Legibilidades acusadas: para «Benji» de un «lacónico S»

AutorMaya Aguiluz Ibargüen
Páginas188-202

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I Una cita con dedicatoria: de Benjamin a Kracauer

En este artículo empiezo por trocar al Benjamin de una cita que apareció en el prólogo de Jesús Aguirre a la primera entrega de Discursos interrumpidos (1973), en la célebre edición en español que puso en circulación nueve sustantivos escritos en la última década de Walter Benjamin. Esa referencia1procedía de una de las dos reseñas divulgadas en el año 1930, con una distancia de meses, y publicada en la revista Die Gesellschaft. International Revue für Sozialismus und Politik. Al mudar la cita hacia alguno de los pisos de un texto mayor del género de la reseña vuelve a refigurar Walter Benjamin bajo otros visos aun cuando se mueva en los mismos marcos de aquella suerte de programa mínimo sobre la politización de los intelectuales contenido en las diez páginas de su reseña. Sin esa politización, rezaba más o menos la cita, un autor no podría deslindarse del punto desde donde habla, proyecta y escribe; no podría separarse -seguía diciendo Benjamin- «como un solitario[,] un descontento[,] un aguafiestas», que está en condiciones «de promover algo real y demostrable».2Nuestros encuentros con esta cita, cuando no aislaron, por juzgarlo importante, el mensaje sobre «la politización de la propia clase», como en el caso de 1973 que no dio mayores señas sobre la reseña; dejaron invisibilizado al «extranjero interno» (Aussenseiter), quien era el intelectual y destinatario de ese texto de comentarios sobre Los

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empleados. Una investigación.3La cita pertenecía a un Benjamin haciendo las veces del fisiognomista que renunció a la costumbre de religar un cierto rostro con tal rasgo espiritual, para alcanzar, en cambio, el retrato de un autor, Siegfried Kracauer, en su propio espacio, el tejido social de la Alemania al empezar la década de 1930.

Salido del diario liberal Frankfurter Zeitung en diciembre de 1929, el estudio de Kracauer logró un formato de libro en enero del siguiente año, para sumarse a un reducido grupo de acercamientos sociológicos a la existencia social de los trabajadores de cuello blanco. El título del estudio para Walter Benjamin se erigió en una introspección a «la realidad... acosada tan intensamente que debe confesar sus colores y dar los nombres», cuando tales nombres cobraban asiento en ciudades como Berlín, «la ciudad par excellence de los empleados».4Por ese acoso que se dejaba sentir en el ambiente, la propia reseña también se podía leer en clave de las disyuntivas surgidas en vísperas del ascenso del nacionalsocialismo y en su tramado se revelaba influido por el surrealismo y el materialismo histórico, y acaso también por el categorial freudiano. A la vez, en una vena casi programática, buscaba influir en el curso de los acontecimientos caracterizando el contenido del Estado específicamente por su inhumanidad y a la llamada falsa conciencia, por la proyección en imágenes (de un sustrato tensional que reconocía Benjamin como inconsciente colectivo). En cuanto texto hecho de pisos y yuxtaposiciones, la reseña sobre Los empleados interpone entre las imágenes (arriba citadas) con que identificó al «autor revolucionario», en la persona de un «lacónico S[iegfried]», y la realidad descripta, una lectura del quehacer de Kracauer, esa figura hallada en el camino de la politización de los intelectuales, que podía jugarse la vida recogiendo los pedazos, los trapos y los desechos de la ciudad para contar con ellos la memoria de su mundo.5La presencia de Kracauer quedaría unida a la genealogía del intelectual avizorada por Benjamin cuando se trataba de no perder el rastro de las cosas desperdiciadas en la sociedad moderna. Ambos dieron ocasión a una legibilidad de los productos y los despojos de la modernidad que en Benjamin se reconoce como una acusada lectura de la historia, fundada en dos categorías: la de las huellas, visibles pero ilegibles, en la superficie social, y la de las imágenes, que figuran cual constelaciones,6cuando la historia se torna en escena. En Kracauer se encuentra una preocupación similar en el plano de la visibilidad, a través del cine, al señalar un horizonte de experiencia social comprendida como fragmentación sígnica de la realidad social.

