Introducción

AutorManuel Ángel de las Heras García
Cargo del AutorDoctor en Derecho. Departamento de Derecho Civil; Universidad de Alicante

Con el término Medicina aludimos a la ciencia (del griego episteme)1 y arte (tekhne)2 de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano3, esto es, al arte y ciencia de conocer las enfermedades y de tratarlas y curarlas, especialmente las enfermedades internas4.

Sin embargo, esta doble consideración de la Medicina -la cual se puede predicar de otras ciencias como, p. ej., del Derecho objetivo en el momento que se concibe como «arte de la convivencia en paz»5, ars boni et aequi; divinarum atque humanorum rerum notitia o también iusti atque iniusti scientia-6 ha de ser diferenciada ya que, de una parte, la ciencia es universal, versa sobre propuestas universales que son confeccionadas aspirando adquirir validez general en tanto, de otra, la técnica o arte consiste en la elaboración de juicios acertados sobre cuestiones particulares, contraponiéndose a la ciencia por cuanto se refiere a la toma de decisiones concretas donde van a incidir circunstancias y consecuencias sobre las que no existe un conocimiento cierto sino únicamente relativo, probable, una opinión en definitiva -del griego, doxa-, en la que adquiere gran relevancia, por ausencia de certeza, la prudencia o «arte de tomar decisiones racionales en condiciones de incertidumbre»7.

En el decurso histórico de la Medicina se han ido sucedido diversas etapas cuya diferenciación se ha realizado sobre la base de las particularidades culturales características de los pueblos en cada momento de su evolución, los distintos métodos y la pluralidad de técnicas de que la misma se ha servido en aras a tratar de hacer efectiva la loable y honrosa aspiración, que engrandece a esta ciencia y profesión, susceptible de reducirse en la sencilla expresión -pero ardua y compleja labor- de curar -mejor, cuidar- al enfermo, al necesitado en suma, ayudándole a combatir y vencer a la enfermedad; de hecho el término enfermo -del latín, infirmus- no alude sino a aquél que padece enfermedad, siendo concebida ésta como alteración más o menos grave de la salud. En principio, la Medicina adoptará un carácter mágico, sucediéndose ulteriormente el sacro y el empírico hasta llegar a configurarse como la disciplina científica que constituye en nuestros días, más hemos de incidir en los dos aspectos apuntados pues, si bien es innegable el componente cognoscitivo de la ciencia médica, tampoco ha de omitirse ni dejar en el olvido su vertiente práctica, esto es, el verdadero aprovechamiento de la misma derivado de su configuración como una de las aplicaciones sociales de las ciencias biológicas. Advirtamos, en un escueto recorrido histórico, la evolución y progreso de la Medicina en su doble estimación de ciencia y técnica o, lo que es igual, como episteme y tekhne iatriké:

I.- El arte de curar al hombre data ya de tiempos prehistóricos en los que reinaba la superstición, las creencias sobrenaturales acerca del origen diabólico de las enfermedades graves, cuya génesis no era imputable sino a malignos espíritus o demonios que se introducían en el organismo del enfermo bajo apariencia mineral (piedras) o animal (gusanos)8 existiendo dos cauces principales, ambos crueles y salvajes, para combatir aquéllas. De una parte, a través de exorcismos, hechizos, conjuros o danzas místicas y, con carácter subsidiario, para el supuesto que no se lograse así la curación o extracción del espíritu hostil del organismo afectado por el mal de que se tratare, se procedía a hacer inhabitable su cuerpo diabólicamente poseído mediante apaleamientos, torturas y maltratos de toda especie, inclusive la prohibición de alimentar al individuo enfermo, lo que conduciría, en la mayoría de los supuestos, a una muerte segura del desdichado que fuera sometido a tales tratamientos. En otras palabras, al enfermo se le estimaba un sujeto pernicioso, considerando el grupo social que no venía obligado a ocuparse de un sujeto tachable de improductivo9. La segunda de las alternativas consistía bien en el suministro de pócimas al paciente en aras a provocar el vómito que, a su vez, expulsaría al malévolo poseedor, bien en agujerear el cráneo de aquél (trepanación) con idéntico fin10 -técnica esta última empleada usualmente para los casos de enfermedades mentales, ataques epilépticos o dolores de cabeza-. No obstante es de reconocer que otras patologías menores si fueron tratadas de modo más adecuado, tales son los casos de utilización de ciertas técnicas quirúrgicas para la curación de heridas (cauterización, suturas), empleo de plantas con fines medicinales, etc.

II.- Tal concepción inicial sostenedora de que las enfermedades eran provocadas o derivadas de espíritus malignos o castigos de los dioses devino con posterioridad en la tan arraigada conexión del binomio medicina/religión11, que subsistiría a lo largo de toda la época antigua, de modo que fue asignado al arte de curar una raíz divina.

