Bases teóricas y manifestaciones jurídico-sectoriales de los nuevos enfoques de sostenibilidad agrícola

AutorLorenzo Mellado Ruiz
CargoProfesor Titular de Derecho Administrativo
Páginas10-28

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I La incidencia de la agricultura en la conservación del entorno
1. Prácticas agrícolas y preservación ambiental: interrelaciones y condicionamientos

La relación actual entre las actividades agrícolas y los objetivos generales de protección ambiental es compleja y bidireccional. Por un lado, es verdad que muchos hábitats naturales están mantenidos por prácticas sostenibles de agricultura extensiva, dependiendo numerosas especies silvestres de estos agrosistemas. Pero, por otro lado, es evidente que la agricultura, en sus diversas manifestaciones e intensidades, es un factor de indudable

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incidencia negativa sobre el mantenimiento de los equilibrios ecosistémicos y la preservación de los recursos y elementos naturales.

La agricultura -y también la ganadería- son actividades económicas humanas con incidencia directa sobre numerosos elementos naturales. Es evidente que las explotaciones agrarias, sometidas hoy a procesos acelerados de mecanización e intensificación productiva, pueden producir graves daños al suelo y subsuelo sobre el que se asientan, a los recursos hídricos, superficiales y subterráneos, de los que se alimentan, a la atmósfera y al paisaje rural, y a la fauna y flora silvestre presentes en los denominados espacios o sistemas agrarios (MÁRQUEZ FERNÁNDEZ). Se trata, pues, de una relación dialéctica, entre la necesidad de obtener productos y rendimientos agrícolas, junto con el sostenimiento de las comunidades rurales, y la inevitabilidad de conservar los recursos naturales origen de los mismos (CARA FUENTES), desarrollando una "nueva" agricultura de conservación y gestión racional de los distintos tipos de agrosistemas.

El denominado «desarrollo agrario sostenible» supone la disolución sintética de la confrontación secular entre las actividades agrícolas y la protección paralela del ambiente natural. Más allá del enquistado problema del déficit alimentario mundial, parece claro hoy en día que las consecuencias de la llamada Revolución Verde, iniciada tras la Segunda Guerra Mundial, y basada, no en un incremento de las tierras de cultivo, sino en un aumento vertiginoso de la producción mediante el uso de nuevos cultivos, plaguicidas, fertilizantes y métodos de riego (BROWN), exigen matizar los logros alimentarios conseguidos, asumiendo las inevitables externalidades ambientales, y replantearse el futuro de los sistemas y las comunidades agrícolas. La solución al problema mundial de la escasez de alimentos y a los problemas locales de desarrollo rural pasa, aparte de una subversión definitiva de las actuales tendencias comerciales, políticas y culturales, por una "nueva" reconciliación entre el hombre y la Naturaleza, por la "ecologización" del hombre y su progreso, por la adopción de una nueva forma de pensar y actuar, transformando a la agricultura, de nuevo, en un arte -frente a la desenfrenada carrera comercial de las últimas décadas-, cuya interpretación sea llevada a cabo por actores responsables con un instrumental útil y, a la vez, respetuoso con el medio en que se va a utilizar.

Las interrelaciones y los mutuos condicionamientos actuales entre la agricultura y el medio ambiente deben ubicarse, pues, en el tránsito hacia una "economía sostenible", superadora de la visión reduccionista del desarrollo. Dado que el subsistema económico forma parte de la biosfera, del ecosistema general, el imperativo ético-ambiental consiste en mantener y desarrollar la densidad de la economía global, el progreso económico-industrial del hombre, dentro de los límites de la capacidad de sostenimiento del ecosistema (GOODLAND), ya que el "sistema total", nuestra Tierra, es finito y no ampliable. Como en tantas ocasiones se ha señalado, la optimización del sistema (ecosistema), es decir, la preservación y recuperación de los recursos naturales y de sus interrelaciones, postula el sacrificio de los subsistemas, es decir, la limitación (en este caso del subsistema económico) tanto de la asunción de recursos (imputs) como de la liberación de desechos (outputs). La tecnología, realidad ubicua y ambivalente de la sociedad postmoderna, en la denominada "era del mundo lleno", debería orientarse, en este sentido, a incrementar la productividad del capital natural, y no tanto la del capital de formación humana.

