La alquimia de la felicidad

AutorPol Charles
Páginas93-98

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[...] una operación cotidiana donde primarían, sobre cualquier preocupación, el cuidado de elegir las emociones, los sentimientos, los deseos para sacar por transmutación ese oro del goce que es la eterna presencia de la vida.

Désirons, p. 122

¿Cómo escapar del mundo de la supervivencia, es decir, al infierno en la tierra? El índice del Adresse aux vivants (Aviso a los vivos) se revela una guía valiosa que evoca de entrada la evolución de la inhumanidad a la humanidad, para llamar a continuación a la invención y a la práctica de una nueva alquimia. Nueva porque es segunda, la experiencia de la vida empieza «en el feto y el atanor materno» (Aviso, p. 203). Nueva por religiosa, en el sentido primitivo de aquello que une, lejos de la intrusión de lo sagrado: aquí el operador es la materia sobre la que trabaja. ¿Qué materia? El deseo al que (tras haberse reído de la antigua reprobación y guardado del balancín que pendula entre maceración y renuncia) queda por afinar.

Afinar. Afinarse. El afinamiento. ¿Existe en Vaneigem palabra más recurrente? ¿Consigna transmitida con más frecuencia? Lo dudo, tanto las palabras y las exhortaciones se leen por todas partes: Aviso a los vivos (ese título que es todo un programa, una profesión de... fe), Staline, Avertissement aux écoliers (Aviso a escolares y estudiantes), Nous qui désirons sans fin (Nosotros que deseamos sin fin), Internationale du genre hu-main (Por una internacional del género humano), Notes sans portée (Notas sin alcance), Inhumanité de la religion (Inhumanidad de la religión).

Afinamiento de lo vivo, de su animalidad, de sus deseos y de sus placeres: comprendemos que se trata aquí de una especie de transmutación o de transubstanciación -preferimos estas palabras a las de purificación o sublimación. Metafóricamente, o dialécticamente, dos ejemplos: en lo alimentario, «la cocción del pan, la fermentación de la cerveza, el ingenio de las salsas y de la comida caliente traducen el refinamiento culinario de la primitiva necesidad de alimentarse» (Aviso, p. 242); en lo erótico, el amor como perfeccionamiento del deseo.

Participan en esta operación de sobrepaso la ternura, la atención a lo que gusta a uno mismo y a los otros, la ingeniosidad y el coraje («El afinamiento de los deseos comporta pruebas que no dejan de evocar, las proezas del caballero por el amor de la dama en el medio cortés». Aviso, p. 248), la gratuidad y la generosidad. Todas estas cualidades multiplicarán las situaciones en las que el ser encuentra cómo desvanecerse: por un fenómeno de vasos comunicantes, el afinamiento cotidiano de los deseos condu-

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ce a crear «un mundo que los satisface» (Désirons, p. 133). Un mundo al fin humano, que testimonia la única evolución y el único progreso que valen: un mundo en el que pensamiento y materia están reconciliados, un mundo sano.

Un mundo como una obra de arte. O más bien: el poema no sería otra cosa que «la construcción de una vida apasionante» (Tratado, p. 260). Una vida dichosa que sólo esperaría que la felicidad sea distribuida, por la muerte, como un bono de salida. Poema decía; o música, un dibujo, el ordenamiento de un jardín: expresiones de una creatividad que no tiene nada que ver con el trabajo, que se despierta alrededor de una ensoñación o de una pulsión, se fortifica, se afirma y se afina en un movimiento propiamente revolucionario, galvanizado por la voluntad de cambiar el mundo en armonía que inspiraron, entre otros, Fourier y Hölderlin.

La creatividad, ese ejercicio de espontaneidad, o la inversión del trabajo. No que la creatividad no se envisque ni se enrede nunca en la duda ni el sufrimiento; sino que no se asfixie, pues sabe que volverá a animarse un día u otro, «en la gracia de un momento feliz» (Aviso, p. 241).

Inversión, superación, cambio de perspectiva: tantas invitaciones a deshacerse de los prejuicios autoritarios y jerárquicos para sustituirlos por la autonomía, la subjetividad, la autenticidad, la igualdad, la gratuidad, la inocencia, el juego, el derecho a la pereza, la eternidad del presente, la subversión, la simbiosis... Podemos resumirlo en una palabra: la poesía. No sólo la poesía de los poetas. El que hace un acto de inversión de perspectiva es poeta. Por ejemplo Charles Fourier, que Vaneigem celebró a menudo como un genio y un innovador excepcional, es eminentemente poeta: se propone crear «las condiciones de una gratuidad natural» (Aviso p. 250) En su falansterio los ricos conservarían su oro y su rango, mientras que los pobres serían llamados a compartir sus placeres de una calidad idéntica, de manera que poco a poco se borre toda jerarquía, la de los roles y las funciones; todos estarían unidos en la sola predilección de los goces.

La gratuidad funda la solidaridad y la armonía. Ni compra ni precio a pagar. Nada de toma y daca. Sino el don desmesurado, el que se dispensan los amantes y los niños. La gratuidad (que desconoce el hedonismo) permite acceder a un goce sin mezcla, sin segundas intenciones, y por tanto a la inocencia: «Lo puedes todo porque no debes nada» (Désirons, p. 120). Al revés del que, contento, espera pagar la factura. Al revés de aquellos, innombrables, que se comportan como asistentes morales, o intelectuales, o pasionales. No hay que esperar ayuda de nadie, ni de un gobierno, ni de un partido político, ni de un gran arquitecto, ni de un maestro de pensar: «Nadie puede hacer nada por el que no quiere nada para sí...» (Inhumanité, p. 187). Si sus libros, como los de Nietzsche, se elevan contra todo lo que empequeñece, ridiculiza, asfixia y encadena la vida, y entonan un peán al bienestar...

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