La ilustración: El siglo de la educación

AutorJosé Martínez de Pisón

Un mundo en transformación

La sociedad europea vivió un período de profundas transformaciones a partir del siglo XVI. Muchas de las verdades asumidas desde antiguo se tambalearon durante ese período hasta caer estrepitosamente en el siglo XVII y en el XVIII. Fue luego preciso reconstruir el entramado social, el pensamiento filosófico y político, el conocimiento científico y el acervo cultural. Puede decirse que pensadores, políticos y numerosos personajes activos y brillantes de este período, de la modernidad, realizaron con éxito la tarea de reconstrucción de un mundo nuevo y distinto. Sentaron las bases de una concepción de la sociedad, la política, la economía, la moral, el derecho, etc., que ha llegado hasta la actualidad. Cierto es que con sus claroscuros, y no sin tensiones ni violencias. También dicho modelo o, mejor, los modelos que irán paulatinamente emergiendo han pasado por sus fases críticas, se han transformado, han devenido en nuevas formulaciones y nuevos desarrollos. Incluso, debe afirmarse que el momento presente es también un momento de profundos cambios y por ello de incertidumbres.

Pero, en el siglo XVII, no era difícil percatarse, y las mentes más preclaras así lo hicieron, de que se estaban produciendo profundos cambios e incluso sin mucha dificultad podían determinarse las causas de esas mutaciones fundamentales. Entre ellas: la ruptura de la unidad religiosa sucedida con la Reforma, el descubrimiento del Nuevo Mundo, el auge de una nueva ciencia y de un nuevo método de conocimiento, el desarrollo del primer capitalismo, el impulso del comercio y de la industrialización, la emergencia del Estado moderno con sus atributos, etc. Ni que decir tiene que esta “gran transformación” no es resultado de un proceso unilateral ni unidimensional, sino más bien de una conjunción de procesos novedosos en cuyo avance no dejaron de encontrar también serias resistencias.

A pesar de ello, cada uno de esos elementos aportó a la nueva época aspectos bien diferentes: la Reforma puso de manifiesto el pluralismo en el ámbito de las creencias, en lo religioso y en lo ideológico, e inició la lucha por los derechos humanos y las libertades fundamentales; el descubrimiento de América, entre otras cosas, abrió nuevas fronteras al conocimiento y ensanchó el mundo conocido; la nueva ciencia de Descartes y sobre todo de Newton desarrolló un método en el conocimiento de la naturaleza y descubrió las leyes internas de los fenómenos físicos; el incipiente capitalismo, el aumento del comercio y la primera industrialización cambiaron las bases de la sociedad produciendo un profunda transformación encarnada en el paso de la sociedad estamental propia del feudalismo a la sociedad de clases; en fin, en el ámbito de la política, la aparición del Estado tal y como lo hemos conocido en la actualidad cambió también las reglas de juego en el plano doméstico y en el internacional: surgirán nuevas instituciones, nuevos intereses y nuevos problemas.

En este panorama de transformaciones, la educación va a ocupar un relevante papel en el interés y en la preocupación de intelectuales y políticos. Entre otras cosas, ante las resistencias del mundo que periclitaba, la educación será considerada como la panacea capaz de transformar la naturaleza humana en el sujeto requerido por los nuevos tiempos. El intelectual ilustrado va a depositar en la educación buena parte de su esperanza en la vertebración de un mundo distinto. Ello originará todo un discurso pedagógico entre paternalista y bienintencionado que aún hoy es recurrente.

Cierto es que el tema de la educación era objeto de preocupación permanente de las autoridades políticas y, especialmente, de la Iglesia que pretendía que descansase en las órdenes religiosas buena parte de la enseñanza de los hijos de la nobleza y de la pujante burguesía. Sus pretensiones y su poder se hundía en los tiempos medievales. Pero, los cambios en el saber, en la ciencia y en orden social también afectaron a las propuestas educativas imperantes. Se inicia así una tendencia a la extensión de la educación a otras capas sociales, como preludio de la escolarización universal, una tendencia a la secularización de los contenidos y a una mayor implicación de los poderes públicos en este ámbito. Las iniciativas, en principio, serán puntuales y muy concretas y por ello se verán abocadas a una repercusión social limitada. No se puede olvidar que los siglos XVII y XVIII son los siglos de la aparición de las Academias, las Reales Sociedades, las Sociedades Económicas, las Bibliotecas, los Conservatorios, los Institutos, lugares de comunicación y de formación en el conocimiento frente a las caducas Universidades medievales.

