Germán Arciniegas, americanista

AutorSebastián Pineda Buitrago
Páginas75-85

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En su Introducción a la literatura inglesa, Borges considera que el mejor prosista inglés del siglo XVIII no es un novelista sino un historiador: Edward Gibbon, autor de la voluminosa obra The History of the Decline and Fall of the Roman Empire (1788). En Introducción a la literatura norteamericana algo parecido opina del historiador William H. Prescott, cuyos ensayos sobre la historia de la España de los Reyes Católicos, de la conquista de México y de la conquista de Perú se le antojan bellamente escritos; incluso, estilísticamente, superiores a muchas novelas estadounidenses del siglo XIX.1Germán Arciniegas representa un caso parecido en la literatura hispanoamericana. Llamarlo historiador por el trasfondo histórico de sus libros, aparte de inexacto, es incomodar al especialista en la historia, que advierte como este supuesto colega se toma muchas licencias estilísticas y libertades imaginativas. Hay quienes ven también algo de inexacto cuando se le llama ensayista, pues Rafael Gutiérrez Girardot discute que «lo que se considera ensayo en su obra es más bien la muestra de un género nacido del periodismo moderno que se suele llamar feuilleton, es decir, la utilización de algunos medios del ensayo para divulgar temas complejos de manera accesible y amena a un amplio público lector» (1986: 324). Tal vez bastará decir que Germán Arciniegas es un gran prosista.2De allí hay solo un paso para considerarlo narrador, para admitirlo dentro de una historia de la narrativa. Si es así -si Arciniegas es un narrador que se apoya en documentos históricos- estaremos en condiciones de reconstruir y de analizar su obra de forma más coherente.

Para situarla en ese contexto podríamos apoyarnos en el libro del crítico cubanoestadounidense Roberto González Echevarría, Mito y archivo: una teoría de la narrativa hispanoamericana. A partir de las crónicas de Indias (que Arciniegas lee desde muy joven y de las cuales hizo varias antologías), el teórico Echevarría divide la narrativa del continente en tres temáticas -tres discursos o tres mentalidades-: 1) el discurso jurídico; 2) el discurso científico; y 3) el discurso antropológico. En efecto: al hojear las crónicas de Pedro Cieza de León o de Bernal Díaz del Castillo, por mencionar a dos de los más importantes, podemos darnos cuenta de la apabullante presencia de lo legal (actas de fundación, decretos), de la naturaleza y la geografía americana (comienzos de algo científico) y de todo tipo de hipótesis sobre los indígenas (balbuceos de lo antropológico). Al principio el tema dominante es el discurso jurídico.3

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El imperio español erige en Sevilla el archivo de Indias, albergue de toda la documentación llegada de las colonias americanas. Allí, encomenderos, oidores y presidentes de audiencia de cada virreinato o capitanía, envían montañas de papeles: permisos, ordenanzas, leyes sobre la política practicada en sus dominios. La mayoría no obedecen a la realidad concreta de América, no se basan en ella sino en una abstracción del Derecho, esto es, en el argumento de autoridad. Éste podía asentarse en la Iglesia o en el rey de España, y con muy poca frecuencia en el derecho de gentes que con tanto esmero formularon los de la escuela salamantina. La mayoría de las veces no cuenta con ningún apoyo en la observación empírica. Por muchos años el imperio español y sus colonias se conforman con este tipo de mentalidad medieval muy cercana a la Escolástica. La fe ciega en el texto escrito. Sólo hasta mediados del siglo XVIII, con el predominio francés, el discurso de la Ilustración va poco a poco convenciendo a los altos funcionarios del imperio español en basarse más en la observación científica a la hora de tratar con los territorios americanos; en otras palabras, en adecuar su mentalidad a la realidad, y no al revés.

Buen ejemplo de ese cambio, según Germán Arciniegas, se cifra en la Expedición Botánica a comienzos del siglo XIX. La lidera José Celestino Mutis en el Nuevo Reino de Granada, y coincide con el paso de la caravana científica del Barón von Humboldt por el Orinoco y los Andes. Hay en ese momento una buen grupo de jóvenes criollos, entusiastas de estudiar la naturaleza de su propio territorio, de hacer, además, etnografía. A comienzos del siglo XIX, sin embargo, el fragor de las guerras de Independencia arrasa con ellos, con los botánicos Francisco José de Caldas y Tadeo Lozano, alum-nos de Mutis. Caen fusilados sin que alcancen a formar sus propios discípulos. Y en adelante, por un fenómeno de retrogradación, vuelve a persistir en Latinoamérica y sobre todo en Colombia, como acaba llamándose lo que era Nueva Granada, una exce-siva mentalidad escolástica.

