Hacia un Derecho Cristiano

AutorLino Rodríguez Arias Bustamante
Páginas493-520

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1. La pobreza del, humanismo vigente

Hay que partir de la base de la ambigüedad de este término, que, según el talismán que se le aplique, así serán los resultados que obtengamos, puesto que la vuelta al hombre, de que ahora tanto se habla, bien puede significar levantarle un pedestal para adorarle o subsumirle en la colectividad para esclavizarle o hacerle trascender por encima del tiempo para que se postre ante la magnificencia de la obra divina creadora, respetándose su dignidad de persona y su libertad humana.

Porque téngase en cuenta que todo ideal humanista arrastra consigo al hombre a una postura de tensión social, ora sea revolucionaria O de acción, como la comunista ; piadosa y pasiva, como la budista con su Nirvana ; ora encendida de amor hacia su Dics y sus semejantes, como la cristiana. Sólo amando las cosas el hombre las atrae a lo humano, consiguiendo ponerlas a nuestro servicio sin esclavizarlas, en razón de que su máxima aspiración debe ser tender a encarrar el ideal de una comunidad fraterna, en la que los seres humanos no sean sacrificados a meras contingencias temporales, sino elevados a un nivel de vida más justo y culto para sus semejantes, donde encuentren satisfacción a sus necesidades materiales y espirituales, como exige su doble dimensión de cuerpo y alma.Page 494

Mas el humanismo que campea todavía en la actualidad no es ni mucho menos éste que nos hallamos cantando ; es un pobre humanismo, exento de equidad y caridad, por empeñarse los hombres en ignorar los derechos de Dios y no tomar en consideración más que a la colectividad y a las clases, con menosprecio para la persona individual. No interesa, pues, el hombre en tanto es persona, sino en cuanto es número, masa..., habiendo triunfado una visión amorfa de la sociedad. Por eso aun no se ha hecho la luz en el mundo ni la paz ha vuelto a reinar en los corazones de los hombres. Pues no puede haber sosiego y bienestar general cuando para unos hay alegría mientras los otros no han dejado todavía de sufrir. Tal estado deleznable de cosas supone una victoria para el mayor enemigo del hombre y de la; paz : la guerra. Es por lo que, a pesar del tiempo transcurrido desde la última conflagración bélica, continúa sin reivindicar la gran víctima de la guerra : el amor.

El humanismo que hemos de restaurar es de fe en los valores supremos de libertad y justicia, y sobre todo en la gran virtud de la caridad, el gran «Mandatum novum», confiado a los hombres como remedio soberano a sus males y como la viva y fecunda sustancia de su vida.

2. La falsa emancipación del hombre

El marxismo, en su pretendido retorno a lo humano, confía en que la emancipación económica y social del hombre tendrá como corolario necesario su emancipación religiosa, porque no se olvide que el ateísmo fue el punto de partida de Marx, quien del orden de la crítica religiosa pasó al de la crítica social, bebiendo en las fuentes de Feuerbach.

Inmerso el hombre en el sistema pagano del capitalismo, después de rotos los antiguos gremios que le servían de protección y respeto, tuvo que surgircomo ha dicho Proudhónla distinción entre la clase de los patronos, detentadores de los instrumentos de trabajo, capitalistas y grandes propietarios, y la de los obreros, simples asalariados. Así hace su aparición la lucha de clases, como una consecuencia efectiva del sistema capitalista, buscándose su superación en la emancipación social del proletariado, ya entonces libre de las trabas religiosas que le habían mantenido sumiso y resignado con su suerte de paria de la sociedad.Page 495

Pero han olvidado estas doctrinas revolucionarias, que no sólo de pan vive la criatura humana, en sazón de que el hombre ha nacido para tender a la perfección del amor a sus semejantes, lo que envuelve en sí un ansia ilimitada de universalidad e inmortalidad, que puede llegar a transformarle en sus relaciones sociales, haciéndole comprensivo para con las flaquezas del prójimo e imprimiéndole una fuerza unitiva y vivificante, capaz de contagiar a los demás seres hu manos, que les impulsa a querer y difundir el bien, alcanzando una mayor perfección individual y social.

Con todo, esto no se consigue volviendo los ojos farisaicamente al cristianismo, pues aun reconociendo la inescindibilidad de lo litúrgico y lo social en su cuerpo de doctrina, aparece cada vez más claro que la observancia de las prácticas religiosas, sin que coexista con ellas . una íntima convicción de comportarse realmente como cristiaros, es engañoso y baladí. Porque el mismo movimiento litúrgico se abre a , los fieles, al pueblo, para coofrendar el Santo Sacrificio de la Misa , juntamente con el sacerdote, participando en el culto, lo que se refuerza con la teología del Cuerpo Místico, que pone de relieve la unión entológica sobrenatural de todos los cristianos en Cristo, reconocierdo el sacerdocio de los fieles 1.

