Introducción

AutorLaura Miraut Martín
Cargo del AutorUniversidad de Las Palmas de Gran Canaria

Problemas pendientes de la migración en un mundo dividido

Los movimientos migratorios son una de las características propias de nuestro tiempo. No porque no hubiera habido migraciones en épocas anteriores a la nuestra, sino porque las migraciones de hoy tienen sobre todo una lógica concreta vinculada a la globalización. Globalización económica y globalización de la información. El mundo de nuestros días no podría entenderse plenamente si no damos la atención debida a los movimientos migratorios, a sus causas y consecuencias principales y a todos los problemas que en ellos están implicados. Y también a las razones que llevan a los Estados a cerrar sus puertas entendiendo la inmigración más como una agresión externa sobre su propio territorio que como un motivo para la convivencia pacífica y el enriquecimiento mutuo de las personas. Enriquecimiento cultural, porque sólo conociendo y tratando a las demás culturas y a las personas que las comparten se puede ir más lejos de una visión unilateral y prefijada de lo que supone en realidad ser civilizado. Y enriquecimiento económico también si se sabe incorporar al inmigrante como un auténtico actor del sistema económico, concienciado y comprometido debidamente con él.

El derecho a emigrar entendido como el derecho a salir de cualquier país incluso del propio ha sido reconocido formalmente por la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero los Estados no han asumido el deber correspondiente de dar acogida al que sale del país. La inmigración es una actividad sometida siempre a la voluntad unilateral del Estado que decide o no acoger libremente en su territorio al inmigrante. Los Estados han entendido que reconocer directamente el derecho a la inmigración en su territorio como contrapartida lógica del derecho a salir de cualquier país incluido el propio que todos tenemos formalmente reconocido es un acto de dejación de soberanía que no pueden permitirse, sobre todo porque puede afectar negativamente a los intereses de sus mismos nacionales, a su nivel de vida y a los valores culturales que determinan su propia identidad nacional.

Además, los mismos nacionales de los países de acogida son los que impulsan las políticas restrictivas de la inmigración. Hay un miedo a cambiar la situación privilegiada que tienen los ciudadanos del primer mundo. Y sobre todo hay un sentimiento extraño e injustificado de legitimidad para mantener tal como está esa situación privilegiada, hasta el punto de que las propuestas de mantener posturas abiertas y flexibles con la inmigración tratan de justificarse normalmente alegando como razón fundamental los beneficios, sobre todo económicos, que pueden obtener los nacionales del país de acogida con la llegada de los inmigrantes.

Se evita ir al fondo del problema explicando si hay o no algún deber, jurídico o moral, de los nacionales del país de acogida y del mismo país con respecto al proceso migratorio en general, y en particular a las personas que desean establecer su residencia en éste. Y se evita porque se sabe ya que quienes ocupan la posición de dominio en nuestros días es muy difícil que vayan a renunciar de manera gratuita a ella. Sin embargo, es verdad que la postura abierta con respecto a la inmigración llevaría con ella una transformación del sentido tradicional del Estado, de la ciudadanía y de las mismas relaciones internacionales. Pero no hay que cerrarse tampoco dogmáticamente a esa transformación, porque a lo mejor es una transformación necesaria y exigible.

Es para ello bueno que quienes ocupamos hoy una posición privilegiada en el mundo recordemos que hace sólo unas décadas éramos una sociedad de emigrantes que buscaba un futuro mejor lejos de su lugar de origen, y no tenía que plantearse el tema de si debía o no abrir las puertas de su territorio a otras personas. Éramos nosotros mismos quienes competíamos con los demás emigrantes para hacernos un hueco en otras sociedades que pudieran garantizarnos una mayor estabilidad económica y mejores expectativas de futuro.

Y sobre todo que nos planteemos qué méritos hemos tenido para haber nacido y vivido en el primer mundo, mérito que no tienen todos por lo visto. El ponerse en el lugar del inmigrante a la hora de hacer juicios sobre su incorporación al país de acogida debe ser una obligación general si queremos que la respuesta que demos al problema general de la inmigración y de los derechos de los inmigrantes sea más humana y sensata, porque al fin y al cabo es sólo el azar el que nos ha llevado a ocupar una posición que nos permite realizar esos juicios en lugar de vernos sometidos a lo...

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