Del imperio mercantil a la democracia posible

AutorJosé María Seco Martínez; Rafael Rodríguez Prieto
CargoUniversidad Pablo de Olavide de Sevilla
Páginas411-426

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1. Introducción

Con la desaparición del bloque soviético y sus expectativas de transformación histórica del mundo, el mercado se afianza como el único sistema económico viable con capacidad de autoridad, técnica e institucional, para gestionar los cambios y organizar económicamente nuestras relaciones de reproducción social. Sin fronteras geográficas que limiten su desarrollo expansivo, el capitalismo no ha tardado en Page 412 descubrir sus potencialidades de ocupación/transformación planetaria. Los países socialistas representaban algo más que un sistema con diferencias estructurales irreconciliables. Constituían una frontera natural, de naturaleza geopolítica, pero infranqueable a sus parámetros de funcionamiento. El miedo a una nueva deflagración a escala mundial y la imposibilidad estructural de los inversores de acceder a las poblaciones de los países socialistas ahora son descartadas. La apertura progresiva de nuevas zonas a sus expectativas de desarrollo y la desaparición política del movimiento obrero, como proyecto histórico de ocupación del poder, fueron aquilatando desde principios de los noventa una nueva fisonomía para el mundo.

Por eso, una vez solo, sin más límite que el de sus propias disfunciones estructurales, el mercado no tiene reparos en concebirse a sí mismo como el único dotado de racionalidad. Es más, está convencido de que la realidad anida en él. Sabe que ya no hay alternativas ni hombres que las sostengan. Que si estos existen, su resistencia tiene límites demasiado breves, por su falta de realismo y porque son irracionales. Sabe que ha persuadido a sus detractores, en primer lugar, de que su fracaso era previsible, que formaba parte del orden de las cosas, y que la mundialízación de sus sistemas es ya hoy un hecho irreversible e incuestionable. Nada puede detener ya el avance, rayano en lo mágico, de un fenómeno que sintetiza la realidad con lo inevitable, que pretende resituar la vieja configuración paradigmática de la sociedad occidental capitalista, y lo que es peor, que se jacta de haber extendido su imperium a todo el planeta.

En este trabajo queremos contribuir, desde la modestia de nuestras posibilidades, a conformar un estado de opinión en torno a uno de los debates, si cabe, de mayor actualidad: nos encontramos ante una re configuración del sistema de producción capitalista (mercantil) como sistema imperial o ante un nuevo post-fascismo de nostalgias imperialistas en manos de los Estados Unidos.

Por eso, debemos comenzar por distinguir entre imperio e imperialismo. El primer término respondería a su vieja acepción latina imperium -que habría de perdurar hasta bien entrado el siglo XVI-, de "poder" autónomo, absoluto y universal, que hoy estaría representado en el imperio mercantil como nuevo orden mundial. El segundo, con el mismo origen etimológico, respondería a una de sus acepciones históricas más recientes de "dominio territorial" o hegemónico, esto es, como aspiración política de ocupación territorial o de expansión del poder nacional, que hoy identificaríamos en el imperialismo estadounidense corno actitud política de afirmación sobre el mundo y sobre las relaciones internacionales. Esta actitud imperialista -que no imperial- se visualiza no ya en el desprecio del multilateralismo o en el cuestionamiento del derecho internacional, sino en la absolutización mítica de sus adversarios (el adversario es ahora enemigo absoluto que se inscribe en "el eje del mal") o en su capacidad de intervención y aniquilación militar en cualquier momento y en todas partes, si Page 413 fuere necesario. El caso de Irak y Afganistán, con sus campañas relámpago, son un buen ejemplo de ello.

Por tanto, pese a la tendencia generalizada a confundir las razones de la nueva vocación imperialista que preside el funcionamiento de todas nuestras relaciones con las razones de dominación de los Estados Unidos, lo cierto és que la construcción del nuevo orden imperial ha sido posible merced a los esfuerzos no solamente de un país o una nación. Antes al contrario, ha sido el resultado de un fenómeno más amplio y expeditivo por su eficacia histórica y su capacidad de persuasión. El papel de los Estados Unidos en este proceso planetario de transformación de las relaciones sociales, será el de mero catalizador.

