FARC y la salida a las zonas de influencia urbana. La Séptima Conferencia. El encuentro con la droga. Las Autodefensas de Puerto de Boyacá

AutorJaime Contreras
Páginas81-100

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CAPÍTULO 5.

FARC Y LA SALIDA A LAS ZONAS DE INFLUENCIA URBANA. LA SÉPTIMA CONFERENCIA. EL ENCUENTRO CON LA DROGA. LAS AUTODEFENSAS DE PUERTO DE BOYACÁ

Y así todo “comenzó” de nuevo, por segunda vez. Determinar el modo y forma de cómo debería formalizarse tal aventura, fue el objetivo de análisis de la Sexta Conferencia; en ella se apremió a los responsable para que pusieran en marcha tal objetivo, porque el Secretariado entendía bien la situación de la organización; en realidad las FARC estaban” renaciendo” en este tiempo, a principios de los ochenta, cuando por todo el país, pero especialmente por las zonas más periféricas, la cocaína se estaba convirtiendo en “la dama blanca” de la nueva riqueza.

Y fue en esta Conferencia, celebrada como se ha dicho, a principios de 1978 en la región de El Duda, donde el grupo insurgente, tomo la decisión de “reinventarse”. En consecuencia, en aquella gran asamblea se hizo un balance general y se repensó la acción guerrillera de acuerdo con las nuevas exigencias sociales, La idea dominante que subyacía en todo el grupo era que, en consecuencia directa con las turbulencias acontecidas en el Paro Cívico de Septiembre de 1977, la sociedad colombiana estaba madura para iniciar un proceso revolucionario. Arenas, al igual que sus compañeros del Secretariado, lo percibió así: “Otra cosa nueva que podemos palpar –escribía por entonces– en el momento actual es la cada vez más activa y beligerante actitud de la clase obrera y las masas en lucha por su reivindicaciones y derechos”. Una lucha que no es ya solo persistente, sino que, a juicio de Arenas, tiene un carácter notoriamente revolucionario dado que estas masas organizadas convierten toda su movilización en un enfrentamiento de naturaleza política, porque “(…) no hay lucha que no termine siendo política”, concluía el estratega.

Para afrontar ese nuevo escenario que se avecinaba, las FARC necesitaban cambiar radicalmente de discurso y de estrategia, porque la sociedad colombiana lo estaba haciendo con rapidez y… el grupo apenas se había dado cuenta. Arenas lo indico con lucidez: “Colombia ya no es un país de campesinos, sino que se convirtió en un país

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de grandes ciudades y en ellas se hacina el 72% de la población”110. Naturalmente el escenario revolucionario no podía derivar ya, únicamente, desde el programa agrario, sino, también, según decía la doctrina, desde las “nuevas contradicciones” que se expresaban en las ciudades. En consecuencia, era urgente la salida hacia los espacios urbanos o semiurbanos, áreas en las que, además, las instituciones del estado colombiano eran todavía débiles, como se había demostrado en los sucesos acaecidos en el famoso Paro de 1977. Era, pues, la ocasión, pensaron en las FARC, para elevar el tono de agresividad y pasar a un enfrentamiento más estructural. Y ello, con más razón, porque ese mismo estado carecía de unas Fuerzas Armadas bien dotadas, sin un adiestramiento suficiente y, sobre todo, sin el suficiente respaldo cívico y patriótico de la sociedad en su conjunto111. Tales eran algunas de las nuevas circunstancias que obligaban a realizar, así lo precisó Jacobo Arenas, cambios sustanciales de la organización. La preparación de la Sexta Conferencia había empleado mucho tiempo en estudiarlos. El primero de estos cambios era de importancia estratégica principal. Se trataba de entender que la actividad militar había de ser coordinada y gestionada desde la dirección central de la organización de modo estricto, y por consiguiente, resultaba ser necesario diseñar la “guerra” a través del control de determinados espacios que dependerían, cada uno, en adelante, de una estructura militar de mando, tal estructura sería “el Estado Mayor de Frente”. Desde entonces, esta institución se convirtió en una organización básica que, en estos años de finales de los setenta y principios de los ochenta, resultó ser principal para el control del espacio y para la estrategia conjunta del grupo; se ponía así fin a las iniciativas particulares de cuadrillas o compañías, y se optaba por un movimiento automáticamente más ofensivo dotado de una concepción operacional y estratégica propia de un verdadero ejército. De hecho, la dirección de la organización decidió, en esta ocasión, organizarse en adelante, como un ejército revolucionario de carácter nacional, cuyas acciones, no siempre exitosas, se concentraron principalmente en los departamentos del Huila, Caquetá, Antioquia y Santander.

