Los orígenes del consumo de masas: el significado de una transformación histórica

AutorLuís Enrique Alonso
Páginas12-19

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El modo de vida que una sociedad posee no es el resultado mecánico de un proceso lineal y continuo que sigue los dictados de una abstracta "modernización"; por el contrario, su evolución está presidida por su íntima relación con el proceso de producción y distribución del excedente económico y, por tanto, es posible localizar en ella cortes históricos bien determinados. Uno de estos cortes -que cristalizó en los países más avanzados del capitalismo occidental allá por la segunda década de nuestro siglo- está en el origen de la creación de una forma de consumo que modificará radicalmente las estructuras de reproducción de la fuerza de trabajo y, por tanto, el ritmo y maneras de la acumulación ampliada de capital. En las páginas que siguen, trataremos de bosquejar suficientemente este proceso, así como de estudiar su significación económica y social. Decía Maurice Dobb 1 que el capitalismo internacional entró en la Gran Depresión de 1873 como el elemento motor de una sociedad joven, vigorosa, emprendedora y abierta, saliendo convertido, por el contrario, en algo mucho más sombrío, cerrado y pesimista; teniendo, precisamente, en las mismas bases que sirvieron para la superación de aquella importantísima crisis los elementos principales para su siguiente recesión y bloqueo. Y es, efectivamente, en este gran ciclo económico -que según las investigaciones historiográfi-cas, brillantemente iniciadas por Kondratieff, tendría un carácter marcadamente descendente desde 1873 a 1983, para cambiar de signo a partir de esta última fecha hasta los años 1914-1920 2-, cuando van a producirse las transformaciones fundamentales que sirven de base para la completa remodelación tanto de funcionamiento general de la "economía-mundo" capitalista, como, lo que es más importante para nosotros, del tipo de implantación cotidiana de los sistemas de producción y reproducción mercantil (incluida muy especialmente la mercancía fuerza de trabajo).

Los apoyos sobre los que se asentó la fase expansiva de esta onda larga, que arranca de 1893, serían principalmente tres:

  1. a La concentración empresarial y la limitación de la competencia. Lo que, en un principio, fue una simple reacción contra la caída de los precios que había provocado la Gran Depresión de 1873, al constituirse acuerdos empresariales para la protección de los mercados y la cartelización de la oferta, continuó rápidamente derivando hacia un nuevo sistema de organización económica en el que de una primera concertación de precios se pasó a una concentración industrial y financiera, lo que implicó la creación de un nuevo tipo de unidad comercial, fuertes transformaciones en la estructura productiva de la "economía-mundo" y un cambio en la escala a la que se realizaba la competencia capitalista 3.

  1. Los principios tecnológicos que se desarrollan y comienzan a aplicarse generaliza-damente en esta época. Tal es la magnitud de las innovaciones introducidas en el proceso de producción que llegaron a consolidar eso que se ha llegado a denominar "segunda revolución industrial" -aunque sería más propio hablar de "segunda revolución tecnológica"-, y que asentaba sobre el motor de combustión interna y el uso común de la electricidad 4, sustituirían al viejo motor de vapor, protagonista de los orígenes de la "primera revolución industrial". Existiendo, también aquí, un salto cualitativo por lo que se refiere a la naturaleza de la misma producción técnica, mientras la primitiva industrialización británica había sido el resultado de descubrimientos precientíficos o semicientífi cos, ahora, sin embargo, se abría una época, que llega hasta nuestros días, de estrecha dependencia entre la investigación científica y sus posibles aplicaciones industriales 5.

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  2. El tercer rasgo fundamental de esta etapa histórica es el que incluso le ha servido como principal elemento definidor; no es otro que el sistema político-económico que estructura el comercio internacional, y que sin demasiados problemas terminológicos podríamos designar como imperialismo clásico. El antiguo colonialismo había sido un sistema de dominación directa sobre vastos territorios, en este momento tal dominación se diversifica y cambia de signo, pasando de tener un carácter fuertemente militar a adquirir un significado abiertamente mercantil -lo que no quiere decir que no esté debidamente respaldada por medios militares y no sea capaz de generar una violencia qué en nada envidia a la de épocas pasadas-; cuya razón profunda se encuentra en el nuevo rumbo que toma la competencia intercapitalista, protagonizada por las grandes compañías que han empezado a dominar sin rivales el concierto internacional y desplazan al marco mundial la lucha por la realización de beneficios. Este sistema mercantil, basado en la exportación de capitales - destinados a la conservación de una infraestructura adecuada para asegurar una extracción rentable de materias primas y productos agrícolas necesarios para la producción en los centros capitalistas-, y en la venta exterior de productos manufacturados, principalmente bienes de consumo (sobre todo textiles baratos y elementos de consumo improductivo para élites locales), para mantenerse se veía reforzado por todos los aparatos coercitivos de los Estados imperialistas, desarrollándose de este modo, un grado de proteccionismo que tiende a enterrar, parece que ya para siempre por mucho que insistan los "neoliberales" de hoy, las antiguas ideas del "laissez-faire" y a establecer un rígido sistema de división internacional por áreas de influencia, tendente a garantizar el libre acceso a mercados, enclaves y oportunidades de inversión 6.