A diferencia de México o Argentina, donde la ideología positivista domina hasta entrado el siglo XX, en Colombia ese positivismo queda subyugado por las fuerzas retrógradas. La política liberal y federalista de la Constitución de 1863, que no se aplica por igual en todo el territorio y que vive sumida en la anarquía durante su corta existencia, resulta sepultada tras la guerra civil de 1885, para dar comienzo al orden centralista de la Constitución conservadora de 1886. Aun en la guerra de los Mil Días (1899-1903) sale triunfante el bando conservador. Todo el poder central queda asentado en Bogotá. Y la excesiva distancia de la capital colombiana con respecto al mar, sobre todo antes de la invención del avión y del automóvil, predispone al gobierno colombiano a ser retraído, alejado de la modernidad. ¿Cómo cambiar esa mentalidad?

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Germán Arciniegas nace en Bogotá en el año de 1900, cuando la capital de Colombia parece «una de las ciudades más remotas y raras del mundo» (1973: 65). Al ingresar en 1917 a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, en plan de estudiar Derecho -única profesión más o menos humanista en las academias de Colombia- natural-mente se enfrenta al obsoleto discurso jurídico del régimen conservador. No hay una dictadura propiamente, pues ya ha pasado el quinquenio del general Rafael Reyes (1904-1909) en que el gobierno colombiano casi cae al borde de la tiranía. Pero tampoco hay una democracia realmente libre a pesar de la presidencia de «unidad» de Carlos E. Restrepo (1910-1914). Toda la década de 1920, precisamente cuando Arciniegas termina sus estudios de secundaria y empieza los de Derecho, domina en Colombia la

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hegemonía conservadora. Bajo ese dominio, Arciniegas lucha por la libertad de cátedra, por deslindar buena parte de la educación básica y media del poder de la Iglesia.4

También, por actualizar y mejorar al profesorado de Derecho en tener una mayor preparación académica.

Esos profesores, en vez de explicarnos las instituciones del Derecho, nos obligaban a aprender de memoria el Código Civil; en lugar de instruirnos sobre los problemas económicos nacionales, nos enseñaban economía política en un texto francés que había sido escrito en 1899. Para aquellos economistas anticuados, todas las crisis económicas determinadas por la guerra europea del 14 eran como si no existieran [1987: 27].

¿Qué fenómeno permite esos cambios? El Movimiento Estudiantil de Córdoba de 1918 ayuda bastante. Sus proclamas y manifiestos encienden poco a poco los ánimos de la juventud universitaria de Colombia. Una frase del manifiesto estudiantil de Córdoba ha debido calar muy hondo en Germán Arciniegas: «La juventud ya no pide, exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes».5En efecto: Arciniegas no tarda en servir de secretario de la Asamblea de Estudiantes, y en 1921, en fundar y dirigir la revista Universidad.

No sólo de Argentina llegan por esos años vientos de renovación universitaria. Otro apoyo a la lucha, aun más directo y fuerte, vine de México en 1918. Se trata del joven poeta mexicano Carlos Pellicer. Ha sido enviado por el gobierno de Venustiano Carranza a través de su Ministro de Educación, José Vasconcelos. La misión de Pellicer es apoyar en Colombia una Federación de Estudiantes, con miras a fortalecer las relaciones bilaterales. Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma.

Entre los contactos que Pellicer hace en Bogotá, Germán Arciniegas se convierte en el más sólido. En 1920, cuando el joven mexicano de 23 años ya ha pasado a Caracas en plan de proseguir su misión especial, Arciniegas, de 20, empieza a escribirle cartas.6Le comenta acerca de sus avances en la Federación de Estudiantes de Colombia. Un dato crucial sobresale allí. Ariciniegas se ha propuesto formar un grupo de boy-scouts, cuando aquella agrupación no sonaba tan baladí. Arciniegas quiere sacar a sus compañeros de los salones de clase. Ponerlos a explorar la naturaleza circundante. Un buen día convence a los religiosos del centro educativo, y pone en marcha su plan. «Mi proyecto en cuestión de Scouts es éste: formar un grupo de diez muchachos que conozcan palmo a palmo...

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