Imputación objetiva y conducta de la víctima

AutorEnrique Gimbernat Ordeig
Páginas733-805

Page 733

    Este artículo se enmarca dentro del Proyecto I+D del Ministerio español de Ciencia y Tecnología BJU2003-06687, proyecto del cual soy el investigador principal.
A) introducción
1. Mi toma de posición ante el problema

En un reciente artículo, titulado «Imputación objetiva, participación en una autopuesta en peligro y heteropuesta en peligro consentida» 1, he tratado el problema de hasta qué punto el consentimiento de la víctima en el riesgo que corre, y que se acaba materializando en un resultado lesivo para la misma, puede excluir la imputación objetiva de terceros que, imprudentemente, han contribuido causalmente a ese resultado lesivo. En el presente artículo voy a ocuparme de ulteriores grupos de casos de conducta peligrosa de la víctima e imputación objetiva no examinados en ese artículo; pero antes de entrar en ellos, y para resolverlos de una manera coherente, voy a exponer, con la mayor brevedad posible, cuáles son los principios de los que parto.

Siguiendo una terminología ya acuñada, en estos supuestos de asunción voluntaria por parte de la víctima del peligro que corren sus Page 734 propios bienes jurídicos, se distingue entre participación en una auto- puesta en peligro y heteropuesta en peligro consentida.

En la participación en una autopuesta en peligro es la víctima la que en última instancia se mata o se lesiona a sí misma. Como ejemplo de este primer grupo de casos puede acudirse al del tercero-partícipe que vende heroína al drogadicto, falleciendo éste posteriormente al autoinyectársela, debido al alto grado de pureza de la droga, circunstancia que era desconocida tanto para el vendedor como para el comprador.

En la heteropuesta en peligro consentida, al igual que en la auto- puesta, la víctima acepta también el riesgo de lesión, pero, a diferencia de la autopuesta, donde es el sujeto pasivo el que, en última instancia, y con su propia actividad, se autocausa su muerte o el daño a su integridad física, en la heteropuesta es un tercero el que, como autor directo, mata o lesiona a la víctima, si bien ésta es consciente de -y asume- el riesgo de lesión para su vida o su integridad al que aquél le está sometiendo. Como ejemplo de heteropuesta en peligro puede acudirse al de la persona que, consciente de que quien se encuentra al volante de un automóvil ni tiene permiso ni sabe conducir, accede, no obstante, a ocupar el puesto de acompañante, produciéndose posteriormente, a consecuencia de una previsible maniobra imprudente del conductor, un accidente de circulación en el que la víctima pierde la vida o resulta lesionada.

Por lo que se refiere a la participación en una autopuesta en peligro, defiendo la siguiente tesis: Como la participación imprudente en un suicidio (como tal suicidio, siempre doloso) es impune en Derecho español, y como también lo es la participación imprudente (lo es, incluso, la dolosa) en una autolesión dolosa, de ahí se sigue que igualmente tienen que ser impunes las participaciones imprudentes en una automuerte o en unas autolesiones imprudentes, consecuencias de la autopuesta en peligro en la que se ha colocado la propia víctima; es decir, y para expresarlo con mi ejemplo inicial: el vendedor de heroína que le facilita al drogadicto la sustancia, falleciendo éste, o sufriendo un daño en su salud, al autoinyectársela, no responde del resultado lesivo que imprudentemente se ha causado a sí misma la propia víctima.

Junto a esta primera tesis de que es impune la participación en una autopuesta en peligro con resultados lesivos para la víctima, mi segunda tesis es que sí que es punible, en cambio, la heteropuesta en peligro consentida; es decir, y para expresarlo también con un ejemplo: que el conductor que, por su conducción imprudente del vehículo, lesiona o mata al acompañante, responde penalmente de esos resulta- Page 735 dos, aunque la víctima hubiera estado de acuerdo en someterse al riesgo al que le exponía quien materialmente le produjo la muerte o las lesiones. Y ello es así por los motivos que expongo a continuación.

