Homenaje a Rafael Del Águila

AutorFernando Vallespín
Páginas11-17

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No sé bien qué hubiera deseado Rafa que dijera de él en un acto como éste. De haberle podido preguntar estoy seguro de que no lo hubiera dado importancia y me hubiera dicho que pusiera un power-point, sabiendo la afición que en mis tiempos del CIS había tomado yo al instrumento ése. Lo más probable, sin embargo, es que me hubiera recomendado que fuera yo mismo, que sacara de dentro aquello que tanto personal como profesionalmente él había significado para mí. Eso es lo que voy a intentar, aunque la deuda que he contraído con él en estos dos aspectos ha sido tan grande que me temo que en estos pocos minutos sólo podré dar cuenta de la punta del iceberg. Son unos burdos brochazos que ocultan una imagen mucho más matizada y compleja.

Como estamos en un acto académico –o medio académico–, he buscado un formato vagamente sistemático. Para ello he reducido la presentación, si se me permite este término, a tres dimensiones fundamentales que llenaron mi relación con él. Rafa como compañero, Rafa como el Gran Interlocutor, con mayúsculas, y Rafa el amigo.

El compañero

Cuando entré en el área de Ciencia Política con D. Francisco MURILLO, hace bastante más de 30 años, Rafa ya estaba allí. Lo conocí antes de acabar la carrera en el entorno de otro discípulo de MURILLO, José Luis GARCÍA DE LA SERRANA, quien siempre tuvo una habilidad especial para captar a los alumnos que teníamos algún interés por la teoría política. Antes de conocerlo, José Luis me lo describió como alguien con una “gran cabeza”, aunque muy al principio yo sólo conseguía ver en él a un gran cuerpo, un cuerpo inmenso. Después adelgazaría espectacularmente, pero entonces, en plena estrategia para liberarse de la mili por sobrepeso, su estatura y su volumen a lo Orson WELLES impresionaban. Bastaron un par de conversaciones casi banales para que me diera cuenta de que, en efecto, su cabeza, relativamente pequeña para ese cuerpo tan grande, era especial. José Luis no se equivocaba. Era una gran cabeza y tenía ya una serie de lecturas bien digeridas que lo facultaban para llegar a conclusiones que a otros de nuestra generación nos parecían casi milagrosas. Sólo

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él conseguía poner en apuros a José Luis en brillantez dialéctica, y era el único que no se dejaba llevar y se aferraba a sus propios argumentos y a su propio juicio.

Entonces éramos todos fieles seguidores de la Escuela de Frankfurt y asistíamos con pasión, entre preocupados y divertidos, al proceso de transición política española. Las tertulias con D. Francisco MURILLO eran el escenario en el que nosotros, los aprendices de politólogos, representábamos comentarios sobre las vicisitudes de la política española y asistíamos a magníficas lecciones por parte de nuestro común maestro sobre la historia española y sus muchas tragedias, que ahora, al fin, esperábamos ver superadas.

No recuerdo bien cómo empezamos a congeniar. Desde luego no fue al principio, aunque sí solíamos vernos por Madrid con otros como Ricardo MONTORO o Alberto OLIET, que entonces también entraron en esta Universidad bajo la protección de José Luis. Pronto, cuando Rafa se asentó en el área de Ciencia Política en Derecho desde el Departamento de Sociología en Económicas, de donde provenía, comenzamos a formar, casi sin saberlo, un tándem académico. Fue más suelto e improvisado al principio, pero devino en algo más sólido a medida que fueron pasando los años. Creo que a ello contribuyó el que nos hiciéramos amigos, así como nuestra común sintonía con ciertos temas y la especialización en teoría política. Nos dimos cuenta, además, de que las estrategias de cooperación eran más rentables a la larga que las estrategias de confiicto o competición. Pero esa percepción vino después, entonces tampoco nos importaba demasiado. Disfrutábamos juntos y nos complementábamos bien. Él siempre fue un teórico más serio y riguroso que yo, que era considerablemente más frívolo y disperso. Pero no puede decirse que eso creara una asimetría insalvable. Todo lo contrario. De haber sido demasiado parecidos no me cabe la más mínima duda de que no hubiéramos durado tanto como compañeros inseparables.

Fuimos complementarios también en nuestra misma capacidad para conectar con otros colegas de la Facultad, en quienes encontramos a un gran grupo de amigos, todos ellos ya brillantes juristas a pesar de su edad, y todavía mejores contertulios. ¿Cómo no recordar esas magníficas comidas en el restaurante Marvi de Alcobendas, donde arreglábamos el mundo y, sobre todo, nos partíamos de risafi Ir a la Facultad se convirtió poco a poco en un verdadero placer, en una actividad entre lúdica y creativa, que...

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