    Sin embargo, este modelo de articulación económica se bloquea y entra en crisis, después de haber pasado por dorados días de esplendor, en los últimos diez años. Nos encontramos en el momento en que se están agotando los primeros efectos de la implantación de la "segunda revolución tecnológica", la generalización de la electrificación y el motor-de combustión interna impiden ya las ganancias extraordinarias que conseguían las industrias de punta por sus aumentos de productividad con respecto a la media social, una vez diluidos estos incrementos de productividad y rentabilidad entre todas las ramas principales del sistema productivo, el resultado es, por el contrario, el crecimiento de las necesidades de capital invertido por unidad de producto simplemente para alcanzar la ganancia del mercado; la tasa de beneficio, pues, tiende a disminuir y la acumulación a frenarse. Esta dinámica sólo podría ser contrarrestada con un endurecimiento sustancial en el grado de explotación de la mercancía trabajo, pero tal endurecimiento resultaba, por un lado, difícil porque es una época en la que se estaban produciendo movimientos revolucionarios importantes {recuérdese, por ejemplo, Alemania, Hungría o Italia) y, por otro lado, totalmente insuficiente para paliar la escasez de beneficios, pues los niveles de vida habían sido ya contundentemente congelados desde finales del siglo xIx (la salida de la Gran Depresión del 73) como para que pudiesen amenazar la consecución del excedente capitalista, y según demuestran los abundantes testimonios históricos de este hecho 7, desencadenar una ofensiva por el lado de los salarios provocaría, a la larga, más problemas de sobreproducción y realización que cualquier tipo de ventaja.

    En el plano del comercio internacional las perspectivas tampoco eran mejores; el desmembramiento del mercado mundial a consecuencia de la Primera Guerra Mundial -y de los muchos enfrentamientos, conflictos y tensiones imperialistas anteriores-, la pérdida del importante mercado ruso a causa de la Revolución Soviética, y el surgimiento del imperialismo japonés son los factores que contribuyen principalmente a una importante dislocación y contracción del marco geográfico de circulación del capital, y que acaban provocando dificultades agudas a la exportación de capitales; dificultades reforzadas por la misma estructura monopolística que conforma el rígido entramado de compañías imperialistas, controlando el comercio internacional y el establecimiento de todas las barreras de entrada posible a empresas competidoras para seguir manteniendo ventajas absolutas sobre sus zonas de operación.

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    De este modo, se produce conjuntamente una subacumulación de capital en los centros metropolitanos y una seria limitación a la salida de capitales, lo que produce la aparición de capitales excedentes que no encuentran posibilidades de valorización y que, o se mantenían simplemente a la búsqueda de oportunidades especulativas o, como segunda opción (mucho más fructífera comercialmente), comenzaban a penetrar en el Sector II - producción de bienes de consumo que reproducen la fuerza de trabajo, en la terminología marxia-na- originando así una importante transformación en los mecanismos económicos contemporáneos y creando un nuevo grupo de ramas de producción de bienes de consumo, aquellas que fabrican las llamadas mercancías de consumo duradero, que, en buena medida, representaba la aplicación de los excedentes tecnológicos de la "segunda revolución tecnológica" al sector de bienes de consumo (una vez agotados sus efectos en el sector que produce medios de producción), lo que se acaba concretando en la producción rentable de automóviles y el principio de la producción de aparatos eléctricos para el hogar 8. Es el tiempo en el que las economías capitalistas avanzadas realizan, como dice el historiador británico Eric J. Hobsbawm, un "viraje" hacia el mercado interior que empieza ahora a mostrarse floreciente en el mismo instante en el que la exportación pasa por momentos, al menos, comprometidos: "El viraje hacia el...

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