Introducción. las intervenciones humanitarias y las debilidades del orden internacional

AutorFederico Arcos Ramírez

Pese a los indudables logros alcanzados gracias a la Carta de San Francisco, la Declaración Universal de 1948 y los Pactos de 19661, el proceso de universalización de los derechos humanos está aún lejos de haberse completado y, por momentos, da la impresión de estar condenado a no pasar de ser más que una aspiración ética y jurídica2. En gran medida, ello obedece a las dificultades que conlleva lograr que los Estados trasciendan la retórica de las declaraciones políticas y asuman coherentemente las obligaciones derivadas de la prestación de su consentimiento en los tratados internacionales sobre esta materia. Como es sabido, aquéllos pueden desconocer sus compromisos internacionales supeditando el efectivo funcionamiento de los mecanismos de protección del Derecho internacional de los derechos humanos a la voluntad de los gobiernos. Lo cierto es que la comunidad internacional carece todavía de un poder político que garantice la eficacia de este ordenamiento lo que, como ha puesto de manifiesto Gregorio Peces-Barba, la colocaría en una situación similar a la poliarquía medieval previa a la formación del Estado moderno3. Valga el siguiente dato: sólo un tercio de los Estados miembros de la ONU se han sometido hasta ahora a la jurisdicción del Tribunal Internacional de Justicia. En consecuencia, la posibilidad de instaurar una Corte internacional basada en un sistema de jurisdicción similar al existente en los tribunales nacionales no parece, de momento, un objetivo alcanzable.

La frustración que esta asimetría entre los medios de protección y el potencial violador del Derecho internacional ha venido suscitando entre todos aquellos que creen y luchan por los derechos humanos ha comenzado a vivirse con una especial ansiedad una vez que, superada la época del mundo bipolar escindido en alineamientos ideológicos irreconciliables, parecían despejarse algunos de los principales obstáculos políticos que, durante años, habían impedido dicho avance. Ese retraso, forzado al mismo tiempo que justificado por la gravedad de las desgracias que su ignorancia hubiera ocasionado, parecería tener que ceder ahora su lugar a una cierta urgencia por acometer el compromiso con la efectiva universalización de los derechos humanos. Un sentimiento que ha adquirido unas proporciones inusitadas en los últimos años por, no ya sólo el conocimiento sino, por primera vez en la historia, la contemplación en directo a través de la televisión de nuevos ultrajes contra la humanidad, como las guerras civiles y étnicas en Ruanda, los Balcanes y Timor Oriental4.

Se ha producido así, tal y como afirma Ignatieff, un profundo cambio en la atmósfera moral de la política internacional5, que ha dado paso a la apertura de nuevos frentes en la defensa de los derechos humanos. El primero de ellos es relativamente reciente y lo constituyen los pasos dados para acabar con la impunidad de los responsables de violaciones de los derechos humanos que alcanzan el nivel de crímenes contra la humanidad: el Convenio de Roma sobre la creación del Tribunal Penal Internacional y la decisión del Comité de Apelación de la Cámara de los Lores, en relación con la solicitud de extradición por los delitos de genocidio y tortura, declarando la no inmunidad del general Pinochet.

El otro gran frente de defensa de los derechos humanos abierto en los últimos años por la comunidad internacional es el del nuevo humanitarismo. Desde principios de los noventa, organizaciones como el Comité Internacional de la Cruz Roja, la UNICEF y el ACNUR han venido realizando operaciones de billones de dólares y sirviéndose de los medios de comunicación mundial para lograr una auténtica demanda popular de intervenciones humanitarias internacionales. La comunidad internacional ha ordenado desde entonces actuaciones de gran alcance: entre otras, el rescate humanitario de los kurdos y la posterior creación de una zona de seguridad para ellos bajo la protección del paraguas aéreo norteamericano; la intervención en Somalia para acabar con la lucha entre facciones rivales y llevar alimentos a la víctimas del hambre; el envío de tropas de la ONU a Bosnia para proteger los convoyes de ayuda humanitaria, etc6.

Aunque algunas de estas actuaciones se han culminado con un razonable éxito, desde hace algún tiempo son bastantes las voces que han comenzado a cuestionar seriamente hasta qué punto las intervenciones humanitarias son una dirección acertada en la defensa de los derechos humanos. El modo tan insatisfactorio en que terminó la intervención en Somalia, la incapacidad de la comunidad internacional para hacer algo en orden a detener el genocidio de más un millón de...

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