La genética y la dignidad del ser humano

AutorNicolás Jouve de Barreda
CargoDepartamento de Biología Celular y Genética. Campus Universidad de Alcalá
Páginas91-100

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1. Introducción

Cuando hablamos del concepto de persona, nos referimos especialmente a los aspectos filosófico, moral, teológico o jurídico y tendemos a dejar de lado el aspecto científico -el ser humano como ente biológico-. A veces se afirma que la ciencia no tiene nada que decir

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respecto al concepto de persona, lo cual es correcto si tenemos en cuenta el origen filosófico y jurídico del concepto de persona. Sin embargo, el papel de la ciencia es importante en lo que supone la aportación de los elementos materiales del sujeto al que se refiere el ente al que hay que calificar moralmente y proteger. Si bien los elementos biológicos del ser humano no son suficientes para abordar las cuestiones bioéticas que se plantean en torno al concepto de persona, sí son necesarios para definir muchos de los aspectos del problema. En lo que respecta a la perspectiva biológica los términos individuo humano, ser humano, vida humana y persona se refieren al mismo ente, una misma realidad que vive, existe y comparte la misma naturaleza de los restantes seres vivos, de los que sin embargo, conviene distinguir bien las semejanzas y diferencias. Debido a ello, ante un concepto de tanta trascendencia como el concepto de persona, se deben considerar todos los enfoques y se deben delimitar los papeles de las distintas aproximaciones. A este respecto, la ciencia ofrece los datos, la filosofía los analiza y racionaliza, la ética los valora y califica y el derecho establece los niveles adecuados de protección.

De este modo, sí todas las aproximaciones se refieren a un sujeto cuya naturaleza biológica es susceptible de conocimiento y valoración comparativa con respecto al resto de las criaturas vivientes, deben tenerse en cuenta también los datos biológicos para definir lo que le caracteriza. Tras ello y a la vista de su singularidad, se podrá justificar por qué decimos que el ser humano es merecedor de una dignidad y de una consideración también especial.

2. Singularidad biológica humana

En una primera aproximación, sin que tengamos que hacer un gran esfuerzo en la búsqueda de las peculiaridades biológicas del hombre, nos damos cuenta de una serie de diferencias notables con respecto a las demás criaturas vivientes. Reconocemos que en el ser humano conviven dos dimensiones de distinta naturaleza, una material y otra espiritual. Precisamente esta es la principal de las diferencias entre el hombre y el resto de las criaturas vivientes. Juan Pablo II en la Instrucción Donum Vitae señala que: "Ningún dato experimental es por sí suficiente para reconocer un alma espiritual; sin embargo, los conocimientos científicos sobre el embrión humano ofrecen una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?"1. Cualquier individuo humano en existencia, desde la concepción hasta la muerte es un individuo de la especie humana y por tanto es una persona cuya vida debe ser respetada. Como acertadamente señala María Dolores Vila-Coro: "un individuo no es persona porque se manifiesten sus capacidades, sino al contrario, éstas se manifiestan porque es persona: el obrar sigue al ser; todos los seres actúan según su naturaleza"2.

Lo que es evidente es que entre las especies del reino animal, la especie humana es única por su inteligencia y por la conciencia de su propia existencia. A estas cualidades se añade otra propiedad única en el contexto de la naturaleza, la capacidad de comunicación por medio del lenguaje. Pero el lenguaje humano no consiste en una simple comunicación basada en la capacidad de emitir y oír sonidos, sino en la de transmitir e intercambiar ideas. Por eso decimos que el lenguaje humano es de doble articulación. Es decir, una comunicación por medio de palabras que tienen una doble función son sonidos con significado y son ideas convertidas en sonidos.

La capacidad de comunicación debe considerarse como el resultado de un proceso evolutivo que cristaliza en el hombre con la evolución de los órganos que la hacen posible: la región supra-laríngea de la garganta y el extraordinario desarrollo del sistema nervioso central, capaz de hacer frente a la recepción, coordinación, almacenamiento y elaboración de imágenes e ideas, que se manifiestan de forma oral o por medio de la expresión artística. Es por ello que se piensa que la capacidad de comunicación debió estar consolidada en el tiempo en que el hombre empezó a plasmar su capacidad creativa en manifestaciones artísticas. Dado que la creación

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artística surgió en el hombre moderno Homo sapiens sapiens que vivió en África del Éste hace algo más de 100.000 años y siguió creciendo hasta la explosión del arte en el Paleolítico Superior en Europa, hace algo más de 30.000 años, podemos situar en aquél período la consolidación del lenguaje articulado.

