Geopolítica del mediterráneo. Derechos humanos y migraciones

AutorFernando Oliván López
Cargo del AutorUniversidad Rey Juan Carlos
Páginas53-86
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CAPÍTULO TERCERO.
GEOPOLÍTICA DEL MEDITERRÁNEO.
DERECHOS HUMANOS Y MIGRACIONES
Fernando Oliván López1
1.LA DOBLE HISTORIA DEL SIGLO XX
La historiografía moderna se debate respecto a la verdadera dimensión crono-
lógica del pasado siglo XX. Desde el “corto siglo” como lo denomina Hobsbawm2,
periodizando desde la Gran Guerra hasta la caída del Muro de Berlín, hasta un
“largo siglo”, desplazando las balizas señalizadoras desde la restauración conser-
vadora en los años 90 del siglo XIX, o incluso antes, con la III República Francesa,
hasta estas primeras décadas del siglo XXI (Hobsbawm, 1998). Con independencia
del valor real de este tipo de análisis, sí nos interesa remarcar algunas de sus pro-
puestas conceptuales.
Si bien es cierta la profunda homogeneidad ideológica que se deduce de la perio-
dización “corta”, centrada en el conicto europeo –Nolte, llegará a hablar de “La
guerra civil europea” (Nolte,1994), la propuesta de ese largo siglo XX tampoco
1 Profesor Universidad Rey Juan Carlos, Director del Observatorio Euromediterráneo. Democracia
y Espacio Público de la Universidad Rey Juan Carlos.
2 Hobsbawm concibe su obra como un verdadero proyecto de compresión de la Modernidad. Sin
embargo, es interesante leerla a la luz de las propuestas interpretativas de Traverso. TRAVERSO, E., A.
La historia como campo de batalla. Interpretar als violencias del siglo XX. México 2012.
54 Capítulo Tercero
carece de unidad interpretativa y es sobre ella donde quisiera ubicar el nuevo papel
internacional que corresponde al Mediterráneo y al necesario redescubrimiento de
las instituciones3.
La densidad ideológica del “corto siglo XX” queda realzada por esa sensación
de perplejidad que hoy recorre numerosas cancillerías y analistas políticos. Desde
el “14” hasta los “90” la centralidad europea ha sido tan absoluta que, hasta las dos
superpotencias que le arrebataron la primacía, no dudaron en convertir ese misma
Europa en el eje central de sus relaciones. El “Tercer Mundo”, la “Descolonización”
o, incluso, el poder económico japonés, fueron vistos necesariamente desde una
óptica eurocéntrica. George Steiner, analiza magistralmente este traslado de la cen-
tralidad europea en las obras de Dostoiewski y Melville (Steiner, 2002), anotando la
nueva polaridad, que luego estallará con la guerra Fría, pero que ya podemos apun-
tar desde ese nal del siglo XIX. Hasta la misma literatura que asienta su protago-
nismo en esa periferia del imperio cultural europeo en la construcción de esos dos
espacios, hasta esa fecha marginales, de los Estados Unidos de América y esa Rusia
que luego constituirá el imperio soviético, lo hacen, como insiste Steiner, como
espacios europeos, en la plena occidentalización de su cultura. En cierto grado es
lo mismo que sucede con Japón, que, ya desde principios del XX se incorpora a un
esfuerzo de acercamiento a Occidente que terminará eclosionando justamente antes
de la II Guerra Mundial. Todos estos espacios aparecen así, a lo largo del siglo XX
como expresión de ese mundo occidental que se construye desde el triunfo de la
Ilustración y la ideología liberal.
