un pensador tan complejo. ¿Puede Benjamin lograr doblar sus alas y resistir el viento que sopla desde el paraíso o al final será que sus textos se someterán a la dispersión de las corrientes semióticas de la modernidad tardía1Creo que es fructífero e importante hacer esta pregunta.

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Me acercaré a ella mediante las ideas de otro pensador que reflexionó mucho sobre el lenguaje y cuya visión coincide en varios puntos con la de Benjamin. Me refiero a Charles Sanders Peirce. Puede parecer un poco raro juntar un lógico decimonónico y un historiador influido por el misticismo judío pero creo que las diferencias son meramente superficiales. Poner en diálogo dos voces de índole tan distinta servirá no sólo para ejemplificar la naturaleza de la visión lingüística de los dos pensadores sino también enriquecerá, espero, el campo teórico de sus respectivos públicos. Revisaré los textos principales en los que Benjamin habla del lenguaje: «Sobre el lenguaje como tal y sobre el lenguaje del hombre», «Sobre la facultad mimética», y «La tarea del traductor». Aun habrá coincidencias interesantes entre los primeros dos escritos y el pensamiento de Peirce, resaltaré en especial las ideas expuestas en el último escrito. En la segunda parte de mi ensayo hablaré del contexto general de la semiótica de Peirce como modelo para el pensamiento humano y mostraré cómo ella, y en especial la máxima pragmática, se combinan para dar un marco teórico en el que el intento de Benjamin de recuperar el lenguaje puede entenderse con mayor claridad.

No pretendo en este escrito forjar los lineamientos de una hiper-teoría lingüística que sea una fusión de Benjamin y Peirce sino solamente un bosquejo de coincidencias significativas, de puntos de contacto que señalen a un público especialmente científico/ analítico que las ideas bastante místicas de Benjamin encuentran un profundo apoyo en las ideas de un pensador de índole tan distinta. Espero mostrar: 1) que las ideas sobre el lenguaje de Benjamin merecen un estudio detenido de un público más amplio, y 2) que el hecho de estas importantes coincidencias señala la propia viabilidad de la traducción que tanto Benjamin como Peirce plantean.

Benjamin

En «Sobre el lenguaje como tal y sobre el lenguaje del hombre» Benjamin distingue su concepción del lenguaje de la versión burguesa. Ésta sostiene, a su juicio, que «el medio de la comunicación es la palabra, que su objeto es fáctico, y que se dirige a un ser humano».2 Es una concepción de sentido común. En ella el lenguaje es un medio a través del cual los pensamientos de un individuo se expresan, un medio cuyos elementos facilitan la consecución de fines y que por tanto es meramente instrumental. La instrumentalidad del lenguaje se manifiesta en la existencia de una pluralidad de lenguajes. Puede haber una gran diversidad de instrumentos para efectuar una acción determinada, por lo que la elección de uno en particular es, en gran medida, puramente arbitraria. La escritura alfabética es, para Benjamin, «una combinación de átomos de escritura, muy lejana a complejos sagrados».3La mención de lo sagrado implica que nuestro estado lingüístico moderno es un estado caído. Benjamin dedica la mayor parte de «Sobre el lenguaje» a una explicación del estado originario del lenguaje, un lenguaje que llama puro.

Benjamin define el lenguaje como «toda comunicación de significados mentales».4 No lo limita a la expresión en palabra de los seres humanos sino que extiende este tipo de

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comunicación a toda la naturaleza. Dice que el ser mental así comunicado se comunica en el lenguaje, no mediante él, lo cual lo lleva a quizá su afirmación más extraña y mística, que el ser mental que se comunica en el lenguaje no es información, datos, ideas, sino el lenguaje mismo. El lenguaje se comunica a sí mismo. Lo explica de la siguiente manera:

