Intervención del Ilmo. Sr. D. José Tudela, Letrado Mayor de las Cortes de Aragón

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Hoy, 29 de noviembre de 2001, debiera ser la voz de Manuel Giménez Abad la que explicase la razón de ser de un nuevo libro, de un nuevo estudio sobre el Derecho aragonés. Hoy, 29 de noviembre de 2001, un grupo de amigos debiéramos reunirnos para algo siempre festivo y esperanzador como es la presentación de un libro. Sin embargo, ello no puede ser. Desde la oscura tarde del 6 de mayo, su voz no puede ser oída. Por ello, estas palabras, que debieran explicar las razones que llevaron a un grupo de profesionales del Derecho a estudiar y describir las Instituciones que más próximas les son, sólo pueden ser palabras de elogio. De elogio del ciudadano Manuel Giménez Abad.

De la herencia clásica llega una voz que advierte: «Aquel que no participa en la cosa pública no lo tenemos por un incapaz sino por un parásito». Las sa-bias palabras, constituyentes de nuestro ser político, fueron guía de Manuel Giménez Abad. Su voluntad de servicio a la comunidad no tuvo tregua. Servicio a una comunidad de hombres libres, a una comunidad sólo posible por la recta observancia de unas reglas que son ley y Derecho. Servicio desde la inteligencia, desde el rigor de aquel que conocía bien el caro precio de la libertad. Pero también desde el compromiso. Desde el deseo de ser el primero en contribuir a paliar los defectos que era el primero en denunciar. Sólo así puede entenderse que un día abandonase los despachos de los poderosos Ministerios madrileños para embarcarse en la entonces arriesgada aventura de la autonomía. O que cuando había asentado su posición en esa autonomía, y contribuido relevantemente a sus inicios administrativos, atendiese la llamada del Parlamento. O que cuando más plácidas podían serle las aguas de este bello edificio, las abandonase para aceptar los retos siempre difíciles de la política activa, renunciando a un anonimato que era parte de su ser.

Manuel Giménez Abad dejó este edificio pero nunca abandonó el Parlamento. No lo abandonó como Consejero del Gobierno de Aragón. En el banco azul que tantas veces había observado desde la distancia y el interés profesional, se sentó para, fiel a sus convicciones, facilitar el control del Gobierno y propiciar la colaboración entre todos los Grupos de la Cámara. Y al Parlamento volvió con la primera de las responsabilidades, con el mayor de los honores, ser Diputado, ser representante de los ciudadanos, de los que le votaron y de los que no le votaron. Hoy, los que fuimos sus compañeros...

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