¿Hacia la unión política europea?

AutorXavier Vidal-Folch
Páginas89-105
VIII
¿HACIA LA UNIÓN POLÍTICA EUROPEA?
Xavier VIDAL-FOLCH
Director adjunto del diario El País
I. LA OPINIÓN DE LOS EUROPEOS
Desde la crisis de 2008, Europa —la Unión Europea, UE— se ha in-
troducido, como nunca antes, en las agendas nacionales de sus Estados
miembros. Ello se hizo más evidente desde mayo de 2010, cuando se
puso en práctica el primer rescate de Grecia. Los temas, las políticas
y los personajes europeos pasan ya desde entonces por el cedazo de la
discusión interna, se hacen locales. Para bien y para mal, las actuaciones
domésticas de Silvio Berlusconi o de la canciller Angela Merkel, por con-
cretar dos nombres significativos, acarrean una dimensión que desborda
los límites de su propio Estado.
En la medida en que la crisis financiera de Wall Street ha ido mutan-
do en crisis de la economía real (la doble recesión), de la deuda soberana,
del sistema bancario, y todas ellas han ido solapándose y entremezclán-
dose entre sí, el efecto contagio se ha erigido en un elemento clave para
la europeización de las políticas económicas, y de su percepción social.
De modo paradójico, seguramente esta crisis ha puesto más bases
para la emergencia de una opinión pública europea que muchos lustros
de gestión tranquila de los asuntos comunes.
Ahora bien, ¿existe una opinión pública europea como tal? Tradicio-
nalmente se ha explorado esta cuestión atendiendo a la existencia o caren-
cia de medios de comunicación de ámbito europeo. Desde el mundo de los
medios convencionales, se han realizado numerosos esfuerzos por cons-
truir un espacio comunicacional a nivel de la UE: desde intercambios de
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artículos y ediciones de suplementos comunes entre periódicos de distin-
tos países comunitarios (Europa), hasta proyectos agregadores (Presseu-
rop), emisoras de televisión transnacionales (Arte) o publicaciones nuevas
con explícita voluntad de articular un ámbito informativo, y de opinión,
comunitario (The European). Sin embargo, una serie de barreras intangi-
bles se erigen en obstáculos cuasi insalvables para la creación de medios
convencionales de ámbito europeo: lingüísticas, culturales e históricas.
En todo caso, el hervidero de iniciativas comunes se ha multiplicado
en los últimos años con la irrupción de las redes sociales basadas en
Internet. Y las nuevas redes, así como todos los demás medios que tran-
sitan en los intersticios entre ambos mundos —analógico y digital—, los
periodistas y los ciudadanos, los usuarios y los blogueros están creando
un cierto espacio de comunicación común.
Por el momento ese espacio exhibe grandes oscilaciones. Sus picos
son coincidentes con los momentos de mayor intensidad de movimien-
tos ciudadanos que o son de nuevo cuño, o que exhibiendo raigambres
anteriores, se expresan, modulan e intensifican mediante el uso de las
nuevas tecnologías y formatos digitales.
Estas últimas son a un tiempo acicate y consecuencia de la creación
del espacio político de la democracia nacional. Acicate porque fueron
los memoriales de agravios (cahiers de doléances) previos a la Revolución
Francesa los que, erigidos en temprana muestra de periodismo político,
permitieron cristalizar una opinión debeladora del Antiguo Régimen, y
al cabo portadora de los valores democráticos en ciernes. Consecuencia,
porque la madurez y consolidación de los sistemas democráticos acaban
midiéndose por la densidad, independencia e influencia de los medios: la
libertad de expresión y el derecho a una información veraz constituyen
así pilares esenciales de la democracia moderna.
Los medios convencionales atraviesan hoy una triple crisis: económi-
ca y financiera, por la súbita reducción de ingresos y el carácter creciente
de los gastos de determinados medios (maquinaria, papel, distribución,
recursos humanos); y de ubicación histórico-espacial. Esta proviene de
que los medios ostentaban en las democracias nacionales la singular
función de articular —mejor o peor, esa es otra cuestión— la opinión
pública, como mecanismo indispensable para la participación política.
Pero los avances de dos fenómenos simultáneos, la construcción eu-
ropea y la globalización han encogido el espacio del Estado-nación (al
menos en el viejo continente) a niveles cuasi residuales, cuando era el
lugar donde se establecía y consolidaba la democracia moderna; y al
mismo tiempo las posibilidades proporcionadas por las nuevas tecno-
logías digitales han hecho saltar por los aires las fronteras de aquellas
opiniones públicas nacionales. Como auguraba el sociólogo norteame-
ricano Daniel Bell, el Estado es «demasiado pequeño para atender a los
grandes problemas del mundo actual y demasiado grande para encarar
los pequeños problemas cotidianos del ciudadano».
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