El lenguaje de esta lámpara, por ejemplo, no comunica la lámpara (ya que el ser mental de la lámpara, en tanto comunicable, no es de ninguna manera la lámpara misma), sino: el lenguaje-lámpara, la lámpara en comunicación, la lámpara en expresión. Pues en el lenguaje la situación es ésta: el ser lingüístico de todas las cosas es su lenguaje.5El lenguaje comunica a sí mismo dado que lo que se comunica es un ser mental, no material, y en la medida en que este ser mental es comunicable, es algo lingüístico. Cuando aplicamos esta idea al hombre tenemos que el ser lingüístico del hombre es su lenguaje. Comenta Benjamin que el lenguaje del hombre habla en palabras por lo que el hombre comunica su propio ser mental al nombrar todas las demás cosas. El nombrar es «aquello [...] en el que el lenguaje mismo comunica a sí mismo de forma absoluta. Al nombrar, el ente mental que comunica a sí mismo es el lenguaje».6Dada la estricta identificación entre el ser mental del hombre y el lenguaje, el hombre no puede comunicarse por medio de él sino solamente en él y por tanto lo que habla, lo que se comunica, no puede ser sino el lenguaje. Esta concepción claramente deja de lado la concepción burguesa expuesta líneas arriba en la que el hombre utiliza palabras como medio para trasmitir información. Dado el papel mediador del lenguaje en esta concepción, no importa el signo que se utilice. Es totalmente arbitrario. Pero para Benjamin el nombre que enuncia el hombre no lo es.

Si el fundamento que establece la relación entre palabra y objeto es puramente humano entonces la relación es arbitraria. Las únicas alternativas son un fundamento natural y otro divino. No puede ser divino porque el habla del hombre sería por ende creativo. El fundamento para Benjamin proviene, entonces, de la naturaleza. En «La facultad mimética» habla de la mímesis, del origen del lenguaje en la onomatopeya, y cómo la imitación no es solamente sónica sino gráfica también. «Pues, si palabras que significan la misma cosa en diferentes lenguajes se arreglan alrededor de esa cosa como su centro, tenemos que preguntar cómo todas ellas... son similares a lo que significan en su centro».7La respuesta para Benjamin es que hay una similitud que se da entre significante y significado, y acude a la grafología y al inconsciente, de manera nada convincente en mi opinión, para sostener al final que «la escritura se ha convertido, al igual que el lenguaje, en un archivo de similitudes, de correspondencias».8A pesar de la brevedad de este escrito y la carencia de desarrollo conceptual, constituye un aspecto importante e inevitable de la filosofía del lenguaje de Benjamin y como veremos más adelante guarda una relación muy sugerente con lo que Peirce sostiene sobre el papel del icono en el lenguaje.

Volviendo a «Sobre el lenguaje», Benjamin establece a continuación una jerarquía entre los lenguajes de las cosas, del humano y de lo divino. El lenguaje de las cosas es el más imperfecto. Es mudo y denso, dice, y las cosas comunican entre sí de forma más o

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menos material debido a que carecen del principio formal del sonido. El lenguaje humano se distingue de éste al ser sónico, por lo cual es puramente mental. Es el lenguaje en el que la creación tuvo lugar, pero carece de la espontaneidad y creatividad del lenguaje divino. Al nombrar, el hombre no crea sino conoce. Para Benjamin, la finalidad del nombre que habla el hombre es la de «dar a luz al lenguaje de las cosas mismas, en las que silenciosamente, a su vez, en la magia muda de la naturaleza, la palabra de Dios brilla».9Se podría decir que el nombre del lenguaje humano volatiza el silencio de las cosas, lo enrarece, de forma que pierde su densidad y se vuelve transparente.

En el estado paradisíaco esto sucedía de forma inmediata y natural, pero con la caída, con el conocimiento del bien y del mal, el nombre se abandonó en favor de la palabra, un mero signo. Ya no se habla el lenguaje del conocimiento sino uno que tiene que comunicar algo distinto a sí mismo. Así deja por atrás el lenguaje más puro del nombre y el lenguaje se convierte en un medio, por lo que existe tanta pluralidad de lenguajes. «[Con] la caída el hombre...

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