Las inquietudes pedagógicas del joven Benjamin: el poder redentor de la juventud y la educación

AutorJosé María Pérez-Agote Aguirre
Páginas203-212

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Los primeros escritos de Walter Benjamin, en buena parte dedicados a la juventud y a la educación, muestran un interés crítico por el tiempo presente junto a la radical y comprometida voluntad de transformarlo. Se trata, por lo tanto, del producto de una actitud que abraza los valores de la modernidad con una mezcla de ingenuidad y rebel-día propia de la juventud, aunque también con la suficiente madurez como para tenerlos hoy día en cuenta. Con el paso del tiempo la rebeldía contra el mundo de su infancia, que era el de la alta burguesía de origen judío, se hará extensible a los propios fundamentos de la modernidad, si bien con la esperanza de rescatarlos de su propia pulsión autonegadora, de su falta de autenticidad.

En cierto modo el conjunto de su obra supone un incesante retorno a una misma y obsesiva preocupación por encontrar el modo de reparar las grietas que amenazaban con resquebrajar la civilización moderna. No es descabellado afirmar que bajo la apariencia del impenitente flâneur, que vaga sin rumbo ni objeto por las calles de las capitales europeas, se esconde un peregrino que recorre los caminos en pos de la salvación. Ya no hablamos de una obra, sino de una vida dedicada a la búsqueda del sentido, del Espíritu o de la Idea con tanta gravedad como tenía el caballero que partía en busca del grial. En cuanto a la pureza, por más que el flâneur pudiera frecuentar la compañía de prostitutas y mendigos, el caballero peregrino sacrificó su vida a sus convicciones, cuya exposición sin tapujos le cerró definitivamente las puertas de la vida académica. Así, cuando a sus 19 años escribió que encontraba en el Fausto de Goethe al representante más universal de la juventud no podía suponer que a su muerte el mundo lloraría su pérdida para conservarlo en su memoria investido con las mismas cualidades de aquel héroe juvenil que hubo de luchar eterna e infructuosamente por sus ideales.1Pero no nos engañemos, el infortunio material de Benjamin no constriñó su espíritu a las cualidades ascéticas del humilde peregrino. Pese a su rechazo al modo de vida bur-

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gués tenía una aguda conciencia de su posición social como intelectual y hombre de letras, por lo que siempre mantuvo una elevada opinión de sí mismo muy acorde con la dignidad del orgulloso caballero. Ésta se traduce en su inclinación hacia la posición del homme de lettres que no necesita profesionalizar la escritura para ganarse la vida, glosada penetrantemente por Arendt (2001), y que se atisba ya en la cándida apología de la figura del diletante que Benjamin nos legó en Veladas literarias estudiantiles. Allí el diletante aparece como aquel que se ennoblece por el esfuerzo de prepararse para alcanzar el conocimiento del genio, momento en el que adquiere la responsabilidad de educar al público para que lo valore como tal, es decir, en la «laboriosa civilidad» que entraña como oficio, pues no es posible iniciarlo en lo que es característicamente genial en el genio (2007: 72).

La torpeza de esta duplicidad metafórica que se superpone al flâneur tiene la virtud, sin embargo, de completar su significado enfatizando la ambivalencia de la actitud benjaminiana ante la modernidad. Por un lado expone lo fragmentario, transitorio y contingente de lo moderno y por el otro su unicidad histórica ligada a una expectativa de redención. Así lo reconocía Adorno cuando escribió que Benjamin expresó en todas sus fases el ocaso del sujeto y la salvación del hombre (1970: 116). Hannah Arendt sugiere que el flâneur, que vuelve la espalda a la muchedumbre que le arrastra, siente su transfiguración final ante el ángel de la historia que contempla las ruinas del pasado mientras es empujado hacia el futuro por la tempestad del progreso (Arendt, 2001: 173). Pero, aunque ella misma reconoce que con sus afirmaciones metafóricas Benjamin no apuntaba a verdades definitivas de validez general, desliza una interpretación reduccionista del significado de esta metáfora en concreto infiltrando la idea de una etapa final entendible como las ruinas de la historia. Benjamin, sin embargo, dejó siempre abierta una puerta a la esperanza, una oportunidad de redención que se ofrece tanto al peregrino como al caballero, un Mesías que en la sexta tesis sobre la historia no sólo es el redentor sino el vencedor del anticristo, tal vez porque a veces Benjamin envolvía la esperanza bajo una capa de desesperación y culpa. Sin embargo, el transcurso de este recorrido que conduce a nuestro mundo desde el presente hacia el futuro ya no sigue la confortable senda del progreso, convenientemente señalizada por las etapas de la evolución histórica, sino que parece dar saltos a ciegas huyendo de él, aunque sin perder la esperanza de que los brazos del Mesías redentor lo libre de caer al vacío. Y es en este sentido en el que hay que entender el significado de la ambivalencia que se ha señalado. No se trata de restaurar la unicidad de la historia como un curso temporal evolutivo y dirigido hacia un futuro pre-establecido dentro del pensamiento benjaminiano, sino de señalar la importancia que adquiere en él la idea de un futuro posible narrado como redención y que supone una adaptación del proyecto utópico de la modernidad a sus nuevas condiciones, tan caóticas, fragmentarias y abrumadoras que precisan de una esperanzada iluminación.