En el antiguo Egipto (2000 hasta 568 a. C.), aunque se deja ver cierta corriente de corte empírico-racional fundada en la experiencia y la observación rechazándose los ritos fantásticos y extraordinarios12, la tendencia generalizada no era otra que la de carácter mágico-religiosa, confiándose al druida o sacerdote las enfermedades menos accesibles a las cuales hacía frente valiéndose de la alquimia y la taumaturgia. La Medicina egipcia se hallaba comprendida, principalmente, en los seis últimos de los cuarenta y dos libros herméticos cuya redacción se atribuía al dios Thot13, siendo su madre (Ast) la capacitada para curar todos los males, la destinataria de ofrendas, plegarias, oraciones y sacrificios, estando considerado su padre (Ra) como el más elevado ejemplo de la Medicina14. Las enfermedades eran síntomas simbolizados en gusanos, dada la frecuencia con que los parásitos animales constituían la principal causa de aquéllas, siendo el aspecto terapéutico (oraciones, fómulas y conjuros combinados con farmacoterapia) el más avanzado de la Medicina egipcia.

En Mesopotamia (4000-5000 hasta 538 a. de C.), pese al empleo de determinados fármacos, también la demonología predominaba dado el régimen teocrático imperante en Asiria y Babilonia15 de modo que, como expresa GARCÍA DEL REAL, tanto la vida y la salud como la enfermedad quedan sometidas, en última instancia, a «las fuerzas metafísicas, dioses y demonios, y están gobernadas por la influencia ejercida por las estrellas; pero también dependen, en gran parte, de la sangre y de sus alteraciones -teoría hemática-; al paso que para estos pueblos la respiración era únicamente una función secundaria», sobresaliendo determinados análisis de órganos humanos dada la generalizada creencia de que «el cuerpo vivo está compuesto de alma y de cuerpo; el sitio de la inteligencia es el corazón; el órgano central de la sangre, el hígado»16. La enfermedad se consideraba por aquél entonces como algo ajeno al cuerpo, representado por un demonio, siendo el dios Marduk el encargado de expulsar las enfermedades y de proporcionar la salud, el cual recurría ante los casos más complejos a su padre Ea17, destacando el pronóstico como lo más notable de la ciencia médica. No obstante, la Medicina se fue configurando como una disciplina autónoma y propiamente médica -con paulatino abandono de lo sobrenatural- gracias a la creación de una escuela de médicos cuyas actividades, al igual que la de los veterinarios, fueron objeto de regulación en el Código de HAMMURABÍ (Babilonia, siglo XVIII a. C.)18, el cual contenía ya no pocas previsiones relativas tanto a la ordenación de la relación médico-paciente como a la responsabilidad de los mismos19; así, p. ej., en cuanto a esta última el precepto 218 establecía una responsabilidad de carácter punitivo por daños a personas libres20, de lo que se desprende que una rigurosa aplicación del mismo aminoraría considerablemente la posibilidad de un segundo error del galeno, limitándose en buena medida el número de médicos en caso de que los errores profesionales frecuentaran y fuere aplicado el mentado precepto en su sentido literal. Consecuencias menos gravosas derivaban cuando el daño se causaba a un esclavo, las cuales tenían un carácter meramente patrimonial, así en los preceptos 219 y 220 se disponía respectivamente: "Si un médico ha tratado una herida grave al esclavo de un plebeyo con el punzón de bronce y lo ha matado devolverá esclavo por esclavo"; "Si ha abierto la nube con la lanceta de bronce y ha destruido el ojo, pagará en plata la mitad del precio del esclavo"; singular formulación -podríamos pensar- de la ulterior actio romana de restitutio in integrum. De esta concepción médica fue receptora Palestina, merced a los cautiverios asirios y babilonios, donde se entendía la enfermedad como reflejo de la cólera de Dios; así, en el Levítico se contienen reglas dirigidas a prevenir enfermedades, en especial contagiosas como la lepra (aislamiento del enfermo), y otras relativas a la higiene y desinfección21; debiéndose citar también el juramento del médico hebreo ASAPH (siglo VI).

En India, las prácticas de la antigua medicina hindú o védica (1500 hasta 800 a.C.) aparecen caracterizadas por un marcado carácter teúrgico, sobresaliendo la terapéutica y la técnica quirúrgica (en especial, el tratamiento de los guerreros heridos). En un ulterior período (800 a. C. hasta 1000 d. de C.) los portadores de la cultura serán los brahmanes, constituyendo los escritos médicos más importantes los atribuidos a CHARAKA (siglo I a. C.), SUSRUTA (siglo V d. C.) y VAGBHATA (siglo VI d. C.)22, con un notable abandono del ingrediente mágico/divino y un gran avance en el ámbito del pronóstico, del diagnóstico y de la terapéutica verificándose progresos en fórmulas anestésicas y antídotos específicos y tratamientos cualificados para las picaduras de serpientes venenosas. Asimismo, en la esfera de la cirugía los indios han sido reconocidos por ser los más diestros de toda la antigüedad si bien, con la llegada del budismo, se prohibió el estudio de la anatomía lo cual, unido a la...

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