Lenguaje y metalenguaje en bioética

AutorElena Colombetti
CargoUniversità Cattolica del Sacro Cuore di Milano
Páginas189-200

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1. Introducción

Cuando Helen Keller, niña sordomuda y ciega desde el nacimiento, por primera vez consiguió conectar los juegos de mano que su institutriz le enseñaba con las cosas que tocaba, se le abrió un mundo. De repente las cosas adquirían sentido: ella misma cuenta cómo -al percebir la relación significante-significado entre el movimiento de los dedos y el agua que fiuía sobre sus manos- al volver a su casa cada objeto adquiría un nombre, y cómo esto daba vida a un pensamiento

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nuevo1. Denominar la realidad es indispensable para entenderla, y al mismo tiempo tal denominación constituye una condición imprescindible para la comunicación entre los seres humanos. El uso correcto del lenguaje, la explicitación de los niveles de las descripciones y los distintos dominios del discurso están implicados en la dinámica misma de la razón práctica, así como en la dimensión política, en el sentido más noble de la palabra, de la acción humana. Como escribe Hanna Arendt en «La condición humana», «dondequiera que esté en peligro lo propio del discurso, la cuestión se politiza, ya que es precisamente el discurso lo que hace del hombre un ser único»2.

Evaluar cómo se habla en la Bioética y de la Bioética tiene no pocos refiejos en la vida de los seres humanos, en su común empeño en el mundo. Después de unas décadas de vivo interés en la construcción de este nuevo campo del saber, durante los últimos años casi parece que la Bioética se haya conformado con el dato jurídico (las normas positivas que, en los distintos países, regulan la materia) o se haya intercambiado con el lenguaje técnico de la ciencias, confundiendo el indispensable nivel de la descripción científica de los hechos y de los procesos con el de su evaluación ética. Todo esto tiene una gran repercusión no solo en el futuro de la Bioética misma, sino, sobre todo, en la capacidad de seguir entendiendo (tener-dentro) el significado de los cambios introducidos por las tecnociencias, de su repercusión en la comprensión de la identidad del hombre y de la naturaleza de sus acciones.

Tomás de Aquino, en el comentario a los libros aristotélicos sobre la política, muestra cómo la capacidad de comunicar lo que es útil y dañoso, justo e injusto, fundamenta la casa y la comunidad política: sed communicatio in istis facit domum et civitatem3. Esta referencia a la dimensión de la justicia es de particular importancia por lo que estamos diciendo, porque el lenguaje que aquí nos interesa se refiere al entendimiento y a la comunicación no sólo de lo que, descriptivamente, es en su facticidad o posibilidad, sino también en su dimensión de justicia, es decir: tiene que expresar la dimensión común o que toca lo común en relación con lo que es justo e injusto.

El esfuerzo por analizar el lenguaje de la Bioética podría seguir dos cauces. El primero es el que pertenece más propiamente a la análisis lingüística, afrontando en detalle distintos textos. El segundo, que es el que intentaré seguir, mira más a colocar los posibles usos lingüísticos que se pueden extraer del debate interno de la Bioética, valorando su conveniencia respecto al estatuto de la disciplina misma. Concretamente lo que me propongo hacer es afrontar críticamente algunos nudos problemáticos de la cuestión que, me parece, se pueden reunir en torno a dos ejes: el papel del lenguaje tecno-científico en la Bioética; las características del lenguaje filosófico requerido por el objeto formal de la propia Bioética. En este segundo punto, más extendido, tendremos que enfrentarnos también con el tema de un uso retórico del lenguaje.

2. La contribución de las ciencias empíricas

La Bioética ha surgido precisamente a raíz de la transformación de la experiencia introducida por la alta tecnología, en particular en al ámbito de las tecnociencias. Tal transformación ha abierto problemáticas inéditas. La misma palabra «Bioética», cuando se acuñó por una feliz intuición de Von Potter, se presentó como un neologismo. Potter veía la necesidad de conjugar los hechos biológicos y los valores éticos: de aquí la Bioethics, disciplina que habría tenido que realizar tal deseada conexión, constituyéndose como un puente entre ambas dimensiones. Como algunos eminentes estudiosos ya han señalado4, la idea del puente no acierta con la naturaleza y la envergadura de los nuevos problemas que, con la aparición de las tecnociencias, han hecho irrupción en el horizonte de la praxis, requiriendo nuevas categorías y una renovada capacidad de evaluación. No puedo ahora ahondar más en este asunto, pero hay que señalar que la particularidad del campo de investi-