Si la correspondiente figura dolosa del homicidio consiste en «matar a otro» (art. 138 CP), sin que para la aplicación del tipo tenga trascendencia alguna el que la víctima haya aceptado o no el riesgo de que la podían matar -tan homicidio es el que se ejecuta sorpresivamente sobre un sujeto pasivo desconocido para el autor, y con el que éste acaba de cruzarse en la calle (es decir: sobre una víctima que nunca ha asumido el riesgo de que podían matarla) como aquél que comete el marido sobre la esposa enamorada, que, a pesar de las continuas y serias amenazas de muerte de las que está siendo objeto, no ha denunciado al esposo y ha preferido seguir conviviendo con él en el hogar familiar (es decir: sobre una víctima que sí ha asumido el riesgo que corre su vida)-, no se ve el motivo por el cual en el homicidio imprudente tendría que regir otra cosa, y excluirse su aplicación en el supuesto de que la víctima fuera consciente de que la acción descuidada del autor podría conducir a su propia muerte: el CP castiga a «el que por imprudencia causare la muerte de otro», y la muerte «se causa imprudentemente» tanto cuando la víctima ignora como cuando conoce el peligro al que está siendo sometida, por lo que no existe razón alguna que pueda impedir la subsunción de ambos supuestos en el tipo correspondiente del homicidio imprudente.

Y como lo mismo rige para las lesiones dolosas: el tipo doloso entra igualmente en juego tanto si el sujeto no ha asumido riesgo alguno como si lo ha aceptado -la esposa enamorada de nuestro ejemplo ha recibido continuas y serias amenazas, no de muerte, sino de ser maltratada físicamente, amenazas que terminan convirtiéndose en realidad-, de ahí se sigue que las lesiones imprudentes son asimismo aplicables, independientemente de que la víctima haya conocido y asumido, o no, el peligro al que la sometía el autor.

Naturalmente que, como expresa el CP al hablar del consentimiento, éste, para que se le pueda otorgar eficacia, debe ser «válida y libremente expresado», por lo que si dicho consentimiento de la víctima está viciado, entonces el partícipe en una autopuesta en peligro -no consentida ya eficazmente- responde de los daños que aquélla se causa a sí misma.

Así, habrá que negar eficacia al consentimiento cuando éste se manifiesta como resultado de la coacción delictiva a la que el partícipe está sometiendo a la víctima. En consecuencia, y de acuerdo con la Page 736 acertada tesis defendida por el TS, en casos análogos, en las sentencias de 3 de mayo de 1982, 8 de noviembre de 1991 y 15 de marzo de 1999, el conductor de un vehículo que se niega a detenerlo, amenazando a la acompañante con hacerla objeto de una agresión sexual, y a pesar de que aquélla ha anunciado que se va a arrojar del vehículo en marcha, para impedir el ataque a su libertad en general -y deambulatoria y contra su derecho a la autodeterminación sexual, en particular-, lo que finalmente realiza la víctima, al persistir el conductor en su actitud coactiva y antijurídica, resultando muerta o lesionada al chocar violentamente contra el piso de la carretera, ese conductor responderá de un homicidio o, en su caso, de unas lesiones imprudentes -o dolosoeventuales, si concurren los presupuestos de esta modalidad de dolo-; pues con su comportamiento imprudente ha causado unas consecuencias lesivas previsibles, sin que pueda hablarse aquí de una participación imprudente en una autopuesta en peligro, excluyente de la imputación objetiva, dado que el consentimiento de la víctima en dicha autopuesta ha sido ineficaz.

El consentimiento también será ineficaz, por estar basado en un error, cuando la víctima cree que asume un grado de riesgo inferior al que realmente corre, en el caso de que ese elevado riesgo sea conocido por el partícipe. Por eso -y a pesar de que se trataba de una autopuesta en peligro-, la sentencia del TS de 4 de marzo de 1985 (A. 1968) condenó por homicidio dolosoeventual, con toda razón, al vendedor de una dosis de metadona adulterada, que hacía pasar por heroína, falleciendo posteriormente el comprador al autoinyectársela, ya que el dealer -no así el drogadicto- conocía perfectamente la peligrosidad de la sustancia, porque anteriormente se la había vendido a otra persona, que estuvo a punto de perecer, y que sólo logró salvar la vida «gracias a una rápida y eficaz...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR