Jueces y sesgo de confirmación

AutorIgnasi Beltran de Heredia Ruiz
CargoProfesor Agregado y TU Acreditado. Universitat Oberta de Catalunya (UOC)

Ver nota 1

Los postulados de la teoría de la elección racional son particularmente controvertidos y su cuestionamiento ha sido abordado desde múltiples disciplinas. Entre ellas, la psicología cognitiva está evidenciando de forma empírica que la figura del homo oeconomicus sobre la que se sustenta todo el modelo es una ficción.

Sin duda, nuestras limitaciones cognitivas merman nuestra racionalidad. Así que, a diferencia de lo que postula el paradigma económico de la Escuela de Chicago, lejos de ser propiedades ilimitadas, en realidad, en los seres humanos operan las siguientes restricciones (THALER, p. 362): “racionalidad limitada, fuerza de voluntad limitada y egoísmo limitado”.

Estas limitaciones precipitan errores en la interpretación de los hechos, en la toma de decisiones y sesgan la identificación de lo que más nos conviene (de modo que podemos acabar actuando en contra de nuestro propio interés y/o bien ser manifiestamente inconsistentes en nuestras preferencias).

No obstante, nuestro comportamiento no es aleatorio, impredecible o libre de reglas (SUNSTEIN, 2012, 2, p. 54), sino que nuestros sesgos son previsibles y sistemáticos. Y son muchos los estudios empíricos que lo evidencian. De ahí que sea posible su análisis, así como las causas que los motivan.

En este contexto, cobra especial interés (entre otros muchos) la cuestión relativa al apego por nuestras ideas y nuestra consiguiente resistencia a desprendernos de ellas (incluso, si son erróneas).

Debe partirse de la idea de que, como apunta SUTHERLAND (p. 180), la «falta de disposición a renunciar a las propias opiniones es característica de todas las profesiones y condiciones sociales».

Y, ciertamente, no soy capaz de identificar un motivo lo suficientemente convincente para pensar que los juristas (académicos o no) estemos, a priori, exentos. De modo que creo que vale la pena explorarlo.

Las derivadas de esta afirmación son múltiples, pero en el ámbito judicial emerge con especial intensidad. El objeto de este breve ensayo es describir este fenómeno y evaluar (o sondear) su posible incidencia.

1 - El apego a nuestras opiniones (aversión a las pérdidas, efecto dotación y costes hundidos)

Nuestras opiniones son extremadamente resistentes al cambio (SUTHERLAND, p. 200).

Y, la idea de que nuestras ideas nos «pertenecen» tiene un poderoso efecto en esta inflexibilidad. Afirmación que está íntimamente unida al concepto de «aversión a las pérdidas». Esto es, el malestar que experimenta una persona con una pérdida es casi el doble de la satisfacción que le produce una ganancia.

La aversión a las pérdidas tiene una estrecha relación con lo que se conoce como “efecto dotación”. En síntesis (THALER, 2016, p. 47), este concepto se refiere a que

“la gente valora más las cosas que ya forman parte de su dote que las cosas que podrían pasar a formar parte de ella, disponibles pero aún no adquiridas”.

De modo que valoramos más lo que tenemos que lo que un estaríamos dispuestos a pagar si tuviéramos que comprarlo. Este planteamiento es predicable, sin duda, con respecto a las cosas materiales, pero también a las inmateriales, como las ideas o puntos de vista (ARIELY, p. 155).

De hecho, como afirma HAIDT (p. 125), aunque sin vincularlo explícitamente al efecto dotación,

«a las personas se les da muy bien cuestionar las afirmaciones hechas por otros, pero cuando se trata de su creencia, entonces es su posesión, casi como una hija, y en ese caso lo que quieren es protegerla, no cuestionarla y arriesgarse a perderla».

En paralelo, nuestra resistencia a aceptar otros planteamientos también puede estar relacionada con lo que se conoce como «la falacia de los costes hundidos«. En efecto (THALER, 2016, p. 109 y ss.), la teoría de la elección racional sugiere que una vez efectuado un gasto y el dinero no se va a recuperar, éste es un «coste hundido» y, por consiguiente, nuestras decisiones deben ignorar totalmente estos costes.

Sin embargo, a las personas nos cuesta mucho aceptar esta máxima y no tenerlos en cuenta en nuestras decisiones, de ahí que se hable de la «falacia de los costes hundidos» (o – como apunta SUTHERLAND, p. 139 – del «error del coste invertido»).

Aplicado al ámbito de las ideas (THALER, 2016, p. 373), ¿es posible que nos aferremos a nuestras teorías, defendiéndolas con uñas y dientes, simplemente porque únicamente estamos prestando atención a los costes hundidos? Sin duda, yo creo (como THALER) que así es.

Y la persistencia de nuestras convicciones no se explica únicamente por un deseo de mantener la autoestima (SUTHERLAND, p. 201). En este sentido, SACKS (p. 195) afirma que

«socavar las propias creencias y teorías puede ser un proceso muy doloroso e incluso aterrador, pues nuestras vidas mentales se sustentan, de manera consciente o inconsciente, en teorías a veces investidas con la fuerza de la ideología o de la delusión»

Y, en el extremo (SUTHERLAND, p. 205),

«la persistencia en una creencia puede derivar de la negativa a abandonar una buena historia inventada para explicar algo que el sujeto cree que es verdad»

Y nuestro entorno tampoco ayuda a transigir. En efecto, (siguiendo con SUTHERLAND, p. 74) en la medida que tendemos a juntarnos con nuestros iguales, es poco frecuente que estemos expuestos a argumentos que sean contrarios a nuestras más profundas convicciones, y mucho menos a pruebas contrarias a ellas. Nuestras creencias se ajustan a las de nuestros compañeros, de modo que hay pocas posibilidades de eliminar los errores persistentes. Y, por ejemplo, la pertenencia a determinados grupos científicos o corrientes de opinión no facilitan precisamente las cosas en este sentido.

Y, de hecho, hay más posibilidades de que una persona se retracte de una decisión manifestada en privado que en público, aunque la decisión sea errónea. Y es curioso porque estos cambios de opinión, ante la evidencia de nuevos datos, lejos de evidenciar nuestra debilidad, deberían estar mostrando nuestra racionalidad.

2 - Inercia (statu quo)

La aversión a las pérdidas tiene una derivada muy importante: la inercia o statu quo.

En efecto, siguiendo a KAHNEMAN y TVERSKY (p. 586 y ss.), “la aversión favorece la estabilidad frente al cambio”, pues, si las pérdidas pesan más que las ganancias, las desventajas (entendidas como pérdidas) asociadas a estados alternativos al mantenimiento del statu quo, hacen que quien toma la decisión contraerá un sesgo que favorecerá mantenerse como estaba.

Por consiguiente (SUNSTEIN y THALER, p. 51),

“la aversión a la pérdida contribuye a producir inercia”, pues, produce un “nudge...

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