La política latinoamericana en el bicentenario: los avatares de la democracia

AutorSilvina Jensen
Páginas102-113

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Los países latinoamericanos han comenzado a transitar por la senda de los bicentenarios de su independencia de España; conmoción política sin precedentes que atravesó el subcontinente en la primera década del siglo XIX y terminó con trescientos años de dominación española, para alumbrar lenta y trabajosamente un conjunto de estados naciones1que más allá de guerras civiles, autoritarismos y revoluciones siguen marcando aún hoy la política de Latinoamérica.

Desde sociedades de composición étnica diversa, con sistemas productivos variados y fundados en unidades económicas tan disímiles como el sistema esclavista, la hacienda con trabajo semiservil y la estancia con personal asalariado,2los centros de poder que resultaron del estallido del Imperio Hispánico iniciaron procesos de construcción de nuevos estados que tempranamente invocaron la democracia y los valores del liberalismo político como sus fundamentos.3Si, como dice José Num,4la existencia de estados naciones autónomos es condición sine que non de la democracia, en tanto garantes del ejercicio y del respeto de los derechos ciudadanos, lo cierto es que revisando dos siglos de política latinoamericana, queda claro que la historia del subcontinente ha sido más la de la negación de los valores de libertad y la igualdad, de las exclusiones de sus mayorías sociales y de sus sangrientos desencuentros, de sus noches autoritarias y finalmente el de los estados terroristas. Como afirma Frank Tannebaum, «las formas de dominación autoritaria atraviesan como hilo conductor la historia de América Latina. Dictadores y regímenes militares, revoluciones

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palaciegas y golpes de Estado, violencia y dominación violenta han sido siempre una constante política en el subcontinente americano, en donde las fases de gobierno demo-crático constituyen más la excepción que la regla».5En tal sentido, uno de los elementos más claros de unidad de la región es la relación conflictiva de sus sociedades con la democracia, hecho que se vincula de manera indisoluble con la fortísima presencia de las Fuerzas Armadas en la vida política. Sólo en el último siglo, América Latina tuvo más de 300 golpes de Estado y países como Venezuela, Paraguay, Guatemala, Nicaragua, Brasil, Argentina o Bolivia suman por décadas sus dictaduras militares y gobiernos autoritarios de diversa índole en el siglo XX.6En un momento en que existe un consenso amplio en la región sobre la democracia como forma deseable de convivencia social y política, pero en el que no han dejado de discutirse los contenidos y alcances de la democracia real, este trabajo hace foco en la coyuntura de su máxima impugnación en las últimas décadas, los años setenta del siglo pasado, cuando bajo las dictaduras de la Doctrina de la Seguridad Nacional, la oposición antidictatorial hizo de la defensa de los derechos más elementales de la persona -a la vida, la libertad y la seguridad- el contenido basal de la democracia. Si bien este artículo enfatiza una coyuntura del devenir político latinoamericano cuando democracia era antónimo de dictadura, no pretendemos agotar la discusión en el tiempo corto, sino situar el problema de la democracia del subcontinente en la larga duración. Consideramos que analizar la democracia en un contexto de clausura de las esferas pública y política y de anulación de libertades y cercenamiento brutal de derechos, no implica cerrarse a la evaluación crítica de lo que queda de las luchas antidictatoriales y por la democracia de los años setenta y ochenta. En tal sentido, intentaremos ponderar también qué se ha resignado y qué se ha conquistado, qué se ha consolidado y qué se ha abandonado de esa ilusión democrática nacida en la noche de las dictaduras más sangrientas de la historia del continente.

La democracia en la Hispanoamérica de la ruptura del pacto colonial

En nuestra región, las élites revolucionarias tomaron la noción de democracia junto a otras como libertad, fraternidad, igualdad, ciudadanía o representación caras a ese proyecto Ilustrado que había desembocado en la Revolución de 1789 y que en este continente se convirtieron en el bagaje ideológico de la modernización política para poner fin a la dominación colonial. Sin embargo, las élites que encabezaron la ruptura política del Imperio español en no pocas ocasiones hicieron un uso táctico del corpus de valores políticos del liberalismo en beneficio de sus privilegios e intereses de clase y poco a poco, y tras abandonar la concepción de soberanía popular rousseuniana y seducidos por el pensamiento de Bentham, propiciaron soluciones de orden y seguridad en desmedro de la libertad y la igualdad.

