Introducción

AutorVilloria Mendieta, Delgado Godoy y Iglesias Alonso
Cargo del AutorCoordinadores
Páginas11-38

INTRODUCCIÓN1

Un nuevo fantasma recorre las ciudades europeas: la participación. Esta frase prestada pretende expresar la fuerza y tensión que las tendencias participativas están generando en las dinámicas políticas de las grandes ciudades europeas. Tradicionalmente, el espacio local se ha considerado el idóneo para la realización de experiencias participativas, pero era más bien un espacio local medio o pequeño, desde la pequeña ciudad al núcleo rural que permitía la democracia casi directa. Ahora, sin embargo, vemos a las grandes ciudades y capitales de Estados de la Unión desarrollando actuaciones que permiten a la ciudadanía influir de forma más directa en los representantes y en su toma de decisiones. Es la culminación territorial de un proceso que tiene aún un largo camino teórico y empírico por recorrer. En este libro se va a analizar con detalle esta tendencia, empezando por la reflexión más teórica hasta llegar a las exposiciones más detalladas de casos concretos de participación ciudadana, más allá del voto y el tradicional uso de los mecanismos de la democracia representativa.

Ciudad y democracia son dos palabras que, a partir de Atenas, aparecen históricamente unidas. La ciudadanía como privilegio, es decir, como un estatus que otorga una serie de derechos y obligaciones civiles y políticas a quienes lo alcanzan, surge en el seno de la ciudad. Ser ciudadano es ser libre, y ser libre es no estar sometido a ninguna fuerza exterior, pero sobre todo es no aceptar que nadie excepto los propios ciudadanos decida sobre el interés común de la ciudad. Ser libre es no rendir cuentas a nadie, Page 11 sino a sí mismos. Ciudadanía implica capacidad y deseo de gobernar la ciudad. Ello exige también sacrificios, entre otros la obligación de defender la ciudad frente a los enemigos, porque defender la ciudad es defender la libertad. La democracia ateniense se funda en la existencia de una polis, un espacio territorial pero, sobre todo, simbólico, un espacio donde se es libre e igual. La democracia ateniense es, ciertamente, también una democracia tremendamente excluyente -mujeres, esclavos, metecos están, con niveles distintos, involuntariamente impedidos del pleno disfrute de los derechos ciudadanos- y, además, es un sistema cuyo alto nivel de implicación ciudadana es permitido precisamente por el trabajo de los excluidos, es decir de los esclavos y metecos. Pero, para los que alcanzan el privilegio de la ciudadanía, la polis es libertad, igualdad y justicia. Elección de los cargos públicos más importantes por votación popular y de ciertos funcionarios y jueces por sorteo, participación directa de todos en el ágora, virtud cívica o preocupación y corresponsabilización en los asuntos públicos aparecen aún como hitos en el ejercicio de una democracia que algunos pretenden recuperar. No obstante, conviene no olvidar que esos hitos son compatibles con la inexistencia de unos derechos individuales reconocidos constitucionalmente, y que las decisiones de la asamblea pueden disponer de la vida -por ejemplo, la de Sócrates- y hacienda de los ciudadanos sin posible revisión.

En cualquier caso, ciudad y democracia van, desde entonces, intelectualmente de la mano. Aunque la democracia ateniense y la posterior república romana dejaron de ser durante siglos referentes aceptables de democracia, especialmente cuando la democracia liberal se asentó intelectual y pragmáticamente en las sociedades occidentales. Mas las limitaciones de la democracia liberal hacen que, de nuevo, algunos vuelvan sus ojos a las tradiciones republicanas -eso sí, ampliamente renovadas- y busquen articulaciones democráticas más acordes a nuestro tiempo. Así, Habermas (1996) considera que es el momento de construir una nueva forma de democracia, una democracia que intente fundir las dos almas que en la democracia moderna coexisten: el alma liberal y el alma republicana. Esta fusión es hoy por hoy imposible a corto plazo en el ámbito mundial, es muy difícil en el ámbito estatal, es bastante compleja en el ámbito regional y es factible, aunque tenga sus dificultades, en el nivel local. Veremos, a través de las páginas del texto, cómo se puede conseguir esto con todas sus limitaciones y posibilidades. Aunque, previamente, deberíamos explicar el por qué de esta necesaria fusión y, más aún, el por qué de Page 12 esta preocupación por la participación ciudadana en el nivel local y, en concreto, en las grandes ciudades.

Los orígenes teóricos de esta tendencia son, al menos, de tres tipos. Un origen económico-funcionalista, un origen político y un origen institucional. A saber, la preocupación por la participación tiene que ver con: la gestión eficaz de la globalización -necesidad económica y funcional-, la búsqueda de nuevas formas de legitimación del poder en las democracias representativas -necesidad política- y la transferencia de políticas -isomorfismo institucional-. Veamos resumidamente las tres.

