Introducción

AutorSusana Torrente Gari
Páginas9-12

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La salud mental ha sido definida de forma diversa en diferentes momentos y culturas. La dificultad para encontrar una acepción precisa se halla en que comprende, en buena medida, un bienestar de carácter subjetivo; una percepción de la propia eficacia, de la autonomía, de la competencia y de la autorrealización de las propias capacidades1.

Además, durante largo tiempo no se le ha prestado la atención que merecía, lo que ha dificultado un conocimiento profundo.

Aún hoy queda mucho por hacer en el ámbito de la salud mental. Según estimaciones preliminares actualmente hay 450 millones de personas que padecen trastornos mentales, neurológicos, o tienen problemas psicosociales como los relacionados con el alcohol y con el uso indebido de drogas2, y muchos de ellos están desatendidos. Un único trastorno mental; la depresión, aparece como una de las primeras causas de incapacidad del ser humano; es más, una de cada cuatro personas padece un trastorno mental en alguna etapa de su vida, lo que amplía la perspectiva de la salud ya que la conexión entre la salud física y la psíquica es cada vez más amplia afectando a la "salud social"3.

Por todo ello se pretende exponer la incidencia de las alteraciones mentales en la incapacidad laboral, ya que sólo recientemente la conciencia social ha consentido una equiparación entre las limitaciones físicas y las psíquicas, incidiendo en la capacidad para trabajar.

Sin embargo, existen diversos problemas. La primera tarea consiste en establecer un concepto para el término trastorno y otro para el de enfermedad4. "Trastorno", no es un término preciso, ya que comprende

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conductas o síntomas clínicamente identificables, casi siempre a nivel individual, que se asocian a un malestar, y como definición conserva la ambigüedad indispensable para incorporar los avances del conocimiento. La acepción "enfermedad" aplicada a un malestar mental, tiene unas connotaciones negativas pues se identifica con los retrasos mentales o las patologías orgánicas, y por ello se desecha su uso incluso en las clasificaciones internacionales de enfermedades de la OMS, justificado indirectamente por la tesis de que importa más el estudio psicopatológico del sujeto que el diagnóstico psiquiátrico en sentido estricto. Es decir, más que la enfermedad importa que los actos se realizan en determinadas circunstancias psicopatológicas5, condicionados por un efecto psicológico determinado de diversa intensidad según el momento6. De ahí que se acoja preferentemente el término "trastorno" para comprender toda alteración mental capaz de actuar como "enfermedad común" en el origen de la incapacidad permanente.

En segundo lugar, hay que identificar cuándo y qué padecimientos pueden reconocerse como "trastornos o alteraciones mentales" incidiendo en la salud del individuo, pues no cualquier alteración provoca este resultado7. Un episodio de comportamiento anormal o un periodo breve de afectividad irregular no son signos de un trastorno mental. Para que se puedan identificar como tales estas anomalías deben ser duraderas o recurrentes y deben provocar angustia personal o alteraciones en el funcionamiento de una o más facetas de la vida8. Tampoco todos...

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