El hospital como organismo ético

AutorGonzalo Herranz Rodríguez
CargoDepartamento de Humanidades Biomédicas Facultad de Medicina. Universidad de Navarra Apartado 177 - 31080 Pamplona gherranz@unav.es
Páginas424-432

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Introducción

Sin restar un punto a los méritos sobresalientes de la medicina extra hospitalaria, es patente que la práctica médica más cualificada en lo técnico y más problemática en lo ético es la que se lleva a cabo en los hospitales. Esa circunstancia nos plantea de modo ineludible la cuestión de lo peculiar de la ética médica del hospital, y, en concreto, de lo especial de las relaciones que en el hospital se anudan entre ética médica y ética de la gestión sanitaria. Todo el mundo lo ve claro: en el hospital no sólo hay relaciones entre individuos (entre cada paciente y las personas que le atienden): hay también relaciones entre el hospital en cuanto institución y las personas singulares, lo mismo que entre el hospital en cuanto institución y la sociedad que lo rodea. Estas últimas relaciones nos enfrentan a la cuestión de si el hospital es o puede llegar a ser organismo ético viviente, una entidad moral.

En esta contribución, trataré primero de resumir los argumentos que niegan o afirman que el hospital puede, o no, existir como un organismo ético con vida propia. Después de dar respuesta afirmativa a tal cuestión, ilustraré con dos ejemplos los contenidos básicos de la ética institucional

1. El debate teórico

¿Es concebible el hospital como una unidad ética dinámica e integrada? ¿Pueden los hospitales proponerse a sí mismos ciertos ideales y valores que los sellen con un carácter ético propio? Las personas que trabajan en un hospital, ¿pueden fijar de común acuerdo normas de actuación que intenten crear, por encima de lo exigido por la ley o lo establecido en los contratos laborales, un ambiente humano, unos usos profesionales diferenciados, un estilo ético propio?

Hay quienes piensan que el hospital, a pesar de su complejidad organizativa y sus dimensiones económicas, es una empresa como cualesquier otra, que ni necesita ni puede tener una ética específica. Y hay quienes opinan que, sin un alma ética que lo sostenga vivo y le dé moral, un hospital se marchita y termina por morir como institución verdaderamente humana.

Actitudes negativas. Algunos sostienen que si el hospital ha de responder a la diversidad ética de la sociedad, no puede suscribir principios e ideales éticos específicos. No tiene otro remedio que optar Page 425 por el mínimo ético común, y mostrarse en todo lo demás éticamente indiferente. Si bien no puede ser amoral, ha de ser éticamente inespecífico, genérico. Formuló con brillantez esta postura Tristam Engelhardt1, para quien la convivencia pacífica en la sociedad pluralista de hoy no aguanta las convicciones morales fuertes. Éstas tienen validez en el reducido ámbito privado del individuo; pero no en la esfera pública, donde son tenidas como una amenaza a la paz social. Al no existir ya un referente ético universal y válido para todos, se ha de aceptar, en lo público, el politeísmo ético. Por ser instituciones abiertas a todos, los hospitales no tienen otra salida que renunciar a tener una ética particular y practicar el neutralismo ético. Son muchos los que suscriben esta ética indiferentista.

Otros, llevados de un desalentado pesimismo ético, llegan a la conclusión de que el hospital no puede existir como una entidad ética viva: es un imposible práctico, un ideal inalcanzable. Toulmin, a la vista del decaimiento físico y ético de muchos hospitales, piensa que es utópica la idea de fijar y alcanzar un ideal colectivo de excelencia: la vida real muestra que lo ordinario es trabajar en condiciones más o menos duras de precariedad material, carestía económica y presión asistencial2. El hospital se des-moraliza (en el doble significado del término) cuando ya nadie puede, o a nadie se le permite, asumir responsabilidades personales. En un hospital, convertido en una casa sin dueño, se eclipsan los individuos. En vez de rendir cuentas a alguien, se busca refugio en la evasiva colectiva. Ya no hay errores personales, sino disfunción comiogénica3. Brennan habla de hospitales quemados, que son aquellos en los que persisten los problemas crónicos sin que nadie intente ya remediarlos4.

La negación del hospital como unidad ética viva no suele ser resultado de esas circunstancias catastróficas, excepcionales. Esa negación, más práctica que teórica, proviene de la atomización ética tan frecuente en los hospitales disfuncionales, mal gestionados. Para sobrevivir en ese ambiente adverso, cada uno se erige en reyezuelo de su espacio físico, laboral y ético particular, se encierra en sus obligaciones estrictas, y declara que nada de lo ajeno le incumbe. Tal atomización ética, compatible con una alta calidad técnica, lleva en lo institucional a la práctica del mínimo esfuerzo, a labrar cada uno su nicho de supervivencia, y a la conducta del «eso no es cosa mía» que disuelve el cemento que da cohesión al conjunto. Page 426

Algunas de esas visiones negativistas son, en muchos casos y por fortuna, más denuncias retóricas de deficiencias que explicaciones sustantivas. Frente a ellas se levantan las opiniones a favor del hospital como agente dotado en mayor o menor medida de una vida moral propia.

Actitudes afirmativas. A partir de la observación de la realidad, algunos autores sostienen que los hospitales, no sólo son y se portan como agentes morales, sino que necesitan serlo para sobrevivir. Pellegrino y Thomasma fueron los primeros que hablaron de que la moralidad interna de la medicina tiene una vertiente institucional5. Lo mismo que hay una relación paciente/médico, hay una relación paciente/hospital, que deriva de la naturaleza misma del acto de curar. En paralelo al «acto de profesión» del médico individual, debería haber, y hay, un «acto de profesión» colectivo de los médicos de cada hospital, que hace que éste se presente ante la sociedad como un sujeto moral bien definido, explícito, con un núcleo de convicciones compartido por todos, que los constituye en una colectividad con «genio y carácter moral». Esas convicciones colectivas acordadas - fuertes, aunque plenamente compatibles con el respeto a la legítima diversidad ética de cada uno- inspiran y regulan, más allá de lo exigido por la mera competencia técnica, la conducta y modos de hacer a que todos se comprometen. Implica, por ejemplo, que la atención que se ha de dar al paciente no se detiene en el mínimo legal, sino que se inclina hacia una deontología supererogatoria, a una conducta virtuosa. Es la fragilidad que la enfermedad induce en el paciente la razón más poderosa que induce al hospital vivir como un organismo y acudir en su ayuda «como un solo hombre».

La sociedad misma ha dado una respuesta afirmativa a la ética institucional. La sociología médica muestra que, desde hace ya...

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