El atractivo de la propuesta del “largo siglo” reside, con ello, en recuperar, en sus
dos extremos cronológicos que contornean la idea de Europa y que conguran el
mundo de la exterioridad alter-occidental como algo con sentido propio. Tanto las
décadas nales del siglo XIX, como estas dos décadas ya en el siglo XXI, incorporan
una propuesta de alteridad inexistente a lo largo del siglo XX. No es solo que hasta
el reparto “colonial” en la Conferencia de Berlín hubo necesariamente un mundo
extraeuropeo, sino que el mundo en sí era percibido como una compleja trama en
la que Europa no era más que una parte. De nuevo, esta sensación vuelve a estar
presente. Ese centro que llegó a dominar el discurso social, vuelve a dispersarse y no,
como sucedió en los casos de Rusia y los Estados Unidos, con una cierta nostalgia de
lo europeo que lleva a ambos espacios extracontinentales a reproducir la centralidad
europea, sino con la plena conciencia de estar ante un mundo distinto.
3 También interesante su metacrítica a través de la obra de Traverso.
55Las Migraciones desde África Occidental. Grandes Antinomias del Discurso Globalizador
Ya en este siglo, hemos sido incapaces de comprender (he ahí la perplejidad de la
que hablamos) que el mundo rota, denitivamente, sobre un eje exterior a Europa.
China, la India, incluso el mundo árabe y la misma África, se construyen bajo pre-
misas nuevas, elaboradas desde ópticas que ya no transitan sobre los valores cons-
truidos por y desde el Viejo Continente. Al Yasira, Bolliwood, o la Bolsa de Shanghai,
por poner solo tres ejemplos, han dejado de soñar y sentir en nuestras claves. Esto
se aprecia con especial intensidad en el mundo del arte moderno, hasta hace poco
conceptualmente europeo. Hoy son los galeristas chinos los que marcan el mercado,
y lo hacen, de nuevo para nuestra perplejidad, orientados hacia obras concebidas
y realizadas en Oriente. Europa pierde competencia signicante. Quiero insistir en
esto. No estamos ante una mera traslación de la potencia económica y de compra.
Pese a la supuesta homogeneidad alcanzada en los axiomas de la ciencia -más débil
de lo que pudiera parecer en algunos puntos- esa alteridad existe y mantiene una
poderosísima autonomía. Lo que ha pasado es que, de pronto, esas formas de ver,
esa cosmovisión -o mejor, en plural, esas cosmovisiones- que se residenciaban en
otras culturas, de pronto no solo alcanzan visibilidad, sino, sobre todo, potencia y
protagonismo.
Me explico. Nadie duda de la existencia del arte chino o de la espiritualidad hindú,
pero cuando las mencionamos hacemos referencia a ápocas pasadas, a una antigüe-
dad ya denitivamente perdida. por el contrario, cuando mencionamos expresiones
del arte moderno, inevitablemente nos referimos a un sistema de expresión artística
derivado del desarrollo de la Modernidad, el mismo concepto de “Vanguardias”4
se asocia en un verdadero fundido con modelos que encuentran sus raíces en pro-
cesos vinculados a escuelas típicamente europeas, desde el post-romanticismo al
expresionismo y el cubismo, y el mismo “dadá” (Gay, 2007). Y es a esto a lo que ya se
tenía como universal. En denitiva, se reconoce el arte gótico como europeo, como
el arte de la dinastía Ming como especícamente oriental, pero esas expresiones del
arte moderno se declaraban ya como universales, pese a ser derivados cuya liación
es perfectamente localizable en modelos inequívocamente europeos. Es esto lo que
hoy está en proceso de cambio radical. Radical justamente por eso, por encontrarse,
con el mismo nivel de aceptación o incluso superior, con otras expresiones de lia-
ción denitivamente extraeuropeas y que, no pocas veces, chirrían frente al gusto
desarrollado en el viejo espacio de Europa. Es esta exterioridad la que aquí nos viene
a interesar pues se reproduce tanto en la expresión del gusto, como hemos apunta-
do, como también en espacios conceptuales más complejos, como puedan ser los
4 El concepto de Modernidad, sobre todo en el espacio del arte, resulta crítico para comprender
la construcción del siglo XX.

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