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Concernió a los dos dar cuenta de los nuevos modos de representación de las cosas y de los lugares ya advertidos en ese doble filo de aquello expuesto, y a su vez encubierto, en el mundo extraño y misterioso de las mercancías. Benjamin y Kracauer tuvieron ante sí la experiencia en imágenes que se abría como un distinto entendimiento del mundo, desde que la relación entre la cámara y la imaginación, inaugurada por el proceso técnico de producción de la imagen, dio origen a un significante visual nacido en oposición a la representación pictórica, como lo ha mencionado Rosalind Strauss respecto al objeto fotográfico, que reunió su carácter de imagen «capturada» con el de ser resultado de una emulsión química expuesta a la luz:

[...] el propio encuadre de la imagen refuerza la confianza que tenemos en su veracidad, ya que, al contrario de los retratos pintados, que llaman la atención por su rigor e incluso por la rigidez de su composición, aquí hay algo fortuito. Es como si para atrapar al modelo al natural, hubiese sido necesario lanzar una red visual demasiado amplia, como si hubiese incluido en el campo de la imagen una parte demasiado importante del entorno.7Parece que este diferendo básico respecto a la pintura, consistente en la inclusión fortuita del contexto en la fotografía, resulta «prueba suficiente -agrega enseguida Strauss- para convencernos de que se trata de una imagen de la realidad», y esto estuvo en la base de las reflexiones de la «Pequeña historia de la fotografía» (1931), de Benjamin, cuando señaló el arribo de la imagen medial (la fotografía) como un desplazamiento ante las formas icónicas de representación (la pintura), pero también, y éste es el punto central de las páginas que siguen, cuando Benjamin indicó al mismo tiempo que la nueva elaboración de la imagen anticipaba una cultura del devenir imágenes sin sitio: un mundo donde las copias sinnúmero de una imagen mostraron que ella misma había nacido desligada del contexto y del medio físico que la originó. Ciertamente a este proceso se refirió Benjamin, al hablar de una «era de la reproductibilidad técnica», y es el tema con que se encontró al leer La fotografía (1927), el ensayo de Siegfried Kracauer, inspirado en la multiplicación de una fotografía por las revistas ilustradas.

Este artículo pretende acercarse a la manera en que ellos leyeron la fotografía, en su calidad de recorte de la realidad, asimismo, en su condición de objeto emergente que «detenía» un entorno sensorial del pasado, plasmándolo en el retrato de una (segunda) realidad renacida. Antes de desarrollar estas ideas, que desprendo de una supuesta correspondencia iniciada con el ensayo de un Siegfried dedicado a «Benji» (tal como dejan entrever algunas de sus cartas a Benjamin) y que derivaría en un curso de reflexiones en torno a las imágenes y a la teoría de la historia, propongo ocupar un espacio a ciertos cruces biográficos, gracias a una prolífica literatura en la que convergen las sociologías del espacio, la filosofía de la técnica y la historia cultural e intelectual. Importa en este apartado reconocerlos dentro del signo de la «extraterritorialidad», esa particular forma de existencia en el mundo moderno,8enraizada en la experiencia del intelectual judío europeo,

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especialmente en el siglo XIX. Como expresión fue usada por Georg Simmel en el marco de la «estética de las formas» y «la psicología filosófica»;9y aprehendida por Kracauer hacia 1907, cuando en camino de su formación como arquitecto frecuentaba las famosas conferencias del sociólogo de Berlín. No obstante el carácter extendido de la extraterritorialidad, el lugar de ésta en el pensamiento de Kracauer permite revisitar, a través de su propio recorrido, los tres momentos de su emergencia histórica que, de acuerdo con Enzo Traverso, serían: una extraterritorialidad del intelectual judío respecto de la tradición y el universo religioso, que han sido el eje cultural del mundo judío y que se han visto removidos con la secularización del mundo moderno; un segundo momento consistente en que lo extraterritorial parecía subsumirse por la dialéctica en las naciones estatales, la forma política moderna extendida en Europa en fricción constante con la composición policultural del ethnos. Y un tercer momento cuando con la fractura de un mundo dejó de haber lugar para una población asimilada, que devino intrusa y luego prescindible.10

II Benjamin y Kracauer: recorridos y contrapuntos

Esta calle se llama Asja Lacis nombre de aquella que como ingeniero la abrió en el autor.

WALTER BENJAMIN11

Los itinerarios de Kracauer y Benjamin se aproximaron tanto que bien pueden verse como recorridos gemelos, unidos desde los años veinte en el círculo del Instituto de Investigación Social en Fráncfort y en la esfera de la crítica literaria y cultural alemana, su cercanía fue fortalecida en el intercambio intelectual hasta coincidir inclusive en una desesperada búsqueda por salir de Europa, cosa que habrían logrado si no hubiera sido por un giro de tuerca. En octubre de 1940, Kracauer hacía un balance de su estado en estos términos, mientras se excusaba con su contacto en Nueva York por su silencio de los meses recientes:

[...] lo hemos dejado [se refería a él y a su esposa Elisabeth (Lili) Ehreinreich] sin noticias durante meses (los cuales) han sido en extremo severos... Después de resolver numerosas dificultades, las que me abstengo de describirle, finalmente reunimos los documentos (de inmigración). Con...

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