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gación de la Bioética nos sitúa en un contexto de singular complejidad terminológica. Si contemplamos su estatuto epistemológico, podemos darnos cuenta de que el conocimiento de su objeto material (lo que se refiere al Bios y a las transformaciones que la tecnología implica) requiere el concurso de varias ciencias: su aportación es necesaria para proporcionar las nociones indispensables que sirven para comprender el dato empírico. Esto no quiere decir que la Bioética sea en sí misma pluridisciplinar -cosa que significaría decir que es un arte, no una disciplina-, sino que tiene que resolver cuestiones que se encuentran en la intersección de distintos sectores de conocimiento y de praxis. Por esta razón, para hacerse cargo de la materialidad de los problemas es necesaria la aportación descriptiva de las ciencias empíricas, tanto que un primer nivel de refiexión sobre el lenguaje de la Bioética concierne exactamente a la capacidad explicativa de lo que tiene que ser evaluado. Me parece pacífico que, a pesar de no ser por sí misma suficiente, una buena descripción sea claramente indispensable para poder estimar cualquier objeto. En este sentido, se advierte la necesidad de controlar críticamente la adecuación de las palabras y expresiones utilizadas que, a veces, pueden resultar ambiguas o incluso falsear los hechos, con el riesgo de viciar profundamente el razonamiento sucesivo. Nos ayudará poner un ejemplo práctico. Muchas veces en varios textos, tanto científicos como divulgativos, se puede apreciar el uso de la expresión «óvulo fecundado» para indicar las primerísimas fases de desarrollo del embrión. Esta solución semántica, que a primera vista puede parecer neutramente descriptiva, deja indeterminado el nivel ontológico del objeto. Hablar de óvulo fecundado llama la atención sobre un elemento biológico (la célula germinal) que ha tenido una transformación (ha sido fecundada), pero sin aclarar si esta transformación se sitúa a nivel accidental o substancial. No se dice si se trata de la misma realidad de antes (una célula), o si se trata de algo nuevo (un organismo). La solución a este problema se encuentra en el ámbito biológico (no filosófico), y por esto es la biología misma, describiendo el fenómeno, la que tiene que explicar cuándo se trata de una parte de un organismo y cuando, en cambio, de un organismo. En este segundo caso hay que utilizar un término distinto que refieje y signifique el nuevo nivel de realidad. El recurso a expresiones que describen algo como resultado de un proceso no siempre es incorrecto en sí, pero muchas veces, como en este caso, queda ambiguo y no proporciona la información necesaria para comprender lo mencionado y, por lo tanto, para evaluar las acciones libres (que por ser tales tienen valor ético) sobre la realidad descrita.

Algo similar pasa cuando el lenguaje no es suficientemente rico y se limita a utilizar expresiones sintéticas para significar acciones y nexos causales distintos. Si nos limitamos a describir una actuación médica diciendo, por ejemplo, que al no suministrar una terapia o al no intervenir se deja morir a alguien, podemos al mismo tiempo decir que a) se interrumpen tratamientos que ya no pueden contrarrestar eficazmente una patología (y que podríamos evaluar como desproporcionados respecto a la situación clínica del paciente); b) que se interrumpen tratamientos proporcionados por voluntad explícita del paciente c) que se interrumpen tratamientos proporcionados respecto a la situación clínica del paciente como consecuencia de decisiones dictadas por factores que no son clínicos (como la escasez de recursos, o criterios sobre niveles de calidad de vida, etc.). Si no se da voz explícita a estas diferencias, la escueta expresión «dejar morir» no permite apreciar la distinta tipología de las acciones. A estas imprecisiones se pueden añadir ejemplos de locuciones erróneas porque, a pesar de estar en un contexto científico, constituyen figuras que pertenecen a la retórica como la metonimia -es decir: la sustitución de un término con otro con el que está conectado- o la sinécdoque -indicar la parte por la totalidad- pero sin que puedan ser reconocidas como tales. Un ejemplo entre muchos: decir que se ha evitado una enfermedad genética hereditaria, cuando se ha suprimido en sus primeras fases el organismo que era portador de la anomalía, hecho científicamente muy distinto5.

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Estas rápidas ejemplificaciones sirven solo para subrayar la importancia de una correcta expresión científica, tanto en los textos especializados como en los destinados a la divulgación, pero tampoco se debe caer en el error de pensar que se pueda deducir una filosofía de la biología (así como, al revés, una biología desde la filosofía). La importancia del dato conseguido por las ciencias empíricas, de modo particular por la biología, no puede hacernos caer en el error de un fisicismo o biologismo. El momento de la descripción factual resulta indispensable, pero, por sí solo, insuficiente. No solo, hay también que considerar la particularidad del lenguaje científico y técnico, en sí mismo incapaz de alcanzar la especificidad de...

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