Tras las revoluciones que concluyeron en la independencia de las futuras nacionesestados de la América española, se hizo evidente la existencia de formas encontradas de pensar la democracia y de apelar al pueblo como fuente de soberanía. En el Río de la Plata, figuras como Mariano Moreno -rápidamente impulsado a alejarse del primer gobierno patrio de Buenos Aires y muerto en extrañas circunstancias en su viaje al

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exilio europeo- o el caudillo uruguayo, Gervasio de Artigas, tempranamente ponderaron la noción de igualdad junto a la de libertad, iniciando la línea de los que revindicaban contenidos sociales para las incipientes democracias criollas. La propuesta artiguista fue de avanzada para la región hasta el punto de preconizar entre otros la defensa de la libertad religiosa y de prensa. Pero no fue sino hasta el siglo XX que los gobiernos democráticos de la región se hicieron sensibles a ciertos contenidos sociales y aun así no siempre libertad e igualdad pudieron marchar juntas y en forma armónica en el subcontinente.

El ahogo de la democracia en las repúblicas oligárquicas

Tras décadas de guerras civiles que siguieron a la larga guerra por la independencia de España, la estabilidad política llegó a los países hispanomericanos de la mano de las repúblicas oligárquicas, regímenes de «orden y progreso», con presencia de terratenientes, dueños de plantaciones, ingenios y haciendas, que hicieron del latifundio7no sólo la base de una economía dependiente de los países centrales, sino de una dominación política que bajo la apariencia de respeto a las formas republicanas, excluía a amplias mayorías sociales mediante métodos que violentaban la expresión de la voluntad popular. En los países del Cono Sur, la dominación oligárquica estuvo representada por la «Pax portaliana»8en Chile y por «el Régimen» de Roca, el «conquistador del desierto» en Argentina. Uruguay fue el único de los países de Cono Sur que eludió los gobiernos oligárquicos, pasando rápidamente al reconocimiento primero de derechos sociales y más tarde de derechos políticos.

La dominación oligárquica (1880-1930/40)9que guió la construcción de los Estados en la mayor parte de Hispanoamérica tuvo dos preocupaciones: la organización nacional (la neutralización de los impulsos secesionistas y la resolución de los conflictos de intereses intraburgueses) y el progreso económico ligado a conseguir una inserción provechosa del país en la división internacional del trabajo como productor de materias primas y receptor del capital extranjero para el desenvolvimiento nacional mediante inversiones directas o préstamos de capital. Este esquema fue posible gracias al sostenimiento de una concepción estrecha de la ciudadanía que se expresó en una idea de «orden» que cada vez fue haciendo más evidente su componente represivo.

Son los años en los que las élites gobernantes -burguesía, terratenientes, grandes propietarios- enarbolaban los principios del liberalismo económico - reaseguro de la colocación de las materias primas en los mercados internacionales-, mientras propi-

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ciaban el vaciamiento de los contenidos democráticos del liberalismo político. Mientras sostenían una ficción de respeto a la división de poderes y al funcionamiento de las instituciones republicanas, las clases subalternas permanecían excluidas de la ciudadanía. De hecho, aun cuando desde las primeras décadas del siglo XX, ciertos sectores reformistas separados de la oligarquía dieron curso al voto universal masculino y eso abrió paso a gobiernos de clases medias, persistió la exclusión de las amplias mayorías populares que desde finales del siglo XIX manifestaban una creciente consciencia de sus derechos y un alto nivel de conflictividad que se expresó en movimientos sociales y partidos políticos obreros (anarquismo, socialismo). Esa creciente consciencia política fue parte de la transformación demográfica profunda sufrida por las sociedades latinoamericanas entre las décadas finales el siglo XIX y las primeras del siglo XX, con el arribo de un aluvión de inmigrantes europeos que posibilitaron el florecimiento de corrientes de pensamiento que arrojaron luz sobre la contradicción que planteaban estados pretendidamente democráticos que excluían a vastos sectores sociales: trabajadores agrícolas o industriales y mujeres, pero también «minorías étnicas» (indígenas,10negros). Curiosamente, eran naciones de o para pocos porque las mayorías sociales estaban exiliadas de sus derechos políticos y sociales.

En definitiva, en las ex colonias españolas, la dominación oligárquica se presentó como defensora de los principios democráticos, aunque en su praxis sistemáticamente los conculcó, tanto en sus dimensiones políticas, como sociales y culturales. En este sentido, la oligarquía fue responsable no sólo de burlar la voluntad popular negándole representación (voto restrictivo, fraude electoral), sino de haber violentado la demo-cracia recurriendo a los cuarteles cuando la institucionalidad amenazaba sus intereses de...

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