Introducción general

AutorTomás Gutiérrez Barbarrusa
Páginas13-28

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1. Objeto e hipótesis

Desde la crisis de los años 1970 se asiste a un conjunto de transformaciones estructurales que afecta al modo de producción capitalista (MPC) considerado globalmente. Aunque ya en buena medida dichos cambios habían sido anunciados por la teoría, ahora resultan palpables. Se manifiestan en todos los ámbitos de la estructura económica: en el tecnológico, a través de una nueva trayectoria basada en las llamadas tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC); en las nuevas formas de organización del trabajo (NFOT) que se aplican en el seno de las empresas mediante diferentes tipos de flexibilización (de las cuales, el toyotismo es un ejemplo paradigmático); en las estructuras y estrategias de las empresas y de los mercados de bienes y capitales en que se desenvuelven por los procesos de privatización, liberalización, deslocalización y externalización; en los mercados de trabajo, caracterizados por una mayor segmentación, dualización y precariedad, y en las nuevas formas de relaciones de empleo, determinadas preferentemente por una tendencia hacia la individualización de las mismas («Human Resource Management»); en las formas de regulación del Estado, impregnadas por las llamadas políticas neoliberales; y en las directrices marcadas por los organismos internacionales («Consenso de Washington»). Todo ello se desarrolla dentro de un marco que trasciende a los espacios estatales, referente tradicional durante el keynesianismo, y donde la confluencia de tales dinámicas ha dado lugar a un fenómeno nuevo conocido con el nombre de globalización.

Estas transformaciones permiten afirmar que las economías capitalistas se encuentran ubicadas en un nuevo régimen de acumulación (Aglietta, 1979; Boyer, 2007), en un nuevo modo de desarrollo (Pérez, 1983) o en una nueva estructura social de acumulación (Gordon, Edwards y Reich, 1986). Y aunque todavía no hay una distancia suficiente en el tiempo para poderlo describir de manera detallada se trata, en cualquier caso, de un modelo de acumulación distinto del fordista-keynesiano que caracterizó al período comprendido entre la última postguerra mundial y la caída del muro de Berlín, auge y depresión incluidos.

El objeto de esta tesis es analizar, en este contexto de cambio, las implicaciones que sobre la estructura del empleo y, particularmente, sobre

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su progresiva precariedad, conlleva, ceteris paribus, el cambio tecnológico, comparando las características del modelo anterior con el que ahora se anuncia. Es decir, atendiendo a las diferencias estructurales entre el régimen de acumulación fordista y el postfordista; o, si se prefiere, entre la cuarta y la quinta Kondratieff, utilizando la terminología neoschumpeteriana.

Desde el punto de vista del cambio tecnológico parece evidente que un nuevo paradigma o estilo comienza a asentarse. Existe abundante literatura al respecto. El modelo de desarrollo fordista, basado en la explotación del petróleo barato y en sus derivados como factor clave, está siendo sustituido por otro nuevo fundado en la microelectrónica y en productos y procesos intensivos en información. Así, nuevos sectores, como la informática, las telecomunicaciones, la automatización, la optoelectrónica, la biotecnología, las energías renovables y los nuevos materiales - además de la microelectrónica - se configuran como los principales motores y portadores del crecimiento en la nueva economía.

Por lo que se refiere a los mercados de trabajo también se aprecia la consolidación de transformaciones radicales. Si el modelo keynesiano, asentado en el Estado del bienestar, basado en el sistema fordista de producción en serie, se caracterizaba por ser homogéneo, industrial, masculino, estable y de pleno empleo (con el predominio de grandes empresas integradas verticalmente, una importante participación del sector público, una fuerte afiliación sindical y la negociación colectiva como instrumento regulador básico de las relaciones de trabajo); el actual, apoyado en un sistema de producción flexible, tiende dialécticamente a lo contrario: heterogéneo, de servicios, femenino, parcial y precario, caracterizado por la flexibilización y fragilización del empleo. Hoy coexisten ambos a la vez, pero mientras el primero decae el segundo prospera, lo cual explica, en el actual momento de transición, que la fragmentación o segmentación de la estructura de los mercados laborales es su característica más relevante.

Desde el principio esta tesis rehúye cualquier tipo de determinismo tecnológico. En la historia de la teoría económica, se han dado múltiples interpretaciones acerca de las implicaciones que sobre el empleo conlleva el cambio técnico, y aunque el interés suscitado existe desde mucho antes de la consideración de la economía como ciencia (cf. en Freeman y Soete, 1996: 42-43), los últimos cincuenta años han dado testimonio de una explosión de

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debates sobre cómo afectaban las nuevas tecnologías al empleo. Así, el chip, aseveraban muchos autores, sería el responsable del desempleo masivo y la destrucción sistemática de las cualificaciones tradicionales (por ejemplo, Stonier, 1979; Jenkins y Sherman, 1979; o, más recientemente, Rifkin, 1997). Otros más optimistas, reavivaron los argumentos de los debates sobre la automatización de los años 1950 y 60 para sugerir una visión sobre el trabajo en casa y del ocio utilizando los cambios en las tecnologías de las comunicaciones (por ejemplo, Gershuny, 1978; o Large, 1980) o sobre las posibilidades de un «paro creador» (Bosquet, 1979). Muchos de ellos constituyeron auténticos discursos apologéticos sobre la prosperidad que entrañaría el progreso técnico (por ejemplo, Richta, 1974, criticado por Coriat, 1976; o UNESCO, 1982). Sin embargo, a finales de los 1970 y principios de los 1980, las masivas pérdidas de empleo, resultado de un descenso agudo en la demanda de la mayor parte de bienes y servicios, junto con la falta de competitividad en los mercados nacionales y mundiales, se convirtieron en la preocupación dominante.

En retrospectiva, se constata que la mayoría de estos debates sí derivaron de una forma de determinismo tecnológico abstrayendo el cambio técnico de su contexto socioeconómico. Los casos de pérdida de trabajo y las expectativas empresariales de aumento de la productividad que se podrían esperar de las nuevas tecnologías se multiplicaron por toda la economía. Dichas aproximaciones, sin embargo, apenas tomaron en cuenta la multitud de factores que afectaban a la inversión, a la difusión o al éxito y a las condiciones de la adopción tecnológica.

Desde los años 1990, la discusión se centra, sin embargo, en un análisis más amplio de reestructuración sectorial y del clima económico. Más aun, ahora se da un reconocimiento mayor de las frecuentes discrepancias entre las ganancias de productividad y los cambios de cualificación en realidad alcanzados por los usuarios de las nuevas tecnologías y los que demandaban las empresas para la realización de sus beneficios. Y si, anteriormente, la mayor parte de estos debates se referían a las relaciones entre el cambio técnico y el volumen o nivel de empleo, es decir, si las nuevas tecnologías generaban o destruían empleo; el análisis económico en los últimos años ha desplazado la controversia sobre tecnología y empleo hacia el estudio de los cambios en la estructura del empleo tanto desde el punto de vista económico (cambios en la estructura del empleo por ramas productivas) como sociológico (cambios en los requerimientos de cualificación de los nuevos

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