Luego sería completamente vano y absurdo tratar de ofrecer al , hombre para que se libsre de la falsa emancipación marxista, que extirpa en él de raíz sus sentimientos y aspiraciones espirituales, un mundo cristiano pendiente únicamente de lo aparente y decorativo y huero cuando se trata de afirmar la dignidad y la vocación de la persona humana, permaneciendo insensible a las condiciones sociales que la oprimen y la impiden ganarse el sustento diario con honradez y honestidad.

3. Tendencias imperantes en la convivencia social

Ha escrito el Padre Lombardi que el campo en el que es más fácil notar la necesidad de la presencia de Cristo para el desenvolvimiento de la vida temporal de nuestra generación es ciertamente el social, esto es, la organización de la convivencia entre los hombres.Page 496

Pues en tal aspecto más que eu ningún otro ha sido registrada la quiebra de la línea histórica humanista 2.

La convivencia de los hombres tiene tomo esfera fundamental de organización suficientemente acabada y autónoma la unidad política del Estado, porque la familia en sí es demasiado restringida y, de otra parte, se encuentra continuamente necesitada de apoyarse y extenderse fuera de su órbita para poder subsisür, mientras la unión internacional de les puebles es aún demasiado vasta para ser inmediatamente advertida como necesaria.

Con la Revolución francesa se inicia la tentativa liberal de acoplar al individuo en la sociedad, fundando sobre sus valores individuales la solución del problema de la convivencia humana. Se piensa, pues, que la mejer manera de organizar ésta es asegurando al hombre el máximo ejercicio de la libertad y reduciendo, por el contrario, la intervención del Estado al mínimo, lo imprescindible, con el solo fin de atender al orden público.

Este sistema tuvo sus vertajas en su tiempo. El mismo Marx lo declaró en el «Manifiesto del partido comunista» (1848), cuando nos dice que la burguesía ha creado fuerzas de producción más gigantescas e imponentes que las que han llevado a cabo todas las generaciones precedentes juntas. Pero el desencadenamiento del individualismo condujo al descontrol del egoísmo y al abuso sin piedad de los que perdían en la lucha diaria, que eran, fatalmente, el mayor número de los individuos. De aquí que la riqueza terminase concentrándose en muy pocas manos, especialmente cen las grandes industrias, mientras la mayoría de los hombres, menos hábiles o afortunados, arrastraban una vida mísera, con el solo consuelo de poderse llamar individuos libres. Así, al tiempo que sólo unos pocos rcumularcn grandes capitales, la enorme msfa de les demás fue vencida en la lucha. Por este camino el sistema da la libertad individual desenfrenada, aceptable bajo un aspecto, reveló bien pronto en la práctica su gran fallo : la injusticia social.

Para este tipo de hombre del liberalismo los valeres metafísicas no pasan de ser más que una vana superestructura totalmente externa a su ser y a su hacer ; en pocas palabras, ajena a la moral de su vida. Esta actitud es exponente de la preponderancia económica sobre que está montada la humanidad ea este tiempo, desdeñándose todaPage 497 ideología metafísica que pudiera informar al ser humano y frenarle sus impulsos desmedidos cuando fuesen actuados en perjuicio de sus semejantes. Per consiguiente, aparece como una producción farisaica y decadente, nacida del espíritu racionalista. En él todo es nominal¡. De donde la primacía del signo y de la legalidad ; del dinero, en las relaciones económicas, y de las ficciones jurídicas, en la vida del Derecho. Es per lo que el hombre burgués repele a la conciencia criSf tiana tanto como a la conciencia comunista.

Después del fracaso del individualismo como forma de vida, se ha presentado a la humanidad como ideal el estado colectivista. En éste el irdíviduo es reducido a la nada, permaneciendo inerme aut el poder absoluto del Estado o de la propia sociedad. De esta manera; si la libertad individual desenfrenada había producido en la práctica, tanta injusticia, el sistema de la justicia colectivista destruye per completo la libertad. Lógicamente así tenía que acaecer, porque si el Estado es el administrador de todos los bienes de la comunidad social a fin de impedir que se formen de nuevo diferencias entre los homr bres con la posibilidad del libre cambio, tendrá que intervenir siempre en todas las cuestiones que en su ámbito se presenten, aun cuando se produzcan en la órbita privada, despojando a los individuos de toda iniciativa particular. En su consecuencia, la colectividad no permite ninguna afirmación individual, aunque fuera moderada, que, ma» nifestádese de cualesquiera forma, pudiera amenazar la competencia del hombre colectivo...

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