1. La gestión eficaz de la globalización

La globalización es un fenómeno extraordinariamente complejo y muchas de sus consecuencias están aún por materializarse. No obstante, es posible afirmar sin riesgo a cometer un grave error analítico que la globalización es esencialmente un fenómeno que surge y se desarrolla esencialmente desde y en las ciudades. En general, los grandes avances económicos y tecnológicos que se han alcanzado en la historia de la humanidad

han surgido en las ciudades; la ciudades son espacio de interrelación, de comunicación y de intercambio. El primer gran avance histórico, el paso de una sociedad de recolectores y cazadores a una sociedad agraria se produce en las primeras ciudades, son las ciudades las que crean la agricultura y, dentro de ellas, son las mujeres las que desarrollan estas nuevas técnicas (Jacobs, 1969). Posteriormente, las necesidades productivas expulsaron a la agricultura de la ciudad y dieron lugar a las comunidades rurales y agrarias, con todo el retroceso que ello implicó en términos de igualdad de género y de intercambio.

La globalización, de acuerdo a una excelente definición de Josep María Pascual (2002), podría definirse como "el proceso acelerado de interdependencia económica, demográfica, social y cultural entre los territorios del planeta, basada en el desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación, que conlleva un aumento del volumen e intensidad de los flujos de capitales, información, personas, mercancías y símbolos culturales que están reestructurando la economía, la sociedad, la cultura, la educación y, en consecuencia, la política" (p. 26). La forma de visualizar la globalización es la de un sistema red, no la de un sistema jerárquico. Es un Page 13 sistema basado en una enorme pluralidad de redes que se interconectan constantemente y donde los nodos son precisamente las ciudades (Borja y Castells, 1998). De ahí que, actualmente, sea importante destacar que a más globalización mayor importancia de las ciudades. De acuerdo a la conocida teoría de Sassen (1991), las ciudades son los centros impulsores de la economía global, pues en ellas es donde se concentran el conocimiento, los capitales, los consumidores y las mercancías, y desde ellas se generan las redes que sostienen la economía mundial; las ciudades, en una economía del conocimiento, son los espacios donde se produce la innovación y el conocimiento aplicado más avanzado; y las ciudades son el ámbito donde existe la competitividad y el intercambio que requieren las empresas financieras y de servicios más avanzados, para poder mantener el ritmo de innovación y eficiencia que demanda el fenómeno globalizador.

Y precisamente por su importancia para el imparable fenómeno globalizador, y por los beneficios a extraer del mismo, las ciudades que quieran generar riqueza y bienestar para sus habitantes deben situarse adecuadamente en estos flujos mundiales que constituyen la globalización. Las ciudades que se aíslan no tienen futuro y hacen que sus habitantes no tengan posibilidades de mejora. Ahora bien, tampoco tienen futuro las ciudades que se insertan en los grandes flujos mundiales sin aportar algo específico, sin identidad, sin haber creado un sentido de pertenencia entre sus habitantes (Brugué, Gomá, Subirats, 2002). Conectar con los grandes flujos financieros, productivos, culturales y científicos es un objetivo estratégico de toda ciudad que quiera tener futuro, pero conectarse sin más no es suficiente para generar riqueza y bienestar, es necesario aportar valor, aportar algo distintivo, algo que provoque que el conjunto de los puntos nodales de la red miren hacia la ciudad como un espacio imprescindible para el conjunto, como un espacio que enriquece el todo. La posición que se ocupa en la red varía según se añada o no valor, se puede ser un mero instrumento o se puede ser un actor, pero para ser esto último es necesario que el conjunto de los flujos consideren que merece la pena pasar por la ciudad, que ese punto nodal aporta riqueza al conjunto.

Ahora bien, y aquí llegamos al punto esencial de la argumentación, ninguna ciudad aportará valor, ninguna ciudad aportará distinción sin haber logrado generar un sentido de cooperación, unión y pertenencia entre sus habitantes. La clave es la comunión espiritual entre ese espacio simbólico que es la ciudad y sus habitantes. La clave está en la creencia Page 14 compartida entre los miembros de esa sociedad urbana en los valores de la ciudad y, sobre todo, en las posibilidades de su gente. De ahí que el nuevo gobierno local deba ser, principalmente, un generador de sentido, un aglutinador de ilusiones. El camino para lograrlo es complejo y depende también de las competencias de liderazgo social y político de la clase política dirigente, sobre todo de su alcalde. Pero existen tres opciones que jamás deben obviarse...

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