Y ello se formalizó poco tiempo después cuando, en 1982, tuvo lugar la Séptima Conferencia y los alzados en armas decidieron añadir tal condición “militar” a sus propias siglas; según esta decisión en adelante el grupo subversivo se autodenominaría FARC-EP, es decir, Ejército del Pueblo. Llevada de un aventurismo excesivo, aquella asamblea creyó, erróneamente, que el Gobierno, en Colombia, sufría un proceso de deterioro inevitable, que habría de conducir, en un plazo prudente, al colapso de una parte sustancial de sus estructuras más importantes. Por ello la Conferencia propuso el diseño de un plan estratégico para la toma del poder, denominado “Plan Militar de 8 años”, el tiempo previsto que el alto mando subversivo determinó, muy precipitadamente, para fijar el tiempo concreto en que el triunfo de la revolución sería un hecho incontestable; algo que, finalmente, tendría lugar en 1990. La base principal de dicho Plan descansaba en un objetivo militar, desde entonces inexcusable, cual era la toma, por parte de las FARC, de la Cordillera Oriental que debería ser considerada como centro de despliegue de la ofensiva posterior. A este respecto el Estado Mayor de la organización pensó en ubicar, en esta zona, a la mitad de sus frentes guerrilleros en

110J, Arenas: Cese el fuego, op. cit., p. 37.

111J. Giraldo Ramírez, “Política y guerra sin compasión” En Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia. Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas. Bogotá 2015. Véase también en Cuadernos del Centro de Pensamiento, n.13, Universidad Sergio Arboleda, 2015, pp. 18-20.

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FARC-EP: INSURGENCIA, TERRORISMO Y NARCOTRÁFICO EN COLOMBIA

disposición de aproximación a la capital de la república. Se calculó entonces que esta fuerza, pensada para atenazar a la capital, debía estar compuesta de unas 11 cuadrillas, formadas por tropas de élite. Y ello suponía iniciar, en esta zona especialmente, un complejo proceso de consolidación territorial orientado hacia las cabeceras municipales o núcleos poblados donde la organización esperaba controlar las haciendas locales, lo que posibilitaría, no solo una forma de financiación más “estable”, sino, además, garantizaba presentarse con suficiente “legitimidad política” ante la población civil, de la cual se habría de esperar apoyo político; serían, pues áreas de retaguardia entendidas como “zonas de repliegue estratégico”.

En cualquier caso, la aprobación de este Plan Militar, que en algunas de sus formulaciones era un tanto fantasioso, exigía el reclutamiento masivo de jóvenes provenientes de las zonas próximas a los campamentos farianos, cuyas características socioculturales rozaban la marginación. Parece muy cierto, sin embargo, que las expectativas de conseguir una afluencia masiva de jóvenes ahítos de enrolarse en la organización, no se cumplió como el secretariado había esperado. Es verdad que el conflicto, entonces, ya afectaba a gran número de gentes marginadas y que hubo jóvenes, excluidos socialmente, que optaron por acudir a la llamada de la guerrilla por razones múltiples, todas ellas derivadas de su exclusión: carencias económicas, promesas de salario, protección ante deudas con la justicia, etc; fueron, en consecuencia, múltiples las causas que llevaron a muchos jóvenes a las filas guerrilleras, pero desde luego las motivaciones de carácter ideológico, de las que tanto presumió la guerrilla, no constituyeron las razones principales; tales motivaciones ideológicas, más bien, fueron las que atrajeron a algunos pocos jóvenes de clases aburguesadas seducidos, desde la universidad, por el mito comunista de la experiencia cubana: naturalmente estos jóvenes, los más persistentes, fueron los que ocuparon los puestos dirigentes de la organización y los que muy poco después asumieron el liderazgo de la misma112. A

finales de la década de los 80 la toma del poder soñado estaba todavía muy lejos de cumplirse y, aunque el crecimiento de hombres enrolados, fue importante, los éxitos militares no fueron espectaculares, y el armamento, que se había previsto alcanzar, tampoco llego a satisfacer, ni siquiera mínimamente, lo programado113. Sin embargo lo que sí creció de manera notoria fueron los ingresos que superaron, con creces, los niveles fijados; obviamente ocurrió que aumentaron los secuestros, se multiplicaron las extorsiones y se dispararon los ingresos derivados del narcotráfico114, actividad ésta en la que las FARC ya no eran, solo supervisores de campesinos a quienes controlaban los carteles, sino participantes directos en la gestión de la producción y de la distribución.

Más con todo, en la Séptima Conferencia se trató de dotar a la organización de una nueva concepción organizativa más centralizada, no tanto al uso y requerimiento de la doctrina clásica del marxismo-leninismo respecto de la lucha armada, sino de la concepción maoísta de la guerra popular prolongada y por eso se reforzó el Estado

112G. Duncan. “Exclusión, insurrección y crimen”; pp. 8-9 en La Academia y el origen y permanencia de las FARC. Centro de Pensamiento. Cuaderno n.13. Universidad Sergio Arboleda. Bogotá. 2015.

113En realidad, las FARC, a pesar de esfuerzos ímprobos “(…) nunca consiguieron articular, a su proyecto, a sectores urbanos significativos, ni alcanzaron los niveles políticos- militares para intentar lanzar una ofensiva consistente sobre la capital del país”. En Tomas y Ataques Guerrilleros (1965-2013). Universidad...

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