He aquí parte de una reflexión juvenil sobre la historia:

Los elementos propios del estado final [de la historia] no son visibles como informe tendencia de progreso, sino que se hallan hondamente insertados en cada presente en su calidad de creaciones y de pensamientos en peligro, reprobados y ridiculizados. La tarea histórica es configurar en su pureza el estado inmanente de la perfección como estado absoluto, hacer que sea visible, hacerlo dominante en el presente [2007: 77].

El motivo redentor se apodera de los primeros escritos de Benjamin aportando un ardiente optimismo que se irá apagando con el paso de los años. La idea de una juventud como movimiento cultural pone a su alcance tanto el presente como el futuro. Para su conquista apenas si se requiere el concurso de una adecuada educación. Los aspectos sombríos de la modernidad no asoman si no es como crítica hacia su falta de autenticidad, aunque se infiltrarán en su pensamiento paso a paso desde sus trabajos iniciales

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sobre el Trauerspiel y la tragedia, en los que la muerte y la culpa se hacen presentes. Cabe afirmar, por lo tanto, que el optimismo pedagógico ilustrado es un punto de partida fundamental -tal vez el más sólido por más que el concepto nuclear sea el de juventud- del primer análisis de la modernidad benjaminiana. Claro que en esto es muy poco original, pues por entonces estaba totalmente sometido al influjo del pedagogo Gustav Wyneken. Tan pronto como se consumó la ruptura entre ambos, el interés de Benjamin por la educación de la juventud como motor de la modernidad declinó considerablemente. Sin embargo durante la década de los veinte retornará a ello, especial-mente para elaborar la crítica de la pedagogía burguesa de su infancia desde una perspectiva revolucionaria que encontrará en el teatro, los libros y los juegos infantiles aquello que «despierta la poderosa fuerza del futuro en los niños» (Benjamin, 1989: 103).2En cualquier caso, tras su acercamiento al comunismo el movimiento de la «cultura juvenil» en el que militó será criticado como una exigencia de la sociedad burguesa que elimina las energías de la juventud.

Hay quien sugiere, pecando de simplismo, un deliberado acercamiento a Wyneken por parte de Benjamin con objeto de marcar distancias con la rama ideológica dominante en el Movimiento de la Juventud Alemán, el movimiento Wandervogel. Así, J. McCole mantiene que los primeros escritos de Benjamin expresan rotundamente una exaltación del idealismo adolescente muy común en su tiempo, enraizada en los propios orígenes del romanticismo y muy extendida en la Alemania guillermina del cambio de siglo. En el caso de nuestro autor el idealismo adolescente se referiría tanto a una cultura de la juventud autónoma, cuya misión era la de actuar como agente de una renovación cultural general, como a la renovación del Espíritu que había de ser liderada por la juventud defendida por Wyneken (McCole, 1993: 35 y ss.). Pero este acercamiento «interesado» no casa con los datos biográficos y conceptuales que poseemos. Cuesta imaginar que Benjamin, a sus tiernos 14 años, fundamentara en el cálculo su relación con Wyneken, toda vez que permaneció dos años bajo su directa égida intelectual y que es perfectamente rastreable la presencia de su maestro en sus primeros escritos, tanto en el fondo como en la forma.3Lo razonable es suponer que, una vez canalizadas sus inquietudes y aptitudes por la metafísica de la juventud hegeliana, Benjamin encontraría decepcionante la rudeza o simplicidad intelectual de las organizaciones Wandervogel. Pero no sería extraño que sintiera cierto desdén hacia ellas, ya que originalmente sus miembros actuaron a modo de hippies sin sustrato intelectual o ideológico entre los que progresivamente hizo mella el antisemitismo, lo que justificaría un explícito rechazo. Su propia militancia se concibe, en expresión de Witte, como la de un misionero del mensaje de Wyneken en el ala radical del Movimiento, sustanciado en sus colaboraciones escritas en Der Anfang y en su participación en la sociedad de los...

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