La importancia de la educación en familia para el desarrollo integral del menor

AutorJavier Escrivá Ivars
Cargo del AutorCatedrático de Derecho Eclesiástico del Estado Universidad de Valencia
Páginas29-35

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1. La familia, comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones

La persona se encuentra en la familia con sus antepasados, con un patrimonio de experiencia que es suyo por el simple hecho de nacer en el seno de esa familia en concreto. Más allá de su ser único e irrepetible, la persona nace con algo propio que le trasciende y que le es transmitido por sus padres, quienes a su vez lo recibieron de sus ante-pasados. Es un patrimonio generacional que sobrepasa en mucho a los bienes materiales: la memoria de la familia. Con su paulatina maduración personal, los niños aprenderán a conjugar ese patrimonio familiar con sus propias experiencias vitales. La familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones, que comprende no sólo a padres e hijos, sino también a los abuelos y antepasados.1

2. La primera función de la familia es la función educadora

La primera función de la familia, la que se desprende más inmediatamente de su ser, o, más bien, la que se confunde con él, es la función educadora. En la familia el hombre se descubre a sí mismo como persona, en la familia aprende a amar, a estimar la vida, a respetar a los demás, a soportar el dolor y a compartir la alegría.

La familia es escuela de vida, es fuente y garantía de la humanización de las nuevas generaciones, es la primera experiencia de la sociabilidad humana, es germen de virtudes

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personales y convivenciales, es lugar privilegiado de encuentro y de diálogo intergeneracional, es raíz del sentimiento de fraternidad entre los miembros de la sociedad, es escuela de solidaridad, es escuela de tolerancia, es escuela natural e insustituible del matrimonio y de la familia futura de los hijos, etc. En fin, la familia es el hábitat natural para nacer, crecer y morir precisamente como personas.

No hay en toda la sociedad otra realidad educativa, en sí y por sí misma, que contenga un poder educativo de efectos tan penetrantes, tan amplios y duraderos como los que tiene la familia, verdadera escuela viviente de colosal trascendencia para la madurez psicológica de las personas y para la calidad humana de los lazos sociales, cuya productividad, rentabilidad y coste económico resultan incalculables.

Con relación a esta vertiente, otra dimensión de la educación familiar es la transmisión de valores, lengua, signos y tradiciones de muy diverso tipo, que representan el propio patrimonio cultural, que identifican la historia, las tradiciones y las expectativas hacia el futuro del pueblo y de la nación a los que se pertenece solidariamente junto a muchas otras personas.

3. Las tres dimensiones de la responsabilidad educadora de los padres en la familia

La responsabilidad educadora de los padres en la familia se despliega en tres vertientes o dimensiones: la crianza, la socialización y la personalización ética.

La primera vertiente es la crianza, que mira a la conservación y la maduración física y psíquica de los hijos: los alimentamos, los vestimos, cuidamos de su salud, de su desarrollo y de su crecimiento.

La segunda vertiente es la socialización, en cuya virtud los padres procuran a los hijos el aprendizaje de aquellos conocimientos necesarios para incorporarse a la sociedad como miembros activos y productivos.

Lo hacen directamente y a través de las escuelas y las instituciones públicas o privadas de enseñanza y de capacitación.

La tercera vertiente es la personalización ética. Los hijos son personas, pero necesitan descubrir en sus vidas el significado moral de ser una persona y, sobre todo, las consecuencias de ello en sus comportamientos, en sus actitudes y en sus relaciones con los demás. Y todo ello pasa, fundamentalmente, por la educación en las virtudes humanas (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), y en los valores personales que de ellas se derivan (la alegría, el optimismo, la humildad, la misericordia, la generosidad, la paciencia, la sinceridad, la cooperación, el respeto, el perdón, la confianza, el buen humor, el orden, la sencillez, la obediencia, la audacia, la perseverancia, la amistad, la lealtad, la laboriosidad, la sobriedad, el optimismo, la flexibilidad, etc.).

La acción más excelente de la persona es amar de verdad, con bondad y belleza. Así pues, la educación personalizadora de los hijos es la más profunda y valiosa de las tres vertientes de la educación paterna y materna. Dura toda la vida. Se ejerce en cada edad del hijo, hasta la muerte de los padres, con modalizaciones adecuadas y diferentes de la autoridad de los padres, del testimonio vivo de sus ejemplos, y mediante la compañía y el consejo.

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Esta responsabilidad de los padres, sobre todo en su tercera vertiente, exige un cumplimiento directo, personal e íntimo. No puede ser suplida por otros agentes. Al cumplir directa e íntimamente esa responsabilidad, se genera entre padres e hijos, de forma
natural, una forma autónoma de comunidad, un hábitat de...

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