José María García Marín: apuntes para una semblanza

AutorJuan Antonio Alejandre García
Páginas17-32

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No es tarea fácil la de elaborar una semblanza o reflejar en una sinopsis la vida académica, investigadora, científica de un profesor que se jubila y que posee un currículo tan denso como el que ofrece José María García Marín, quien, en estas fechas que anuncian su próximo retiro, aún desarrolla una plena y fructífera actividad creadora. Pero más difícil es abordar ese resumen, como me propongo hacer, cuando se pretende aunar el sentimiento afectivo (en este caso, de fraternidad, fraguada hace más de cincuenta años, y robustecida con el transcurso del tiempo y los avatares de la vida) con el propósito de la objetividad. La amplitud de su currículo, reflejado en las casi cincuenta páginas que abarca el que puede encontrarse fácilmente a través de internet, acrecienta un punto más esa dificultad aludida.

Esta misma circunstancia, la del fácil acceso a su pormenorizada trayectoria con una mera consulta electrónica, me ha hecho desistir de repetir aquí todos y cada uno de sus logros académicos, aquellos que marcan a una persona y constituyen las mimbres de su particular biografía. He preferido, más bien, resaltar la peripecia personal del hoy homenajeado, el impulso que ha guiado su conducta, el que ha orientado sus caminos en el ámbito de la investigación, el que le ha hecho conectar y relacionarse con instituciones y con personas capaces de enriquecer su acerbo de conocimientos, y el que ha supuesto el hilo conductor de sus preocupaciones científicas. Sin perjuicio de que, inevitablemente, en ese recorrido hayan de salir al paso las imprescindibles referencias a sus más destacados libros y artículos, a sus presencias en tantos y tan diversos centros prestigiosos donde ha aprendido y donde ha impartido sus enseñanzas, las actividades académicas de las que ha sido protagonista: sus méritos múltiples, en definitiva.

Desde 1969, cuando García Marín entra en contacto con el maestro Martínez Gijón, hasta el día de hoy, han transcurrido muchos años y en ellos se han

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sucedido las experiencias enriquecedoras que, sin solución de continuidad, se reflejan en su brillantísimo currículo, que permite seguir sus pasos, siempre acertados y coronados por el éxito: becas, premios, nombramientos, reconocimientos en definitiva de una vida consagrada al aprendizaje, a la investigación, a la enseñanza, a la formación de discípulos. Y todo ello de una manera discreta, casi silenciosa, como corresponde a quien ha recelado y evitado siempre la ostentación, las candilejas de los cargos (precisamente él, quien mejor ha conocido los cargos de la Administración pública, ejercidos por otros y en otros tiempos), el uso interesado de sus méritos como trampolín para fines espurios. Muy al contrario: sus logros han sido siempre limpios y no exentos de sacrificios, como se aprecia, por ejemplo, en el transcurrir de su carrera docente: de Profesor Ayudante y luego Adjunto interino, sucesivamente, en Sevilla, Córdoba y Jerez, pasó a Adjunto numerario en la Universidad Hispalense en 1978; a Agregado numerario en Cáceres, donde ejerció su magisterio entre 1979 y 1981; a Catedrático numerario en Córdoba entre 1981 y 1997 y, finalmente, en la Pablo de Olavide desde 1997: un largo deambular que dejó en cada lugar la huella de su saber y de su buen hacer.

En ese tiempo, su trabajo entusiasta, paciente, escrupuloso, serio, se ha ido diversificando no ya solo por la temática de sus investigaciones, sino también por sus actividades múltiples que le han llevado a desempeñar con responsabilidad cuantas gestiones pueden encomendarse a un docente de prestigio, y a conocer centros de estudio muy diversos y alejados, en los que ha investigado, ha difundido sus conocimientos, ha establecido conexiones fructíferas con otros investigadores, hasta el punto de que su nombre ha llegado a ser un referente en el mundo de la Historia del Derecho, como después expondré con más detalle.

Lo primero que me viene a la memoria, cuando quiero recordar sus primeros pasos en lo que devendría una carrera de éxito, es su incorporación al Departamento de Historia del Derecho de la Universidad de Sevilla, sumándose así al entonces pequeño grupo de discípulos del profesor Martínez Gijón, en el que fue pionero Enrique Gacto y al que, poco después, me sumé yo mismo. Gacto y yo comenzamos a preparar nuestras respectivas tesis sobre temas pertenecientes al ámbito del Derecho privado, el que más había cultivado nuestro maestro. García Marín, que había dedicado un tiempo al estudio del Derecho público, recibió, en cambio, el encargo de elaborar un trabajo doctoral en la línea de lo que le era hasta entonces más familiar, y así empezó a descubrir un mundo complejo que, a la postre, orientaría en gran medida muchas de sus ulteriores investigaciones, el relativo al oficio público en Castilla en la Baja Edad Media, el objeto de su tesis, defendida en 1972 y merecedora de premio extraordinario en aquel año. Se trataba de abordar en este estudio un tema de evidente interés, puesto de relieve a partir de los simposios que sobre Historia de la Adminis-

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tración se habían celebrado en Alcalá de Henares en años precedentes, aunque en él el autor no pretendió examinar uno a uno los diferentes oficios públicos bajomedievales sino, al contrario, elaborar una visión de conjunto de la función pública en un momento inicial, para el que existían abundantes fuentes documentales, y en un territorio concreto, que estaba llamado a ser nuclear en la configuración posterior de la Monarquía hispánica.

