¿Jesús o Pablo?

AutorGonzalo Puente Ojea
Páginas36-63

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1. No se trata aquí de optar entre dos mitos promovidos, en último término, por Jesús y por Pablo, sino de identificar, en una historia aparentemente unitaria, dos modelos teológicos y literarios radicalmente antitéticos, que se presentan fundidos en un solo personaje histórico llamado Jesús de Nazaret o el Nazareno: el modelo de un Mesías hebreo descendiente del rey David, de un lado, y el modelo de un Cristo sobrenatural que es Hijo de Dios, del otro. El primero había sido llamado por el Dios Padre para instaurar en Israel el reino mesiánico prometido, y el segundo había irrumpido en la historia universal como el Salvador de la humanidad. Es decir, dos retratos contradictorios de un solo protagonista, reclamado en términos antagonistas por dos grupos enfrentados en una pugna de consecuencias que gravan aún nuestro presente. Los Evangelios canónicos, los Hechos de los Apóstoles, el Apocalipsis y las Epístolas de Pablo de Tarso, o a éste atribuidas, constituyen el núcleo fundamental del llamado Nuevo Testamento (NT), un corpus de veintisiete escritos heterogéneos, caracterizados por su actitud fuertemente polémica y exclusivista, bajo la apariencia de la tolerancia y la conciliación, entre el proyecto judeocristiano y el proyecto gentilcristiano. La paciente elaboración teológica e historiográfica de estos dos modelos puede conducir a una explicación de las contradicciones no sólo teológicas sino también ideológicas de los textos entre sí y dentro incluso de sí mismos.

2. A estos efectos, es indispensable comenzar con un breve análisis de los tres patrones metodológicos que se han seguido en la exégesis de los documentos del NT, a saber, la exégesis bíblica tradicional o católica, la hermenéutica existencial cristiana y la heurística histórico-crítica. Estas tres metodologías son distintas por sus técnicas y por sus intenciones.

a) La exégesis bíblica tradicional o católica no ha alcanzado la necesaria inteligencia objetiva de los textos, porque carece del criterio de independencia de todo dogma o fe religiosa del intérprete, y porque admite la obediencia a decisiones exegéticas de instancias jerárquicas que se someten al sentido literal de lo que tienen por la «revelación de Dios». Eminentes biblistas católicos como Karl Rahner y H. Vorgrimler definen la exégesis (explicar, exponer, interpretar) como una disciplina teológica que interpreta la Escritura «con métodos auténticamente científicos» que, «como ciencia católica», no sólo debe tener «la doctrina e instrucciones del magisterio únicamente como norma negativa», sino también como regla general para «mostrar la compatibilidad de sus resultados con el dogma católico; y también, al menos en principio, con la doctrina oficial no-definida [ex cathedra] de la Iglesia». Se trata no sólo de saber o entender, sino ante todo de creer (dókeo) rectamente, en el marco de lo que ésta ha definido como dogma revelado en la palabra de Dios directamente o por implicación, que se enseña como definitiva y obligatoria para todos los católicos. Pero, aun más, lo mismo ocurre cuando una doctrina cualquiera «está íntimamente vinculada con una verdad revelada». Si se trata de una doctrina «simplemente oficial no definida», la correspondiente exégesis se convertirá frecuentemente en «teología bíblica».

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Los principios exegéticos de la Iglesia son el criterio tipológico, el criterio de «analogia fidei» y el criterio de literalidad. El primero dispone que cuando en el NT se toma a una persona o un suceso del Antiguo Testamento (AT) como un typos, entonces se establece que esa persona o ese suceso es típico de las orientaciones o intenciones de Dios, porque se mantienen a través de toda la acción salvífica divina, y tienen correspondencia en su exaltación o sublimación en el NT, y están previstas y queridas por Dios. Por ejemplo, Moisés es un typos de Cristo, y pueden atribuírsele sus características. El segundo criterio, de analogia fidei, significa que toda interpretación, en su forma católica, no es válida si no se integra en la fe objetiva, una y total de la Iglesia. El tercer criterio, la literalidad e intangibilidad textual de los documentos en su orden canónico en el NT, congela todo intento de enmienda o acomodación en su campo semántico. Estos tres criterios han quedado férreamente reforzados por el dogma de la infalibilidad pontificia sancionado por el Concilio Vaticano I, en 1870, aunque con voces discordantes. Cuatro décadas después estalló la llamada crisis modernista (1910), que el papa san Pío X segó con implacables métodos represivos.

