Los gamonales huelen a pólvora. Verdad, ficción y novela histórica

AutorCarlos-Germán van der Linde
Páginas114-128

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Este ensayo se inspira simultáneamente en dos dimensiones del nonagenario Germán Arciniegas, el historiador colombiano que nace y muere con el siglo XX. Las dimensiones son de forma y contenido. Arciniegas es un historiador con vena de literato.

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Justamente mi primera inspiración radica en su forma ensayística de escritura. Uno de los tópicos más representativos de su pensamiento es la preferencia por la forma ensayo, pues, como declaró el maestro en 1995, «tiene la ventaja de que busca más la parte problemática, en un campo reducido, que va a remitir más profundamente a un asunto particular, de modo que el ensayo sirve para ahondar más en los problemas». La otra dimensión que me anima es el contenido de su reflexión: esa América nuestra, anterior al descubrimiento, ricamente mestiza y, en términos del ejercicio político, doblemente ingenua y peligrosa. Pero sobre todo, me interesa hablar no tanto de la América continental (entendida en cuanta unidad unívoca), como de las diversas historias locales y especialmente fundacionales. Siguiendo a Arciniegas, este ensayo versará sobre una fundación históricamente fabulosa, literariamente fabulada.

Nuestro surgimiento no puede ser ya resultado de la violencia, sino de la inteligencia. Nuestros ejércitos los forman universitarios, y la inspiración nos la dan escritores, sabios, poetas. No por mera casualidad la novela de nuestra América es hoy una de las notables del mundo, ni por simple azar los cuatro primeros premios Nobel que hemos recibido corresponden a una mujer poeta, a un luchador de la paz, a un científico, a un novelista. Nada de esto se logra, sino hay una historia al fondo que lo justifique. Una historia que hizo su cuna entre nidos de papel [Arciniegas, 1996: 14]

A un crítico literato no puede serle indiferente la sensibilidad estética de los trabajos de historiadores como Germán Arciniegas y Germán Colmenares. Es sorprendente encontrar que muchos de sus interpretaciones parecen el resultado de un análisis literario, más que un «objetivizante» y «documentalista» ejercicio de archivo. Es delicioso leer el enfoque y narrativa de estos autores. Arciniegas insistió en la idea de que América no es un gran pedazo de tierra, los países y continentes no son geo-grafías, son biografías. Son relatos, representaciones, sensibilidades, imaginarios de personas vitales (sin importar que ya estén vivas o muertas, esto sería un simple coyuntura), porque lo importante de la historia es la representación de los procesos humanos. Los grandes héroes de la historia, según su concepción, serán bronce frío si no logran comunicar algo a las generaciones futuras. Por ejemplo, Arciniegas juzga su propia obra como un acercamiento fraterno: «Yo, en realidad, lo que he hecho siempre es hacerme amigo de los personajes y estar con ellos».1Partiendo de esta inspiración, en este ensayo se considera que nuestros protagonistas no pueden corresponder a los grandiosos ídolos de la épica clásica, la heroicidad de los americanos radicará en ser uno de nosotros y haber emprendido una epopeya de nuestro presente histórico. No se trata del pasado absoluto de los héroes griegos, se trata de ese presente histórico que se llama colonización o resistencia, o se llama independencia o gobierno.

Arciniegas al postular que la historia es la representación viva de los procesos humanos se ubica en una zona limítrofe con la literatura. Historia y literatura coinciden en ser representaciones, esto es, discurso, y por ser discursividad emplean retóricas narrativas, que según Hayden White, la historia ha tomado de la literatura. No obstante, lo importante no es cuál se basa sobre cuál, lo que sería abaratar la cuestión. Lo verdaderamente

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interesante es comprender que la discursividad no son palabras echadas al aire, no son narración inmaterial; todo discurso es el resultado de un ejercicio de poder, y el sujeto del discurso es ese «yo» que posee el poder de la enunciación. De alguna manera, el «yo» que dice «yo creo que...», «yo digo que...», «en mi opinión tal y tal», está instaurando una versión de los hechos, que a fuerza de poder físico, de poder simbólico, de ejercicio de poder gubernamental o por falta de razones subalternas (las que son despojadas del lugar de enunciación), finalmente deja de ser una versión para constituirse en una norma, o, más contundente aun, en la verdad. En consecuencia, la historia hasta hace poco se había entendido como el discurso pronunciado por los vencedores o por los gobernantes, dejando de lado que existen otras historias, de minorías, de periferia, de subalternos, que merecen en plenitud su carta de ciudadanía enunciativa.

