Inteligencia y liderazgo frente al terrorismo de cobertura

AutorJosé J. Sanmartín
Páginas224-239

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Cuanto más incierto es un entorno, más complejo debe ser un sistema, la complejidad es la defensa del sistema ante un entorno incierto pero también agresivo. La incertidumbre (agresión) debe conducir al incremento de su capacidad de anticipación. La capacidad de anticipación es directamente proporcional a la producción de poder, y la producción de poder depende de la calidad de la Inteligencia (Ceresole, s.f.).

1. Introducción: la vocación

Saber es poder. Un pensamiento execrable, como fue el radicalismo impostado como falsificación histórica y legitimación ideológica por parte de Norberto Ceresole, no debe subestimarse. Incluso aquí puede colegirse la atracción que los adversarios de la democracia sienten hacia el análisis de inteligencia e instrumentos característicos. El arrobo, ya inocultable, que los pináculos directivos de las ideologías extremistas —redentoristas o no— profesan hacia la infiltración en los servicios de inteligencia es sólo equiparable a su voraz interés en el aprendizaje —para sus élites, para los suyos— de los procedimientos de excelencia atesorados por organizaciones de inteligencia. Aun desde sus contradicciones, sus flaquezas, el vituperable ideólogo confirió estructura a una base intelectual sobre la cual operar hacia metas empíricas en pos de objetivos neo-fascistas y otros asimilados. Los enemigos de la libertad nunca descansan, pues viven para un solo objetivo e instalados como están en la hiper-especialización: contra Occidente y sus valores. La denostación material respecto de la democracia liberal halla en la ensayística nefanda de Ceresole un argumentario —nuevo o remozado— que tiene una finalidad socializadora: la persuasión acerca de los supuestos males que acarrea la idea occidental de libertad. El planteamiento de Ceresole fue, en el fondo, un ejercicio de fundamentalismo antioccidental, trufado de prejuicios y expresado con verbo manipulador. La conquista del poder con el deliberado propósito de ocuparlo indefinidamente. La revolución antioccidental quedaba justificada como «emergencia de la realidad» (Ceresole, 1999), sería fontanar de autenticidad última conforme a la interpretación sesgada que se hace del chavismo y fenómenos análogos de populismo cesarista expandidor

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de ideología antioccidental. No obstante, lo pertinente al caso es la importancia que Ceresole admitió a favor de la inteligencia, y de la contrainteligencia, como partes dinámicas de un todo llamado poder. Este artículo pretende una modesta prospección a esos dos ámbitos pero, claro está, desde una perspectiva democrática y operativa. Que los enemigos de la libertad mantengan esa fruición sobre tales materias es indicativo de la relevancia que la Inteligencia tiene para la afirmación de la democracia; sociedad civil, orden de libertad e inteligencia se retroalimentan mutuamente. Lograr el debilitamiento de los Servicios es objetivo prioritario de los diferentes radicalismos; ello se conseguiría más certeramente por vías indirectas, como la politización o la desprofesionalización. Los extremistas han modulado sus medios, han diversificado sus recursos, han sofisticado sus procedimientos, pero mantienen indemnes sus objetivos destructores.

La vocación se ha demostrado una necesidad profesional básica, imprescindible, en los servicios de inteligencia occidentales. La contribución de éstos a la seguridad de las democracias es una deuda perenne —y antigua— de los más hacia los menos. Un servicio público que, desde la constituciona-lidad, prestan servidores públicos, imbuidos del espíritu de entrega y sentido del honor acrisolados en la antigua Roma. Consagración irrestricta, defensa del Estado, integridad moral, honradez a carta cabal, protección del inocente. Mala paga, alto riesgo. ¿Gratificaciones? Sólo una; la previsible: la satisfacción del deber cumplido. El éxito de un analista, de un agente, de un oficial, jamás tendrá reconocimiento público. Así queda asumido. De hecho, puede darse la paradoja de que personas salvadas —conscientes de ello o no— gracias al trabajo ímprobo, constante y silente de inteligencia se manifiesten rabiosamente críticas contra el mismo servicio. La ingratitud de unos y la impasibilidad de otros constituyen parte intrínseca de la remuneración para quienes trabajan en inteligencia. Ello se traduce en una deliberada exageración de cualquier error u omisión por parte de los negativistas (quienes rechazan hasta la misma utilidad de la inteligencia), o en la proverbial falta de medios a que los Servicios son ninguneados por los providencialistas (quienes, desde sus puestos directivos, creen como una fe irredenta que nunca ocurrirá lo peor, ni siquiera la implosión de riesgos medios). Los alineamientos de «todo Servicio de Inteligencia es un atentado a la democracia», o de «ese riesgo no puede ser tan grave, se exagera siempre», son falsos, simplistas y contraproducentes.