A la vista de este voluntarismo y arbitrismo teológicos resulta obvio subrayar su nulidad científica. En un texto memorable por su objetividad, Louis Rougier ha identificado los mecanismos utilizados por la Iglesia para su descrédito: «Esta mentalidad considera que cada palabra, cada miembro de frase, cada versículo de la Escritura, que es la palabra de Dios, tiene sentido en sí, independientemente de su contexto; y que es lícito agrupar o fundir citas tomadas de los Salmos o de los diferentes libros del AT de modo que pudiese formarse con ellas una citación completa cuyo sentido global es distinto de cada una de sus partes componentes, estando así comúnmente admitido entre los esenios y entre los cristianos, que los antiguos profetas han anunciado de modo velado, críptico, todo lo que se ha realizado en el NT, lo cual abre la vía a la interpretación alegórica tal como se encuentra practicada en el pesher qumraniano, en Filón el Judío, y en la exégesis tipológica de la primera Iglesia» (La genèse des dogmes chrétiens, 1972). Ante la honda insatisfacción que en un gran número de cristianos produce el carácter estático y meramente concordista de la exégesis eclesiástica, consistente en el análisis de perícopa tras perícopa o versículo tras versículo a fin de tender trabajosas pasarelas inverosímiles entre formas o figuras teológicas contradictorias o inconciliables, emergió en los medios teológicos del protestantismo un movimiento bíblico de inspiración existencialista que puso las bases metodológicas de una nueva hermenéutica.

b) La hermenéutica existencial cristiana fue iniciada por F.D.E. Schleiermacher y ha alcanzado su máxima expresión en H.H. Gadamer, el gran expositor de M. Heidegger y su Existenzphilosophie, y también recoge la influencia luterana a través de Karl Barth y de Rudolf Burtmann. Su propósito es superar el escolasticismo católico e instaurar un diálogo vital entre el intérprete y el autor sagrado, en el contexto global de la tradición. Su eje central sigue siendo el depósito de la fe asumido en términos de apelación personal que exige una decisión radical y definitiva desde la cual se ilumina la palabra de Dios en su inagotable trascendencia, cercanía y significado. La categoría fundamental es el encuentro existencial del creyente con el Creador, en el marco de estos presupuestos: el cristianismo creó cierto lenguaje que constituye como tal un todo cuyo entendimiento sólo puede alcanzarse en un incesante movimiento circular al que nadie puede escapar, porque el espíritu creador que se manifiesta en el encuentro aporta continuamente algo inesperado mediante una especie de empatía o intuición adivinatoria entre el intérprete y su referente sagrado. Fue Schleiermacher quien relacionó el proceso hermenéutico con la noción de tiempo y de tradición, a fin de lograr la reconstrucción histórica -objetiva y subjetiva- del discurso escriturario. La naturaleza misma del lenguaje genera una comunidad vital

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en la que el ser humano se entrega necesariamente a un movimiento perpetuo de comprensión y de interpretación. Aunque el lector sagrado no es susceptible de contacto porque como individuo es inefable, la palabra es la intermediación que permite el pensamiento común, del cual la categoría es la comprensión (Verstehen). El punto de vista filológico apunta separadamente a cada escrito de cada autor, mientras que el punto de vista dogmático somete la comprensión de cada texto a su dependencia común de la fe cristiana y de su origen en Cristo, que es «preponderante» (sic). Se establece así una permanente recurrencia que impide que la filología aniquile la fe común, y la dogmática destruya el diálogo, pues se destruiría a sí misma.

No vacila Scheleiermacher en afirmar que «la analogia fidei no puede, entonces, brotar de la interpretación exacta, y la regla debe ser la siguiente: si de todos los pasajes pertenecientes a un conjunto no se deduce un sentido concordante, es que ha sido mal interpretado (Missverstehen)». Aplicada a la cristología neotestamentaria, esta regla exige que si un pasaje, en un autor, no concurre a la comprensión de un todo -en este cado, la dogmática eclesiástica-, se necesita «multiplicar» los enunciados emparentados. Esta operación «representará el mínimo de inteligencia cuantitativa» cuyo máximo expresará un énfasis consistente en tomar el sentido del pasaje con un significado más amplio, que no es su sentido corriente, sino que incluye todas las imágenes accesorias que puedan sugerirse. Naturalmente, este proceso hermenéutico no tiene final, pues además de regresar «ad infinitum», queda condicionado por el círculo hermenéutico en que está cogido el intérprete. Sin embargo, Schleiermacher rechaza la idea de una inspiración del Espíritu Santo y afirma que este impulso es obra sólo del intérprete que se esfuerza en comprender. En todo caso, esta apertura personal al sentido del texto (Sinn) no puede ir muy lejos, como ya advirtió Strauss, pues queda de hecho sencillamente constreñida por la Tradición, o sea, por la «analogia fidei». En suma, la «hermenéutica existencial cristiana» acaba, o bien regresando a la dogmática eclesiástica, o bien despeñándose por la pendiente de los caprichos del subjetivismo fideísta.

c) El método heurístico se propone recuperar el criterio de los datos y las exigencias de la lógica de los relatos, suprimiendo, en aras de la ciencia de la...

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