El hombre y la cárcel (El drama de Oscar Wilde)

AutorRaúl Carrancá y Rivas
Cargo del AutorCatedrático Emérito de Derecho penal en la UNAM y Abogado. Miembro de Número de la Academia Mexicana de Ciencias Penales
Páginas93-161
COLECCIÓN HUMANISMO Y CRIMINOLOGÍA
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El hombre y la cárcel
(el drama de Oscar Wilde)
CAPÍTULO IV
Raúl Carrancá y Rivas
I. Primera parte
«…el mundo nos había arrojado de su seno,
y Dios, fuera de Su solicitud». Oscar Wilde.
El hombre Oscar Wilde es encerrado en la cárcel, el
espíritu de Oscar Wilde es liberado allí. La Balada de la
Cárcel de Reading es la llave con la que abre la puerta de su
liberación, entrando al mismo tiempo en la inmortalidad
literaria ya que se la considera su obra maestra y una de las
más bellas baladas de la literatura inglesa. En efecto, logró
la perfección en este género de composición poética de ca-
rácter lírico, dividida generalmente en estrofas iguales,
siendo que su origen provenzal le da un aire delicado, es-
pontáneo y lleno de color aunque dramático en el caso.
Hay un notable gesto de rebeldía artística y humana cuan-
do Wilde la publica en 1898, sin nombre de autor y sólo
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CERVANTES, WILDE, AZORÍN. CINCO ESTUDIOS DE DERECHO PENAL Y LITERATURA
RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS | MIGUEL POLAINO-ORTS
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con la cifra con que fue inscrito en la cárcel: C.3.3. que lo
presenta como un simple número, una cha en el tablero
de la burocracia penitenciaria y un ente deshumanizado,
idea que bajo otras formas ha manejado Franz Kafka en
sus novelas El Proceso y El Castillo. Compuesta en memo-
ria de Charles T. Wiooldridge, antiguo soldado de la
Guardia Real de Caballería y ejecutado en la cárcel de
Reading por haber matado a la mujer que amaba, Wilde ve
en él a la humanidad condenada a destruirse a sí misma.
En este hecho criminal, sin duda, y bordando sus palabras
con la maestría de sus versos, se inspiró para decir: «Y sin
embargo, cada hombre mata lo que ama, sépanlo todos;
unos lo hacen con una mirada de odio, otros con palabras
acariciadoras; el cobarde con un beso, ¡el hombre valiente
con una espada!» Y agrega: «No conviven con hombres si-
lenciosos que los vigilan día y noche, que los espían cuan-
do intentan llorar o cuando intentan rezar, que los vigilan
por temor a que ellos, por sí mismos, arrebaten su presa a
la cárcel». Juicio severo que hoy, en el campo de la ciencia
jurídico penal, esgrimen las mentes más agudas y visiona-
rias. O sea, que mereciendo la cárcel conforme a las reglas
establecidas por la sociedad, no la pisan nunca. Lo cual me
recuerda unos versos de profundidad sobrecogedora del
gran poeta colombiano Porrio Barba Jacob, en Un Hom-
bre:
Los que no habéis llevado en el corazón el túmulo de un dios
ni en las manos la sangre de un homicidio…
¡Vosotros no podéis comprender el sentido doloroso de esta palabra:
¡UN HOMBRE!
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EL HOMBRE Y LA CÁRCEL (EL DRAMA DE OSCAR WILDE)
CAPÍTULO IV | RAÚL CARRANCÁ Y RIVAS
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Y abro un paréntesis poético porque la sensibilidad
exquisita de Barba Jacob me orilla a citar lo siguiente, de su
Canción de la Vida Profunda:
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
La cárcel ha sido denida por Camilo José Cela como
«la pena más honda y dolorosa y acongojadora que pueda
caerle encima a un vagabundo; los golfos del siglo de oro
–dice–, los ilustres padres de la germanía, llamaban angustia
a la cárcel» (en Judíos, Moros y Cristianos, VIII). Lo que pasa
es que hoy todos los delincuentes, en algún sentido, pueden
llevar puesta la raída vestimenta del errante y holgazán. La
cárcel, qué duda cabe, está llena de vagabundos.
La Balada de Wilde, que no tiene punto de compara-
ción y que es la más perfecta que se haya escrito en inglés, al
par que uno de los más nobles poemas de ese idioma, gira
alrededor de tres motivos fundamentales. El primero es una
profunda piedad por todos los que sufren en la cárcel, sin
distinciones meramente legales, más que jurídicas de fondo,
en que predomina equivocadamente la objetividad con a-
grante desprecio de la subjetividad. Me reero a la clasica-
ción de primodelincuente, reincidente, multireincidente,
delito grave, caso urgente, etcétera; olvidando así mismo que
la readaptación social del delincuente consagrada en nuestro
artículo 18 constitucional alude a cualquier clase de sufridor
carcelario, y que para calicar y graduar la culpabilidad no es
imprescindible atenerse a esa clasicación. Wilde escribe:

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