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2. Una inteligencia operativa

La inteligencia que funciona es la que sabe organizar lo empírico en beneficio común de la sociedad democrática, a la que se motiva mediante un idealismo tangible. La existencia de un ideal que trasciende lo puramente material y fungible es recurrente entre los servicios que disfrutan de mayor predicamento en su entorno. Ello conduce directamente a una misión básica de todo sistema de inteligencia: explicar a su país, a su pueblo, la utilidad que presta al conjunto de la sociedad. La figura —casi mitológica en el Mossad— del defensor invisible continúa siendo adecuada para representar lo que la inteligencia aporta a la democracia israelí en dividendos morales y activos securitarios. Sin embargo, es preciso dar un paso más allá, hacia dentro y hacia fuera.

En dirección interna, los crímenes terroristas de lo que llevamos de siglo XXI corroboran a fuego la certidumbre previa respecto a implementar una mejora cualitativa en el reclutamiento de personal para los servicios. Junto a la cualificación técnica o el correlativo rendimiento profesional, se debe conjugar también lo tocante a las cualidades morales, el sentido del honor y el espíritu de servicio. Así pues, además del indispensable catálogo de requerimientos objetivos (estudios, conocimientos, habilidades, competencias, aptitudes), también se debe enfatizar el compromiso cívico, la fe racional en la democracia, la asunción de la responsabilidad encomendada por la ciudadanía, el arraigado sentido de servicio al Estado de Derecho... Se trata de poner en valor la dignidad profesional que ya se practica, esculpiéndola en el frontispicio inspirador de un moderno servicio de inteligencia. El honor como parte del corpus de idealismo y empirismo que, de manera circular, complementa, perfecciona, la acción de inteligencia.

Los tiempos venideros no serán apacibles. Se requiere, para afrontar las emergentes —y renacientes— amenazas, de profesionales sólidamente preparados que, al mismo tiempo, tengan sentido de pertenencia moral hacia la institución a la que sirven, y compromiso ético respecto de la causa mayor que impulsa su idealismo democrático, desde la perspectiva analítica por la que Sidoti diseccionó el vínculo moral/operatividad (Sidoti, 1998). En los servicios donde hasta ahora sea un requisito «espontáneo», quizá fuere menester de exigirlo con carácter igualmente validante para acceder a un puesto. A este respecto, los recursos humanos ejercerán un papel central en el

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nuevo diseño de un servicio, pues su intervención no será sólo para las nuevas captaciones, sino también para el reciclaje permanente, exigente, de los agentes ya incorporados. La especialización es positiva... siempre y cuando no se pierda de vista analítica la perspectiva general de actores y actuaciones. La presencia del agente híper-especializado, que domina una concreta y definida tarea, seguirá resultando necesaria, pero la tendencia es lograr personal altamente cualificado en varios ámbitos al mismo tiempo. Un analista debe someter la prospectiva a distintos escenarios hipotéticos, y extraer las conclusiones pertinentes acerca de, por ejemplo, los objetivos del enemigo —sean racionales o no, según el perfil del caso objeto de estudio—; para agentes de campo resultaría extremadamente útil mejorar habilidades en un ciclo de inteligencia enriquecido mediante una percepción más abierta y elástica de la metodología a emplear1. Las fórmulas cerradas han demostrado su utilidad parcial, y sus limitaciones globales.

Se trata de avanzar hacia una multi-disciplinariedad que suplemente y refuerce las especialidades de cada agente; de tal manera, además, que las competencias parciales eludan solaparse con las generales. Alcanzar semejante estatus, desde luego, no es tarea fácil, pero sí necesaria para el avance hacia un servicio de inteligencia cada vez más integral y eficiente. El catálogo de tareas para cada puesto debe requerir esa polivalencia, en su singularidad y con relación a...

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