El modelo socioeconómico de "agricultura sostenible" (CALVO MONNEY) exige, en definitiva, la compatibilización integral entre las necesidades de desarrollo agrícola y la

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preservación de los elementos naturales susceptibles de verse afectados, aunando las tres funciones esenciales de la agricultura: la función económica, la función social y la función ambiental (CANTÓ).

La agricultura multifuncional del siglo XXI debe, ante todo, prevenir la degradación del medio ambiente, como objetivo indirecto de mantenimiento de las actuales tasas de desarrollo económico, contribuyendo, de un lado, a que los agricultores sostengan activamente la viabilidad ecológica de los espacios naturales (servicio público ambiental) y, de otro, a aumentar la rentabilidad, individual y social, y la eficiencia de las actividades y sistemas agrarios (desarrollo social). Sólo desde estos parámetros de sostenibilidad y desarrollo racional cabe articular jurídicamente las múltiples interacciones entre las prácticas agrícolas y los objetivos de protección ambiental: intensificación productiva y sobreexplotación de los agrosistemas, ocupación desequilibrada del suelo, uniformización y simplificación de cultivos, erosión y desertificación de suelos, contaminación y degradación de los recursos acuáticos, alteración del paisaje rural, afecciones a la fauna y flora autóctona, pérdida de biodiversidad, etc.

Pero no se trata sólo de compaginar los dos términos de esta compleja relación, articulando jurídicamente mecanismos de composición y equilibrio entre ambas visiones del entorno natural. Se trata de integrar en un mismo esquema las necesidades agrícolas y ambientales, de establecer nuevas fórmulas jurídicas de condicionalización sostenible entre el fomento del desarrollo agrícola y el mantenimiento de los elementos naturales. Asistimos, así, a los actuales intentos de integración de las variables ambientales en la política agrícola, de inserción eficiente y responsable de sus condicionamientos, y de limitación ecológica de la actividad y la propiedad agrarias.

2. Principales problemas ambientales derivados de las prácticas agrícolas

Los propios instrumentos que han permitido la elevación de la productividad agrícola en las últimas décadas han sido los causantes, de acuerdo con la conocida ambivalencia de los desarrollos técnicos (ESTEVE PARDO), de los principales problemas a los que se enfrentan las políticas agrícolas y ambientales en la actualidad. El elevado y descontrolado consumo de agua por los sistemas agrícolas modernos ha provocado la disminución de las reservas, una alteración grave de sus parámetros de calidad, el descenso del nivel freático y la consiguiente salinización de los terrenos irrigados y la contaminación de origen agrario proveniente de fuentes puntuales y difusas, etc. (BERNAL YAGÜE y SANZ RUBIALES). La tecnificación, intensificación y extensión de los suelos agrarios ha conllevado en ocasiones la pérdida de la estructura, fertilidad y capacidad de autorregeneración del sistema edáfico, y, a menudo, la degradación, desertificación y erosión de aquellas zonas sometidas a prácticas agrícolas inadecuadas (CALVO CHARRO: 1999). El empleo excesivo de fertilizantes y productos fitosanitarios ha provocado su concentración elevada en los tejidos y raíces de las plantas, la contaminación del suelo, la acumulación en las aguas subterráneas, la disminución de los microorganismos beneficiosos del suelo y la inhibición de la fijación del nitrógeno, así como el incremento de la resistencia de las plagas y enfermedades, la aparición de nuevas plagas y la eliminación de predadores y enemigos naturales de las plagas vegetales. Pero la verdadera caotización del sistema edáfico por el incremento de insumos artificiales, como consecuencia de lo que se ha denominado "metabolismo social" (MARTÍN MATEO), no reside tanto en el consumo acelerado de energía para la

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producción intensiva, ni en el correlativo incremento de desechos inútiles o restos degradados o transformados de los productos auxiliares utilizados, sino en la propia...

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