Ignacio Serrano y Serrano

AutorJosé Luis de los Mozos
Páginas1045-1048

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El pasado 11 de junio, a los noventa y siete años de edad, ha muerto en Valladolid, ciudad donde nació el 11 de febrero de 1908, el ilustre civilista don Ignacio Serrano y Serrano, al que, con todo afecto, admiración y respeto, me parece oportuno dedicar este recuerdo, desde las prestigiosas páginas del Anuario de Derecho Civil, como obligado homenaje a su larga y cuajada trayectoria académica.

Don Ignacio ha llegado hasta el final de su vida en plena lucidez mental, soportando con entereza y naturalidad, durante los últimos tiempos, las inevitables limitaciones de la edad, en modo que para nada han modificado, en lo esencial, hasta el último momento, su característica manera de ser: su educación exquisita, su amable cordialidad circunspecta y, en definitiva, su rectitud de auténtico vir bonus actuando en plena sencillez, dispuesto siempre, por encima de todo, al cumplimiento de sus deberes pero, por ello mismo, abierto generosamente a los demás, en modo que ser su discípulo, su amigo o su compañero ha sido uno de esos verdaderos regalos que, a los que hemos tenido tal suerte, y lo mismo podrán decir otros muchos, la vida nos ha dispensado generosamente, de lo cual, todos, nos sentimos muy agradecidos y satisfechos y, además, unos cuantos, sus muchos discípulos, especialmente orgullosos.

Por otra parte, hasta el último momento, ha sabido mantener su curiosidad por saber, por estar enterado de todo, como había hecho durante toda su vida, a lo largo de los grandes cambios que le ha tocado vivir, para llegar, en cada momento, mediante una adecuada composición de lugar, con la seguridad, certeza y rigor del verdadero jurista, a formarse un criterio razonable y certero de las situaciones y de los problemas, desde un discreto distanciamiento de cualquier entusiamo, y desde una gran tolerancia, pero sin abdicar de los principios y convicciones que constituyen el bagage de un auténtico cristiano, muy bien formado, y que ejerció y practicó, Page 1046 como tal, muy generosamente, pues era, más que nada, un trabajador infatigable, como ha demostrado a lo largo de una vida ejemplar. Este era el hombre, el maestro que siempre tenía a mano, con la mayor delicadeza imaginable, un buen consejo, una observación oportuna, una sapiente indicación, dicha con la mayor naturalidad, pero que tenía la virtud de descubrir un dato desconocido o inexplicablemente preterido, y al que siempre merecía la pena acudir, pues, salía uno confortado y animado...

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