El hilado de Roland Barthes

AutorCarlota Fernández-Jáuregui Rojas
CargoUniversiteit Van Amsterdam
Páginas55-66
242
El hilado de Roland Barthes
CARLOTA FERNÁNDEZ-JÁUREGUI ROJAS
UNIVERSITEIT VAN AMSTERDAM
1. Tres prefijos para una trenza
Un prefijo comienza la partida. Desde el momento en el que un prefijo aparece, la
sombra de es-otra-cosa se extiende ilimitadamente, pues lo que es des-, auto-, o
in-, lo es ya por siempre: la negación se afirma en la medida en la que avanza, de-
es des(de-) un momento de negación anterior, como si se tratara de una puntada
que avanza y retrocede, tejiendo y destejiendo entre el y el no. Pe ro, en real idad ,
toda palabra está naturalmente orientada hacia delante, impulsada por su propio
curso, como lo está la mano de quien la escribió, algo que implica doblemente una
paradoja y una tragedia. Una paradoja, porque la escritura, así como la costura, si
bien se precipita siguiendo el enfático peso de la mano —«no hay lenguaje escrito
sin ostentación» (Barthes, 2005, 11)—, en ese avanzar se entromete hacia sí, con
un efecto de ácida destrucción sobre la madera del pensamiento: el texto se ali-
menta de su acabamiento, del mismo modo que las larvas de algunos insectos se
nutren de la sustancia supurada de las heridas que ellos mismos producen sobre
la piel de otro. Pero, cuando la escritura se vuelve auto-biográfica y ese otro es
uno mismo, cuando la ostentación lo es de la firma, ¿cómo empezar a escribir sin
des-trozarse, cómo recordarse sin des-membrarse?; ¿cómo «extenderse sin hin-
charse ni ahuecarse» (Barthes, 1987, 97), sin hacerse mera corcova significante?
Des-membrar un cuerpo (el cuerpo de la escritura) es des-memorizarlo, es decir,
de-scribirlo, des-piezarlo temporalmente,1 y esta es la tragedia de quien, como
Roland Barthes, se entrega al lenguaje y se abandona en él, trabucándose en seg-
mentos de negación. De la misma manera que el amante quiere llegar al amado,
quiere llegar a ser el amado, incluso eliminar el bulto del ser, que es una molestia
y un abismo, penetrar hambriento en la palabra y pronunciar el imposible aman-
te/amado de una sola vez —estereofonía incapaz de articularse en la letra—, tanto
el historiador como el poeta revolotean en torno al sentido, ese centro que atrae y
quema y que está asediado por el insorteable cerco del lenguaje: «Ser sencilla-
mente veraz, ser lo que las cosas son en sí mismas, no ser otra cosa que ellas, no
ser nada sino gracias a ellas, como ellas, ni más ni menos que ellas» (Thiers, apud
Barthes, 1987, 186). Y, entre medias, siempre la palabra dando coces, como un
1. Sobre la relación entre el membrar y rimembrar dantiano véase Jiménez Heffernan, 2009.
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