Nos proponemos, por tanto, conocer a grandes trazos, qué ha propiciado que el sistema mercantil adquiera rápidamente esta nueva dimensión planetaria. Pretendemos rastrear las razones que han justificado que el capitalismo se haya visto en tan poco tiempo en condiciones de ejercer, parafraseando a Sami Naïr o a Hardt y a Negri, su imperio (en su sentido más etimológico, de poder absoluto) en todas partes. En principio, sin la pretensión de naturalizar lo más mínimo, sin hacer un relato muy extenso y desde el planteamiento de algunas preguntas, hablaremos aquí de las razones que se agolpan a la hora de explicar su vocación imperialista. Repararemos, en primer lugar, en su pretendida "eficacia" histórica, que ha extendido la idea general de que el mercado es sinónimo de progreso, y en su capacidad de persuasión que ha propiciado la colonización de todo el imaginario. En segundo lugar, deberemos insistir en la virtualidad profética de su discurso ideológico, es decir, en sus propias declamaciones utópicas, si queremos comprender mejor por qué el mercado viene rubricando su disposición para arbitrar mecanismos de ordenación económica perfecta. Finalmente, trataremos de diagnosticar en qué consiste la superioridad contemporánea de lo mercantil sobre la acción política, esto es, sobre la democracia. Aquí en lugar de arriesgar respuestas dejaremos abierto el camino con algunos interrogantes.

2. El imaginario mercantil como contexto social compartido

Que el sistema mercantil es flexible a la hora de procesar y reutilizar la información necesaria para los intercambios comerciales y para proveer de incentivos al actuario empresarial, constituye hoy un hecho más o menos contrastado. Como también lo es su capacidad para coordinar la distribución y/o asignación de recursos, por medio del juego de la escasez y la promesa de beneficios. Esta demostrada aptitud y su sorprendente elasticidad como sistema económico preestructurado, Page 414 han servido para avalar el entendimiento general de que el sistema de economía de mercado o de producción capitalista es inmejorable. Que en sus manos de hierro y plata está la eficiencia económica. Que sólo a él cabe atribuir, en tanto que mediación racional e institución social, la responsabilidad de seguir fabricando "realidades de hombros altos" para sociedades demasiado viejas, ahítas de problemas y contradicciones estructurales. No en vano, la disponibilidad de los factores productivos es limitada como inacabables son las necesidades humanas. Enfrentando así nuestras carencias confía en haber cubierto todas nuestras necesidades.

Quizás sea este el hechizo más audaz del sistema mercantil moderno: la colonización de todo el imaginario. En él participan hasta sus detractores, muchos de los cuales residencian su ambivalencia teórico/práctica en la necesidad de aguzar sus contradicciones por medio de su reprobación intelectual y el usufructo de la facilidad y el confort. El único imaginario social que es prácticamente compartido por todos, tanto por la izquierda como por el conservadurismo de la derecha, ahora es el imaginario mercantil. No hay otro modo de manifestación antropológica del mundo. Nos guste o no, nuestro contexto hoy es el capitalista. Ya fuere como capitalismo popular o capitalismo de hierro es el único que hoy puebla nuestra cotidianidad y alimenta nuestros sueños. El capitalismo global hace hoy posible el reinado de lo mercantil sobre el mundo. Es él quien nos ha hecho consumistas y ha extendido el tabú del dinero incluso a las clases que nunca soñaron con tenerlo. Y lo ha hecho de tres modos distintos:

El primero de ellos se podría sintetizar en la expresión "el primado del capital-productor sobre el consumo". Lo cual resulta de todo punto comprensible si reparamos en la moral de crecimiento indefinido, que obra en los mismos cimientos del sistema capitalista. Se expresa en la dolorosa desamortización ética del concepto de necesidad (mercado y no necesidades, sine quo non potest vita transigi secundum proprium statum et negotia ocurrentia), que ha dado paso al deseo, y en la escasez social de la utilidad del consumo (precios y no valores), que ha perdido su valor de uso y su valor de cambio. En otras palabras, ha creado un clima de tranquilidad social y psicológica, de certidumbres y seguridades, donde la aventura humana se reduce a meros deseos silenciosos de consumo. Solo queda el aguardo efímero de necesidades estériles. El deseo de acceder a ellas se instala en los cerebros, como si de una suerte de melodía de fondo se tratara. La significación del consumo deviene ahora simbólica y cultural. Las necesidades del consumidor, lejos de determinar la producción y la oferta, se van forjando al son de los dictados estandarizados de los mercados (marketing), que ensalzan el arrojo simbólico de determinados hábitos de consumo.

El segundo, sobre el que más se ha escrito, es la huida del capital de los circuitos productivos. El nuevo compás de preocupación por el beneficio inaplazable determina que el provecho capitalista trate Page 415 de huir de los fueros tradicionales de rentabilidad, léase retribución normal por la prestación productiva de bienes y servicios determinados. Desde que Richard Nixon suspendiera en 1971 el patrón que le había deparado -entre otros factores- la primacía económica de los EEUU sobre el planeta, esto es, la convertibilidad del dólar en oro, el desplazamiento progresivo de la confianza de los agentes...

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