Este amplio estudio es obligado punto de partida para explicar en gran medida su trayectoria investigadora, reafirmada cuando en el III Simposio sobre Historia de la Administración celebrado en 1973 presentó una ponencia, que sería publicada en las Actas de dicha reunión al año siguiente, y cuyo objetivo quedaba apuntado en su propio título, “Notas y algunos documentos sobre Virreyes castellanos de la Baja Edad Media”. Los años que dedicó a desbrozar la Administración pública y la compleja teoría sobre quienes fueron sus servidores le convirtieron en un experto en la materia, y su experiencia daría como fruto numerosos trabajos que ya no se ciñeron a la época que mereció inicialmente su atención, pues poco después su interés saltó hasta la Edad Moderna, de manera especial el tiempo de los Austrias, en el que encontró siempre cuestiones que conectaban, completaban o se contraponían a las que habían configurado la burocracia bajomedieval. En esa línea se inscriben y se justifican su libro “La burocracia castellana bajo los Austrias”, publicado por primera vez en 1977 por el Instituto García Oviedo y reeditado nueve años después por el Instituto Nacional de la Administración Pública, y una serie de artículos, entre los que destacan “El dilema ciencia-experiencia en la selección del oficial público en la España de los Austrias” (1984); “En torno a la naturaleza del poder real en la Monarquía de los Austrias” (1985), y “La doctrina de la soberanía del Monarca (1250-1700)” (1997), los tres reunidos enseguida, junto a otros trabajos a los que después me referiré, en el libro “Teoría política y gobierno en la Monarquía Hispánica”, editado por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales en 1998. De estos artículos, el primero respondía al interés de su autor, manifestado desde tiempo atrás, por el complejo mundo de la burocracia como elemento que había de propiciar, a partir de la Baja Edad Media, la aparición del Estado moderno, en el que los reyes habían de contar para el funcionamiento de la maquinaria estatal con oficiales públicos, sustitutos de la nobleza y conocedores de los resortes del Derecho. En el segundo artículo siguió los avatares del proceso de potenciación del poder del monarca frente al de los estamentos de origen medieval, desvelando un juego de tensiones que finalizaría con el predominio de un rey que podría finalmente contar con la colaboración de los nobles, los eclesiásticos y las ciudades, aunque a cambio de la conservación por éstos de parte de sus privilegios. El tercero, muy en la línea de los anteriores, contempla cómo la doctrina política había logrado erigir una idea de la realeza como cen-

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tro vital del poder, que llegaría a ser, al fin, incontrolable e independiente de los otros poderes que de antiguo le habían venido condicionando, lo que dejaba al monarca a las puertas de un sistema absolutista.

Luego seguirían otros trabajos muy relacionados por su temática con los ya citados, como ““Potestas legem condendi” y monarquía administrativa”, de 1991; “La burocracia de Carlos V”, fruto de su participación en el Congreso sobre “Carlos V: europeísmo y universalidad”, que tuvo lugar en Granada en 2000; “Los forjadores de la soberanía regia: juristas y poder político”, digno homenaje a Francisco Tomás y Valiente, publicado en los Cuadernos del Seminario Floridablanca; “De la religión y la potestad suprema, la justicia y el Derecho en la Monarquía Española (1500-1700)”, desarrollo de su lección inaugural de curso en la Universidad Pablo de Olavide en 2010, y, finalmente, uno que bajo el título “De la ley justa y su aplicación según la doctrina de los siglos XVI y XVII” ha sido publicado recientemente en el volumen 20 de los “Cuadernos de Historia del Derecho”, y otro en el que aún trabaja, cuando redacto estas líneas, y que se titulará “Razón de Estado y Estado Administrativo. La singularidad española (siglos XVI y XVII)”.

Es evidente, tras la mera lectura de estos títulos, que la Alta Edad Moderna ha atraído de manera especial la atención de García Marín durante muchos años, pero en ellos no ha olvidado sus raíces, pues en diversas ocasiones ha vuelto a la Baja Edad Media para cuestiones puntuales, como se comprueba en el artículo “La función pública en la Castilla bajomedieval. Consideraciones generales”, de 1981, todavía en torno al núcleo fundamental de su tesis, y, de otra parte, ha ido extendiendo su campo de investigación también a la...

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