Juan Manuel Barquero Estevan, in memoriam

AutorJuan Ramallo Massaset
CargoCatedrático emérito de la UAM
Páginas9-11

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A Camino

Por lo menos en tres ocasiones escribí el prólogo para las monografías de Juan Manuel Barquero. Nunca imaginé que también iba a escribir el epílogo.

En la primera epístola a los corintios, Pablo de Tarso hace una conocida reflexión: “Ubi est, mors, victoria tua?” (I, 15, 55). Cuestión que se encuentra dentro del Capítulo 15, que trata sobre la resurrección. Y su significado, para los cristianos, es la de preguntarse en dónde está, muerte, tu victoria si de todos modos vamos a resucitar. Esta resurrección es, en esta concepción, la victoria sobre la muerte.

Sin necesidad de tener que compartir necesariamente la creencia sobre la resurrección, la pregunta de Pablo de Tarso tiene, a mi entender, todo el sentido cuando nos encontramos ante una vida que ha sido manifestación espléndida de acción y de entrega. La muerte, desde esta perspectiva, nunca será la victoria sobre una vida repleta, sobre una obra bien hecha. Estas obras están ahí, ante nosotros, como el fruto del “Carpe diem”, como consecuencia de atrapar el día –ya que el futuro es incierto– haciendo todo lo que pueda para no perder un instante de amar, de aprender, de ir más allá, de crecer como persona. Este término de crecer es al que Horacio da el sentido de cosecha: que implica que es necesario sembrar, cuidar, regar, la paciencia de esperar y de ver crecer la planta y sus frutos. Y si esto es la vida, ni la muerte puede desfigurarla ni es precisa la resurrección.

Y creo que el caso de Juanma Barquero es un fiel reflejo de lo que acabo de indicar. Para decirlo en palabras de Jorge Luis Borges, “la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”.

Terminada su Licenciatura, y cumplido lo que antes se llamaba el servicio militar obligatorio, se incorporó al Área de Derecho Financiero y Tributario de la Facultad de Derecho de la UAM. Y desde ese mismo momento se pusieron de manifiesto tres características personales suyas que se mantuvieron siempre como estandartes de su manera de

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ser y de estar: su interés por el conocimiento riguroso, su compromiso con la comunidad universitaria, su fidelidad al grupo y a su cohesión.

Su vida académica centró su trabajo y su ilusión. Fue un investigador prolijo pero autocrítico. No fue un investigador monotemático pero sí un investigador agotador de los temas que trataba. Como ya escribí en uno de los prólogos (1996) su trabajo es fruto de una “inquietud y curiosidad que no ha dejado de cultivar con una...

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