Hay que recordar también que la evolución humana, en la cúspide de la rama de los Homínidos, fue acompañada de un proceso de encefalización, caracterizado por el crecimiento del neocortex, lo que contribuiría al desarrollo de funciones tan importantes como la percepción sensorial, la generación de órdenes motrices, el razonamiento espacial, el lenguaje y el pensamiento consciente. De este modo nuestra especie adquirió de forma singular y creciente la facultad cognitiva la capacidad de vocalización, el razonamiento abstracto y la percepción de sí mismo como un ser independiente. Es durante el proceso evolutivo de la encefalización cuando se desarrolla la inteligencia racional y a la evolución biológica se añade la evolución cultural. Como señala Kieffer, llega un momento en que: "los seres humanos ya no viven en un mundo físico, sino en un mundo simbólico"3.

La espiritualidad de los seres humanos se demuestra en las manifestaciones más básicas en las que es necesaria la participación de los dos elementos de su naturaleza de forma complementaria e indisolublemente unidas, la corporal y la espiritual. Gracias a la participación conjunta de alma y cuerpo, el ser humano es capaz de utilizar y modelar su entorno natural, crear ambientes más bellos y provechosos para su supervivencia y hacer más confortable y eficaz su propia existencia. Como consecuencia de ello, a la "evolución biológica", que se rige por los mismos mecanismos de todas las especies, se añade en el caso humano una "evolución cultural", que no tiene que ver con los genes sino con la transmisión de experiencias, la educación, la expresión artística y el aprendizaje. A lo largo de la vida acumulamos, transmitimos e intercambiamos experiencias que pasan a las generaciones siguientes. Algo que ninguna otra especie es capaz de hacer.

Es posible que otras especies, de las que opinamos que son inteligentes, también puedan acumular experiencias en su memoria, pero no tienen la capacidad de trasmitirlas. Todo lo más las guardarán para sí e incluso este registro las permitirá reaccionar de forma instintiva en ocasiones posteriores.

Llegados a este punto podríamos afirmar que la autoconciencia y el lenguaje son suficientes para afirmar que nuestra especie es muy superior a las restantes de la Naturaleza. Ya tan solo estas propiedades singulares de los seres humanos son suficientes para certificar su especial dignidad.

3. Homo sapiens y Homo moralis

Pero además, en el hombre aparece una nueva cualidad, única entre los seres vivos y consecuencia de las anteriores capacidades, el comportamiento ético. A diferencia de lo que ha ocurrido en la evolución de los restantes homínidos, durante la evolución humana, el ascenso a la capacidad de razonar y la libertad de acción que ello le confiere, conduce a que cada persona posea la capacidad de ser responsable de sus actos. Estos no son dictados por los instintos, ni se ciñen a reacciones automáticas, sino que se someten a la voluntad consciente de cada individuo humano, que posee en cada momento la autonomía moral para valorar las consecuencias de sus actos. La dimensión ética proporciona a cada persona el dominio y la responsabilidad de los actos, lo que en cierta medida le compromete consigo mismo y con el resto de la sociedad. En algún momento difícil de precisar, nuestros ancestros dejaron de ser un conjunto gregario de individuos egoístas para convertirse en una especie constituida por individuos con autonomía moral unidos en grupos familiares y con capacidad de organización social. Lo que esto significa es que en la evolución humana al desarrollo de la autoconciencia se une el sentido ético de la vida, que conducirá a la postre -y con exclusividad en nuestra especie- a la capacidad de utilizar en la mejor dirección posible el libre albedrío. La capacidad de la comunicación oral hace posible la trasmisión de la distinción entre el bien y el mal y del

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comportamiento ético de unos a otros, de padres a hijos y de generación en generación. La unión familiar y social se convierte en el mejor ámbito para la transmisión de estas cualidades en beneficio del éxito evolutivo de nuestra especie.

Llegados a este punto nos podríamos preguntar sí tiene algo que ver el comportamiento ético, elemento esencial de nuestra especial dignidad, con la herencia biológica. Sí nuestra especie se caracteriza por la capacidad de distinguir entre el bien y el mal y obrar en consecuencia ¿cómo pudo la evolución favorecer la aparición de un ser consciente y ético a partir de unas bestias instintivas y egoístas? La cuestión que se plantea es sí los diferentes modos de respuesta ante situaciones que podríamos enmarcar dentro del comportamiento ético, son parte de...

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