Escuchar esas voces silenciadas o ignoradas es hacer viva la representación de los procesos humanos. En otras palabras, tanto el triunfo como la derrota, tanto la imposición como la rebeldía, hacen parte del ejercicio de poder de la condición humana. El ejercicio de poder no teje geo-grafías, sino bio-grafías. Arciniegas diferencia entre los hechos históricos factuales y puntuales como una guerra de independencia, y el largo proceso de la revolución independentista para alcanzar el autogobierno. Esto último es la bio-grafía de una nueva nación.

Si la historia ha de considerarse, no como un museo de relatos muertos, sino como representación viva de los procesos humanos; si ella ha de servirnos para apreciar esas corrientes de pasiones, de ideales, de contradicciones, de frustraciones, de deseos, de emociones que van modelando a las naciones, uno de los hechos fundamentales que deben estudiarse es el de los procesos revolucionarios en las cuatro Américas [la indioespañola, la inglesa, la portuguesa y la francoinglesa]. Cómo ha hecho cada una su revolución, cómo se ha independizado de la tutoría europea y se ha iniciado en el gobierno de sus propios asuntos [Arciniegas, 1996: 273]

Este ensayo se concentrará entonces en el último punto de la cita: en la representación del proceso del gobierno de los propios asuntos. Ahora bien, no se tratará de un análisis histórico sino de la rentabilidad de algunos postulados historiográficos a favor de un análisis literario. Me he permitido esta licencia en el entendido de que i) tanto la historia como la literatura son representaciones bio-discursivas de los procesos humanos, ii) la consideración de la historia como una representación viva implica revaluar los valores de verdad absoluta de los discursos oficalistas, iii) la concepción histó-rica de Arciniegas coincide con la intención hermenéutica y deconstructiva de la nueva novela histórica latinoamericana, en que es necesario realizar una sub-versión de lo que somos como sujetos históricos de hoy. Para aceptar que la literatura, semejante a la historiografía, es un intento de representación bio-discursiva se debe partir que la intención de que esa representación es ante todo una intermediación hermenéutica; por lo que conviene partir del acuerdo que literatura comparte con la interpretación histórica el pertenecer a un momento y espacio determinados, pero a diferencia de ésta, aquélla es un producto artístico. Sólo así es comprensible que su intermediación se realiza entre i) los hechos históricos (entiéndase por esto el acaecer fáctico de los estados de cosas), ii) la memoria que se posea de tales hechos, i.e., «el horizonte de cultura» y iii) los espectadores. En el tercer término se habla de «espectadores» y no partícipes o agentes de la historia; esto se hace para indicar la distancia existente entre los hechos históricos y las generaciones posteriores, distancia que abre el espacio para la memoria o tradición.

El distanciamiento es indispensable para el espacio hermenéutico que se llama memoria o tradición: «Existe una verdadera polaridad de familiaridad y extrañeza, y en

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ella se basa la tarea de la hermenéutica, pero no en el sentido psicológico de Schleiermacher, como el ámbito que oculta el misterio de la individualidad, sino en un sentido verdaderamente hermenéutico, esto es, con la atención puesta en algo dicho: el lenguaje en el que nos habla la tradición, la leyenda que leemos en ella. También aquí se manifiesta una tensión. La posición entre extrañeza y familiaridad que ocupa para nosotros la tradición es el punto medio entre la objetividad de la distancia histórica y la pertenencia a una tradición. Y este punto medio es el verdadero topos de la hermenéutica» (Gadamer, 2001: 365). La memoria como tal no es la comprensión sino el contexto clarificado donde se producen las condiciones de compresión. No obstante, dirá Arciniegas, la memoria (discursiva) no es absolutamente objetiva:

En los libros de historia se fija erróneamente como punto de partida de la independencia más la guerra que la revolución, se le concede el primer puesto y se le rinden todos los homenajes al general, al guerrero, y no al que sembró la inquietud, al revolucionario. Hay una tendencia en los historiadores a dejarse llevar por el brillo de los uniformes, y a desdeñar el trabajo clandestino, humilde, fervoroso de quienes preparan el terreno, lo abonan, lo predisponen. Este es un error no simplemente de justicia, sino de valoración de los factores que más influyen en los hombres. Error tanto más grave cuanto que conduce, no sólo a la deformación de la historia, sino del juicio que pueda aplicarse a los sucesos de la vida presente. Las sorpresas que dan los pueblos son, en buena parte, el resultado de este tratamiento de la historia, que es de superficie y no de profundidad. [Arciniegas, 1996: 275]

La memoria misma es resultado de un momento y espacio histórico-culturales. Afortunadamente, la memoria no es «marco referencial objetivizante», es sólo una seña para la interpretación, y por lo mismo resulta dinámica, susceptible de ajustes. Cuanto más distancia histórica halla de por medio, mejores condiciones de comprensión se esperan. Así las cosas, la nueva novela histórica es, entonces, una intermediación...

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