“A pesar de sus muchos éxitos, la extensión de la escolarización a lo largo de los siglos XVII y XVIII siguió siendo una operación limitada, caracterizada por la falta de valoración general de su finalidad global, dificultada por el estado primitivo y subdesarrollado de la teoría de la educación.

Se trataba de un movimiento difuso esparcido a lo largo de Europa, dirigido por grupos voluntaristas con una serie de propósitos particularmente limitados, y no es de extrañar que en la segunda mitad del siglo XVIII muchos de los esfuerzos filantrópicos quedaran agotados y decayeran. Con fondos insuficientes, con unos marcos conceptuales de corto alcance, con frecuencia ineptos desde un punto de vista administrativo, y además basados todos ellos en las estructuras clasistas vigentes, fracasaron en su desarrollo porque, entre otras razones, las circunstancias de los tiempos exigían cosas diferentes: el Occidente en todos sus aspectos, intelectual, económico, social y político estaba cambiando a marchas forzadas” (Bowen 1992, 226).

Durante el siglo XVII se produce un primer impulso renovador en todos esos campos, aunque será definitivamente la segunda mitad del XVIII cuando se produzca el apogeo reformador, cuando se materialice la “gran transformación” tan lentamente gestada. Pues bien, serán la revolución científica y el ansia de introducir la “razón” en todos los campos del saber, junto con la aparición de nuevas concepciones del hombre y de la sociedad –la “ciencia del hombre” que pretendiera crear D. Hume y que aparece también obsesivamente en otros pensadores, como por ejemplo en J. Bentham-, los elementos determinantes en la gestación de una nueva teoría de la educación. En este sentido, parece clara la influencia de F. Bacon, R. Descartes y de I. Newton en el giro metodológico que la impulsa. El influjo de los éxitos de la ciencia moderna en el conocimiento de los fenómenos físicos se plasmará en la aplicación de la metodología empirista, de las reglas de la experimentación y de la observación, a la sociedad, al hombre y a la reforma de la educación. Lo que implicará un giro naturalista, psicológico en la educación, y un abandono por tanto de los presupuestos teocráticos o religiosos imperantes antes.

El interés por la educación fue así creciendo entre filósofos e intelectuales hasta el punto de que la Ilustración, el siglo XVIII, es también el siglo de la educación. El interés por la educación, como he apuntado antes, fue creciendo sobre todo como consecuencia del deseo de introducir la “razón” en las cosas humanas. La educación fue en parte uno de sus instrumentos más poderosos contra lo que consideraban los errores más grandes de la humanidad: la superstición, el fanatismo y la superchería religiosa. Así, importantes autores del XVIII utilizarán la pluma para denunciar los excesos del fanatismo religioso,de la ignorancia y de la superstición. Destacan D. Hume, Voltaire, C. Thomasius; y en España, Feijoo. Extenderán un mirada inquisitiva sobre prácticas y creencias de dudosa fundamentación empírica y denunciarán todo aquello que no sea conforme al método científico, a la razón y a su perspectiva empirista. Las cuestiones de fe, pero también otras, se situarán en el centro de su atención. Las brujas, las falsas creencias, como también la práctica de la tortura y de la violencia, serán objeto de ataques constantes por parte de los ilustrados, y la educación será considerada como la mejor medicina.

Así pues, desde el siglo XVII y el XVIII aumentan las publicaciones y las propuestas sobre la educación y sobre su carácter reformador. En un tiempo en que el saber no se había particularizado ni había alcanzado el nivel de especialización de la actualidad son los filósofos quienes elaboran las primeras propuestas sobre la educación. En este sentido, la renovación pedagógica de la Ilustración, como también la formulación de una nueva utopía social y política, no hubiera sido posible sin la proyección sobre la Ilustración del pensamiento de J. Locke y sin la obra de J. J. Rousseau. Especialmente de este último. El impacto de la teoría sobre la educación de Rousseau está fuera de toda duda: su Emilio (1762) va a cambiar la perspectiva sobre la educación e influirá no sólo durante el XVIII, sino a lo largo de todo el XIX. Esta es una poderosa razón para que su particular enfoque sea tratado más adelante y con un poco más de extensión.

El influjo de Locke también será grande. Por obra de los philosophes de la Enciclopedia –Diderot, Voltaire, D’Alambert-, el pensamiento de Locke se propagará por Europa continental. A su vuelta a Inglaterra tras los años de exilio europeo, Locke publicará en 1690, como es sabido, las obras más importantes de su filosofía y de su teoría política, y también en 1693 unas cartas a E...

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